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10/25/2018

ponerle al otro tus zapatos

A veces el libro-objeto sirve para practicar lo que el libro-texto enseña. La sinopsis que Confianza o sospecha trae en la contraportada es ejemplo de una actitud que analiza Gabriel Josipovici en ese mismo libro y que podríamos llamar “ponerle al otro tus zapatos”.

Martín Lutero hacía fan fiction

Al identificarnos con un texto o un personaje (encontrarlo relatable habrían dicho en tumblr hace cinco años) por lo común sólo encontramos un elemento parecido a nosotros y a partir de ahí queremos que el texto/personaje sea nosotros. Esta actitud del lector no es nueva: se hizo muy popular con los románticos pero ya estaba en Lutero (y en la antigua Grecia). Lutero podía tomar un par de líneas sobre Noé, hacerse una historia extensa sobre el pueblo en que vivía Noé y decir que este personaje bíblico sufría penas muy parecidas a las que sufría él, Lutero, y luego seguir ampliando esa historia. Cuando en el pasaje bíblico sólo decía que Noé recibió un encargo y lo cumplió y tan-tan.

Acá en la contraportada dice “¿Es posible crear arte con total libertad y producir obras que trasciendan lo comercial? Esta pregunta sirve a Josipovici para desarrollar…”, y Josipovici jamás se hizo esa pregunta. Ni siquiera es una pregunta que esté en el mismo campo que sus intereses como crítico o como autor de ficciones. El autor de la sinopsis vio que el libro era sobre los modos y motivos de la escritura a lo largo de toda la historia de la humanidad, se dijo “eso es como los problemas que yo tengo al escribir” (que no son los de Josipovici) y a partir de ahí ignoró el resto del libro-texto.

Esto sobre Lutero viene en las páginas 154 y 155. Está buenísimo y también involucra al Dr. Johnson y Aristóteles.

Los chalecos amarillos y Pedro Kumamoto

Percibimos matices en los que consideramos los nuestros y vemos a los otros como un conjunto homogéneo. Algunos notan este efecto y lo aprovechan para presentar como novedad interesante algo que lleva mucho tiempo existiendo. Si te pones las gafas que anulan el efecto puedes descubrir continentes sin moverte de tu sitio, o al menos así le parecerá a los que no llevan esas gafas puestas. Pueden ver ese truco de las gafas en acción en un artículo reciente de Eggers, sobre política en Estados Unidos, hecho para lectores ingleses. También había algo de ese truco en los primeros artículos sobre música electrónica que Simon Reynolds hizo para medios estadounidenses.

En otros casos nadie se pone las gafas. No lo hacen los autores de los artículos y tampoco los lectores. Así, en la semana que aparecieron los gilets jaunes, comentaristas de todo el mundo intentaron traducir el movimiento a la taxonomía política elemental (izquierda-derecha, liberales-conservadores, progresistas-reaccionarios) para verse desmentidos y confundidos en las siguientes semanas.

Un caso mexicano: la ideología de Pedro Kumamoto. Ciudadanos de izquierda, que primero consideraron al candidato cercano a ellos, o por lo menos atípico, lo llamaron traidor por su posición sobre el aborto. Podrían no coincidir con él, pero el político tapatío no estaba cambiando de postura. En Guadalajara está arraigada la participación ciudadana pero no es necesariamente de izquierdas, sino de influencia personalista. El personalismo es una corriente filosófica que los jesuitas llevaron a la región y que es particularmente fuerte en el alma mater de Kumamoto, el ITESO. Este perfil ideológico es antiguo y común en Jalisco, pero los comentaristas no hicieron por estudiar la historia del lugar antes de aplicarle la taxonomía política elemental.

La mejor zona de México para vender frijoles mágicos

Otro tanto ocurre con Nuevo León. En el resto del país se suele adjudicar las preferencias políticas de esa zona al conservadurismo. Un vistazo a los productos de entretenimiento del lugar muestra una influencia poderosa de la industria del espectáculo, que parece rebasar a las demás influencias que pudiera haber. Adjunto a esto, y quizá a causa de la baja densidad poblacional (en una zona metropolitana grande), ahí la opinión de los vecinos pesa más que cualquier tradición.

