La música contemporánea se tomó mucho tiempo para ver al sintetizador modular como una tradición y formato a explotar, y ya no a rescatar, descubrir, mostrar en el museo como el futuro que no fue, citar como rareza simpática o como vicio de ociosos. Que alguien pudiera estudiar música y un día acercarse al modular igual que si fuera una Fender o un Steinway. Eso fue lo que hizo Caterina Barbieri.
Barbieri estudió guitarra clásica en el Conservatorio de Boloña y en 2013 tuvo su primer contacto con un Buchla 200. Aplicó al sintetizador modular lo que tenía aprendido sobre minimalismo y música generativa y para 2014 ya había publicado