Así, en las colonias donde se instala un templo de los Testigos de Jehová y algunos vecinos se convierten a esa fe, pronto hay una población considerable de conversos. En las colonias donde hay campos de las ligas infantiles de beisbol, o de futbol americano, estos deportes se vuelven populares, sin que abunden los aficionados a esos deportes en el resto de la población. Lo que desde el exterior pareciera un conservadurismo, tiene un origen más simple y maleable. Un subproducto de esta cultura local es la poca memoria histórica de los ciudadanos. Quizá se trate de la mejor zona de México para ir a vender humo y también frijoles mágicos.

9/19/2018

¿aprovechando el sismo o qué hace?

En los días posteriores al 19 de septiembre de 2017 hubo una nueva forma de rapiña, la de aprovechar el sismo para difundir la marca propia o cotizarse mejor en el mercado simbólico cultural. Lo hizo Televisa pero también miles de mexicanos que sin querer queriendo reproducen los modos de Televisa. Un caso que parecía leve pero fue empeorando: la librería de viejo que hizo un remate porque sus libros se habían caído durante el temblor.

La librería no tenía daño estructural, sólo estantería caída. Hasta ahí el remate sólo parecía oportunista, pero no más oportunista que otras cosas que pasaron esa semana. En esos días las brigadas de rescate tenían que pedir a algunos "solidarios" que ya dejaran de sacarse fotos de lo buenos que eran, y que ya no se amontonaran en la Roma porque Xochimilco también necesitaba ayuda, y que ya aceptaran ayudar de cualquier manera y no sólo del modo que les servía para promoverse.

Lo de la librería me pareció mucho más siniestro hace unas semanas, cuando me tocó ver un episodio de Zoorbano, un programa de TV donde entrevistan a artistas y promotores culturales de la Ciudad de México. Ese episodio lo grabaron un año antes del sismo y ahí entrevistan a la chica y el chico que tenían esa librería. Cuentan que la chica heredó la librería del padre, pero que el chico quería tener una librería más pequeña y sofisticada, y que para eso tenían que encontrar el modo de deshacerse de esas pilas de libros viejos.

Estaban esperando una oportunidad desde un año antes y decidieron que el sismo era el momento. De miedo. Ya sé que en México hay cosas mucho más dañinas, pero a mí me dan más miedo los que encima de ser méndigos quieren parecer inofensivos.

6/13/2013

parásitos emocionales

En el blog de HUP, James Dawes desarrolla lo dicho por Paul Bloom en "The Case Against Empathy".

Ese interés por los otros que llamamos empatía podría ser un mal disfraz del narcisismo e incluso del voyeurismo. Pensamos que nuestra atención a las historias traumáticas de otros se debe a que somos criaturas solidarias, a que la empatía nos obliga. Pero quizá nos atraen las historias de sufrimiento porque tenemos una (insegura) necesidad de demostrarnos, a través de una respuesta empática, nuestra valía moral. O quizá nos atraen las historias de sufrimiento porque algunos de nosotros tenemos el privilegio de estar aburridos. Como dijo Eva Hoffman al criticar el interés en las historias de sobrevivientes del Holocausto: sentimos "envidia de significación". Tomamos prestado de la tragedia de otros para darle propósito y emoción a nuestros días vacíos. Somos parásitos emocionales.

5/23/2013

louis c.k. y los teóricos de la empatía

1. La semana pasada vi Oh My God, el especial de comedia de Louis C.K. También me topé dos veces el nombre del psicólogo Paul Bloom.

Vayamos con Bloom. Primero me topé su nombre porque en enero de 2014 impartirá un curso gratuito en línea sobre la moralidad de la vida cotidiana. Y luego por su artículo The Baby in the Well: The Case Against Empathy. En éste nos recuerda cómo la retórica del poder presenta a la empatía como panacea de la humanidad, para concluir que la empatía es algo típicamente humano pero que nos traiciona si la tomamos por única guía moral.

La trampa está en el llamado efecto (¿sería "síndrome" una mejor traducción?) de la víctima identificable, que Bloom ejemplifica con esta cita del economista Thomas Schelling:

Si una niña de seis años y cabello castaño necesita miles de dólares para una operación que le permitirá vivir hasta Navidad, la oficina de correos se verá atascada de dinero para salvarla. Pero si anuncias que sin cierto impuesto los hospitales de Massachusetts se deteriorarán, provocando un aumento en muertes de otro modo evitables, pocos buscarán sus chequeras.

Esto no es otra cosa que lo que Henri Bergson en su último libro, Las dos fuentes de la moral y la religión (1932), distinguía como moral abierta y moral cerrada. Aquí ya había escrito sobre eso y como Bloom (y como suele hacerse en el tema) había sido con ejemplos de catástrofes naturales y villanos, y también de chamacos atrapados.

Aunque Bergson y ahora Bloom con su artículo nos adviertan de los riesgos de ver a la empatía como una panacea, hay múltiples ocasiones para notarlo. En el show de un comediante, por ejemplo.

2. Así como hay entre los magos estadounidenses una tradición de cazadores de charlatanes (Houdini, James Randi, Penn & Teller), hay una de crítica social entre los comediantes que va de Lenny Bruce a George Carlin y Bill Hicks. Con lo pertinente que pueda ser esta crítica corren el riesgo de dejar de ser graciosos para simplemente sermonear. En sus últimos shows George Carlin pasaba más tiempo contando lo retrógradas que le parecían los conservadores que haciendo bromas. De la breve carrera de Bill Hicks me queda la sospecha de si era realmente buen comediante o sólo nos cae bien porque compartía nuestros prejuicios.

El que ahora corría el riesgo de caer en el sermón era Louis C.K. Las buenas críticas que recibió su serie de TV tenían que ver más con su capacidad para tomarle el pulso a la sociedad norteamericana. En su último especial de stand-up comedy para HBO encontró una manera elegante de continuar esa tradición de crítica social sin caer en el sermón tranquilizador: dejando caer la burla sobre su público y sobre sí mismo, y haciéndolo en los últimos cinco minutos. Y todavía conseguir que el público se riera de ello (de ellos mismos).

El especial Oh My God (2013) cierra con la sección "of course... but maybe..." Ahí compara las ideas que defiende cuando quiere verse noble y "buenaondita" con soluciones más rápidas y crueles que se le ocurren. Comienza con un ejemplo muy salido de madre con el que el público se carcajea, luego sigue con asuntos que son parte de la historia de su país y sus prácticas cotidianas y el público se pone algo nervioso. Les advierte "se rieron de lo anterior, ahora se aguantan". Termina hablando, siempre en plan de guasa, de las horrendas condiciones de trabajo de los que maquilan smartphones, y dice que nos parece bien que un extraño sufra muy lejos de nosotros para que podamos hacer comentarios cínicos en YouTube mientras cagamos.

Y luego se despide.

3. Una de las críticas al artículo de Bloom vino de su colega Daryl Cameron. En "Can You Run Out of Empathy?", Cameron afirma que sus investigaciones le han mostrado que la razón le estorba a la empatía, que los individuos "estratégicamente contienen el despliegue de la empatía para evitar costos que perciben (vendrían con ella)". Así, para él, el efecto de la víctima identificable tiene más que ver con "evitar estratégicamente la empatía que con un límite de nuestra capacidad para la empatía". Lo que merma su investigación es que está pensando en ejemplos como los motivos de los estudiantes universitarios para ayudar o no a un homeless y la reacción de los estadounidenses a los ataques en Newtown y Boston. En ambos casos se trata de la reacción de individuos en una posición relativamente estable ante hechos que merman su calidad de vida. Sigue siendo un juego de la moral cerrada.

Ese artículo apareció en Greater Good, un sitio de la Universidad de California, Berkeley, en el que años antes había aparecido uno del primatólogo Frans de Waal sobre las raíces evolutivas de la empatía. De Waal tiene mucho más callo en investigaciones y aunque cree que en la empatía está nuestra posible solución a la xenofobia hace algunas aclaraciones más:

La empatía es frágil. Entre nuestros parientes cercanos, los animales, se enciende en acontecimientos al interior de su comunidad, tales como una cría asustada, pero es igual de fácil que se apague en relación a los forasteros o miembros de otras especies, como las presas. La forma en que un chimpancé aplasta el craneo de un mono vivo golpeándolo contra el tronco de un árbol no habla muy bien de la empatía de los simios. Los bonobos no son tan brutales, pero en su caso, también, la empatía debe pasar por varios filtros antes de ser mostrada. A menudo estos filtros evitan expresiones de empatía porque ningún simio puede permitirse sentir pena por todos los seres vivientes todo el tiempo. Esto también puede aplicarse a los humanos. Nuestro pasado evolutivo hace difícil identificarse con los forasteros. Hemos evolucionado para odiar a nuestros enemigos, ignorar a la gente que conocemos poco y desconfiar de cualquiera que no se parezca a nosotros. Incluso siendo muy cooperativos dentro de nuestras comunidades, casi nos convertimos en un animal distinto en nuestro trato con los extraños.

De nuevo, este autor no usa esos términos (ya necesitamos un diccionario psicología-primatología-filosofía) pero eso que menciona es la distinción entre moral abierta y moral cerrada (Bergson también daba un origen evolutivo a la moral cerrada). Sobre el camino para rebasar ese estadio de la evolución dice:

Cuando la gente se mata entre sí los llamamos "animales". Pero cuando donan a los pobres los alabamos por ser "humanos". Nos gusta reclamar esta última tendencia para nosotros. Pero es difícil encontrar algo que nos guste de nosotros que no sea parte de nuestro pasado evolutivo. Lo que necesitamos, entonces, es una visión de la naturaleza humana que abarque todas nuestras tendencias: lo bueno, lo malo y lo feo.

4. Me gusta el ejemplo de Louis C.K. porque no se regodea en burlarse de la gente que su público detesta. Un show al modo de George Carlin o Bill Hicks se aprovecha de la moral cerrada, no obtendría ni sonrisas en una convención republicana. Empatiza con un público parecido al comediante, que se considera progresista y ve a esos otros a los que dirige la burla como anquilosados y torpes. Volvamos a Bergson, a su libro La risa (1900), en esta versión resumida por Michel Tournier:

La sociedad, por la perfección de su organización, está amenazada de esclerosis. Los gestos que nos enseña e impone corren el peligro de acabar siendo mecánicos. Nuestra sociedad sufre la amenaza de parecerse a un hormiguero o una colmena. Conviene velar para que la espontaneidad de la vida y la agilidad en la adaptación a nuevas situaciones queden preservadas. Para eso sirve la risa. Mediante la risa, cada miembro de la sociedad es invitado a castigar a cualquier otro miembro al que sorprenda en flagrante delito de conducta mecánica. Por ejemplo, un robot avanzando por una acera tiene muchas probabilidades de chocar con una farola. Eso no sería ningún motivo de risa. Pero un hombre que choca con una farola porque anda sumido en la lectura del periódico sucita la risa: se ha comportado como un robot y merece la humillación de la risa de los testigos. Lo cómico surge cada vez que lo mecánico se adhiere a lo vivo.
El espejo de las ideas, 1994.

En Oh My God, C.K. busca y encuentra cierta complicidad con su público, pero no es para formar un ejército instántaneo que cargue contra algún otro, un forastero, que es odiado. En lugar de eso forma una comunidad efímera ("nosotros tenemos esto en común, somos un nosotros mientras estamos aquí") para mostrar que esa comunidad es anquilosada y torpe, y como tal es digna de burla y de provocar risa. Es anquilosada y torpe porque, entre otras cosas, teme mencionar a esos que hace sufrir para obtener beneficios ridículos. Esos otros están lejos y nuestra comunidad no ve sus caras (para la importancia de un rostro habría que citar a Levinas, lo haremos en otra ocasión) y con eso basta para ignorarlos. La empatía suena muy bien, pero vale para los nuestros, los que reconocemos como los nuestros, relativamente asimilables a uno. Lo otro requiere de esa moral abierta que rebasa la insuficiente empatía, lo otro también requiere una dosis de abstracción, para incluir a los que están lejos, a los que te son ajenos o los que ni siquiera han llegado al mundo.

5. Digo abstracción porque la opción de Bergson es un aventón místico y ahí ya no juego, no porque desprecie ese juego sino porque nunca aprendí a jugarlo. Lo que no es ningún impedimento para acercarse a la obra de Bergson: William James tampoco le hacía a ese juego y no dejó de recomendar la obra de su colega francés desde que la conoció.

Y tampoco se trata de renunciar a la empatía. Don Henri rencunció a muchas cosas por morir con los suyos en la Francia ocupada. Renunció a sus reconocimientos académicos que le hubieran dado comodidades en la Francia de Vichy y la vivió como los demás judíos. Sus ideas lo acercaron a la conversión al catolicismo y desistió de ésta para no ser el renegado que marcaba su distancia en tiempos difíciles para los judíos de Francia.

Dejando esos tiempos dramáticos y volviendo al comediante C.K., ese juego y burla que le montó a su público no salieron de la nada. En la serie que escribe, dirige y protagoniza como una versión ficticia de sí (Louie, FX 2010-2013), dos veces se ha escapado de reuniones familiares para plantarse entre desconocidos (en una fiesta de cubanos en Miami y en una reunión de chinos a los que no les entendía nada). Y es que cansa ser siempre uno de los nuestros. Y qué fastidio, qué pinche, forjar las espadas con las que se jode a los otros en la misma fragua de la que sale el cariño a los nuestros.

3/12/2010

traje desastre

Siempre digo que si lo que ves en la televisión o en tu vecindario es un desastre natural, tu corazón se abre de par en par, en compasión con quienes están sufriendo, ya sea en Irak, en Irán o en Afganistán. Pero si es un acto de terrorismo, el corazón se contrae y quiere protegerse a sí mismo, a su propio vecindario, sociedad o nación, antes que preocuparse por lo que sucede más allá de esas fronteras. Entiendo totalmente esa inclinación, pero creo que es una forma peligrosa de reaccionar.


Palabras de David Sylvian en la Rockdelux 276. También veo diferencias claras en la reacción que se tiene ante un desastre natural y ante un desastre con culpables definidos, he escrito antes sobre eso (No es lo mismo enfrentar a Godzilla que enfrentar a un tsunami). La diferencia no está en la conclusión, sino que lo planteamos de formas distintas: yo explicaba que el desastre natural genera una respuesta dispersa (unos a saquear, otros a ayudar, etc) y el desastre con culpable definido genera una respuesta tan agresiva como unificada. El punto en que coincidirían el planteamiento de Sylvian y el mío sería "en un desastre natural los que ayudan lo hacen por un sentimiento sincero de compasión". Y claro, los que saquean lo hacen por un deseo sincero de salvar su pellejo jodiendo a los demás.

10/16/2009

preferimos víctimas con nombre y rostro

El año pasado comentábamos aquí las diferentes reacciones de una sociedad cuando se le pide actuar en conjunto. Decíamos que cuando percibe una amenaza dispersa y sin responsables definidos, la respuesta tiende a ser dispersa.

Cuando se responsabiliza directamente a un individuo o un grupo de individuos, la sociedad tiende a cerrar filas para enfrentarlos, así sea en el nivel de la simple adhesión moral.

El jueves, por la mañana, la atención de todos estaba en una bebé que había sido robada de un hospital y un niño que supuestamente se había ido volando en globo. Ambos casos atraparon miradas y generaron tensión en poco tiempo. En cuanto se sabe que hay crías en peligro, reaccionamos como una eficiente manada en alerta.

Pero así como preferimos enemigos con nombre y rostro definidos, también preferimos, sin notarlo, a víctimas con nombre y rostro definidos.

Los mexicanos que estábamos la mañana de jueves al pendiente de esas historias, somos los mismos que a diario despertamos en un país donde 3 de cada 10 niños padecen desnutrición. Eso no parece quitarnos el sueño. Son una muchedumbre, una abstracción hecha de millones de nombres. Nos es más difícil sentir que ahí tenemos una emergencia.

1/10/2008

no es lo mismo enfrentar a godzilla que enfrentar a un tsunami

1. En una ocasión anterior, entre otras cosas, mencionamos la falta de cohesión que puede padecer una sociedad ante ciertas adversidades. Cité a Russell: en tiempos de guerra la cohesión es espontánea e inevitable, nadie puede darse el lujo de odiar a su vecino. Sin embargo, vemos que ante catástrofes naturales no surge necesariamente ese sentimiento de unidad generalizado, y no falta quien se dedique al saqueo y el pillaje.

2. En un conflicto (armado, deportivo, vecinal) cada uno desea, naturalmente, la victoria de los suyos: su país, su equipo, su familia. Ahora bien, esos a quienes consideramos “los nuestros” pueden formar grupos de muy distinto tamaño y tipo, esa idea de pertenencia es bastante maleable.

Un ejemplo deportivo. Cada vez que el América visita Monterrey, los aficionados locales desean la ruina de los americanistas. Pero cuando esos mismos americanistas representan a México en la Selección Nacional (la expresión “el equipo de todos” no es gratuita) los fanáticos regiomontanos, como los de todo el país, desean que anoten en la portería contraria, la del extraño enemigo que osa profanar con sus tachones nuestra cancha. Así, un mismo jugador que en una situación es tenido por enemigo, y como tal se le desea lo peor, en otra puede ser el héroe de los nuestros, porque entre una y otra ocasión se ha ampliado esa noción de “los nuestros”.

No tenemos en esos casos un juicio definitivo sobre un individuo, cambiamos de parecer según si consideramos que éste nos representa o no. Vemos a esos “nuestros” como una extensión, una prótesis de nosotros mismos, de tal modo que algo de sus logros recaiga sobre nuestra persona. Se les ofrece apoyo, pero en el fondo se trata de un asunto de supremacía personal, una postura egoísta. ¿Despreciable? No. Permite cierta cohesión social, temporal pero en constante renovación. Favorece el progreso. Pero no por esas ventajas debemos olvidar que se trata de un asunto de supervivencia, apenas maquillado de civilización.

3. ¿Hay esperanza de que esa noción de “los nuestros” se amplíe a grupos cada vez más y más grandes? No, tiene límites. Es una moral cerrada que necesita de adversarios y víctimas, nunca podría incluir a todo ser humano dentro de un mismo grupo.

Tomemos por ejemplo la opinión del mexicano promedio con respecto a la migración a los Estados Unidos. Se considera una ofensa que se levante el muro fronterizo, y también los métodos que la border patrol practica con nuestros compatriotas. Pero cuando un centroamericano camino de los EU es identificado como ilegal en México, se le detiene y se le deporta expeditamente, tal como harían los estadounidenses, y nadie encuentra nada anormal en que así sea.

4. En palabras de Henri Bergson:

El instinto social que hemos encontrado en el fondo de una obligación social tiende siempre –siendo el instinto relativamente inmutable- a una sociedad cerrada, por vasta que sea… Pero en sí mismo no tiene en cuenta a la humanidad. Es que entre la nación, por grande que sea, y la humanidad, hay toda la distancia de lo definido a lo indefinido, de lo cerrado a lo abierto. Se suele decir que el aprendizaje de las virtudes cívicas se hace en la familia, y que del mismo modo el amor a la patria prepara para amar al género humano. Según esto nuestra simpatía se haría más extensa por un progreso continuo, aumentaría sin sufrir variación, y acabaría por abarcar a la humanidad entera… Partiendo del hecho de que los tres grupos a que podemos ligarnos comprenden un número creciente de personas, se llega por ello a la conclusión de que estas ampliaciones sucesivas del objeto amado corresponden simplemente a una dilatación progresiva del sentimiento… Pero entre la sociedad en que vivimos y la humanidad en general hay, lo repetimos, el mismo contraste entre lo cerrado y lo abierto; la diferencia entre los dos objetos es de naturaleza y no simplemente de grado… ¿Cómo no ver que la cohesión social es debida en gran parte a la necesidad que tiene la sociedad de defenderse contra otras, y a la de que se ame en primer lugar a los hombres con quienes se vive, contra todos los demás hombres. (tomado de Las dos fuentes de la moral y de la religión)


5. Por eso es más sencillo conseguir esa cohesión social cuando hay un enemigo a la vista. Y entre más atemorizador se presente al enemigo, o más antiguo sea el odio que se le tiene, mejor funcionará la lucha contra él como elemento unificador de un grupo. Pero esa moral hace corto circuito al enfrentarse a un fenómeno natural. Si la amenaza es una fuerza ciega de la naturaleza a la que no se puede “vencer”, sólo protegerse y sobrevivir, ¿a quién se le da prioridad? ¿Cada quien para sí mismo, o cada quién para el grupo? Como decíamos al principio y la semana anterior, aquí la respuesta no es tan uniforme como en los conflictos armados, y aparecen la rapiña y el acaparamiento.

6. No hace mucho veía por televisión El día después de mañana, película donde el calentamiento global ocupa el lugar de Godzilla y los extraterrestres, las amenazas que se cernían sobre la humanidad en las anteriores películas de Roland Emmerich. “¿Cómo puede terminar una película de Emmerich sin monstruos? ¿Contra quién van a pelear los gringos aquí?”, preguntó un amigo. Efectivamente, el film tiene un final deslucido: sigue a un pequeño grupo de personajes salvando su pellejo, simboliza una hecatombe con un par de ancianos que románticamente son cubiertos por la nieve e interrumpe su anécdota a sabiendas de que el desastre no termina ahí. No parece un final, no con los parámetros de Hollywood que pretende seguir.

No es cosa de culpar a Hollywood por nuestra miopía estética o moral. Al contrario: los filmes con villanos reventones funcionan porque desde antiguo hemos tenido una respuesta más emotiva y uniforme ante ellos que ante amenazas impersonales. Y, como apuntábamos la semana anterior, así nos ocurre tanto en los conflictos representados como en los reales. Y, faltaba más, es motivo para pintar los conflictos reales con los colores de la representación.

7. La Guerra Fría del siglo pasado era explicable por el temor mutuo a desencadenar un conflicto que sería devastador para ambos bloques y para el resto del mundo. Pero su larga duración sólo es explicable por lo útil que resultaba para los dos bandos a la hora de pacificar a sus respectivos pueblos. Estadounidenses y soviéticos tenían una población numerosa y variopinta, en un caso por la constante inmigración y en el otro por haber aglutinado bajo una misma bandera varias naciones. La posibilidad de un monstruo extranjero dispuesto a acabar con su modo de vida resultaba eficiente, unía por el temor y el odio lo que no podía unirse cultural o económicamente.

Sin ir tan lejos, los votantes de nuestras últimas elecciones presidenciales no estaban muy al tanto de los programas de cada candidato. El impulso que les mandaba a las urnas era detener a la “ultra-derecha” o al “peligro para México”. Es una representación, dramatizada, y funciona.

8. En tiempos menos gazmoños estos motores para cohesionar grandes masas eran reconocidos abiertamente. Y con buena pluma:
Sin esta violencia en los comportamientos, común a hombres y mujeres, sin un aditamento de fanatismo e intolerancia, no hay entusiasmo ni eficacia. Apuntamos por encima del blanco para dar en el blanco. Cada acto contiene algo de exageración y falsedad en sí mismo.
Emerson, Nature (1881).
De ningún modo Emerson desconocía los peligros del fanatismo, pero no estaba retratando una utopía, sino el modo en que efectivamente se conduce el mundo. El inconveniente, para los creadores de monstruos que espantan multitudes, es que aunque trabajen con representaciones, la gente exige que la solución se ocurra en el mundo real, no el simbólico. Si no, véase cómo la caza, humillación y muerte de Saddam Hussein, por espectacular que fuera, no cambió en nada la apreciación que se tenía de la invasión a Iraq dentro y fuera de EU. Y el inconveniente de los que son gobernados por creadores de monstruos es que cada vez que esa imagen falla, prestamente se fabrican otras nuevas.

1/04/2008

historias de un pendejo

“Una sociedad en que cada uno es esclavo de todos apenas es mejor que aquella en que cada uno es esclavo de un déspota” Bertrand Russell, Autoridad e individuo.


1. Durante el 2007 me llamaron pendejo dos veces. Bueno, seguramente ocurrió más veces, pero estoy contando cuando lo hicieron desconocidos, y en mi carota. Dirán que eso no es ningún récord, que hay gente que recibe más ofensas en un solo día, pero sucede que no soy árbitro de futbol, no conduzco ningún vehículo y tampoco soy padre de adolescentes, así que lo considero toda una hazaña. Y una perspectiva bastante triste, porque en ambas ocasiones merecí ese calificativo por negarme a tomar dinero ajeno.


2. La primera vez ocurrió en un cajero automático. Encontré una tarjeta dentro del aparato, pidiendo a beeps ser usada o extraída. La saqué y me asomé a la calle para buscar al dueño. Sólo encontré a un anciano que hacía fila detrás de mí, quien me preguntó qué pasaba. “Nada, dejaron una tarjeta dentro del cajero”. “¿Y estás buscando al dueño?” Torció la boca y masculló la palabra. “Pendejo”. No dijo más, pero su expresión podía traducirse como “me la hubieras dejado a mí”.

La segunda fue en un puesto de hamburguesas. El encargado era nuevo y estaba hecho un lío con las cuentas: me dio el cambio de un billete de 200 cuando yo le había dado uno de 100. Se lo hice ver y le devolví lo que le correspondía. El tipo sentado a un lado de mí volteó y, sin dejar de masticar su hamburguesa, me escupió un “pinche pendejo”.


3. Olvídense de los funcionarios acusados de peculado, del criminal perseguido en varios países, del prestamista alevoso. Cualquier hijo de vecina piensa igual que ellos: “hay que tomar todo lo posible”. Lo curioso es que esos mismos hijos de vecina piden que rueden las cabezas de los funcionarios, criminales y prestamistas alevosos. Me consolaría pensar que me han tocado malos casos, que una encuesta amplia arrojaría otro perfil de nuestros coetáneos, pero es difícil albergar esperanzas.

En el 2006 se realizó la Encuesta Nacional sobre Lectura: los índices de lectura descubiertos no tenían nada sorprendente, las excusas fueron lo interesante. La mayoría de los mexicanos dijo no leer por carecer de tiempo, pero afirmó que los demás no leían por flojos. “Yo tengo motivos, los demás están mal”. Hasta ahí llega la cohesión de nuestra sociedad.

Decía Russell que en tiempos de paz podemos permitirnos odiar a nuestros vecinos, que en la guerra nadie puede darse ese lujo. No es posible no amarlos, todo mundo se siente unido frente a un mal mayor. Guerra no hemos tenido, pero durante las catástrofes climatológicas de los últimos años hemos visto cómo son saqueadas las casas abandonadas, y cómo provisiones recolectadas terminaron acaparadas por caciques locales. Hasta ahí nuestra cohesión frente a la adversidad. Imagino que a los ojos de esos caciques los que recolectaban los víveres eran sus pendejos.

4. Lo ingenuo sería pensar que esta situación es particular de nuestro lugar y tiempo. Lo cierto es que este gandallismo ha ido y venido por toda la historia de la humanidad. Por lo pronto, mientras sonaban las primeras campanadas del 2008, pedí tres deseos: quiero aumentar de peso, permanecer soltero y, sobre todo, seguir siendo un pendejo. Y espero que ustedes también.



Encuesta Nacional de Lectura 2006 (¡Eso respondieron, en serio! Ver páginas 43 y 45).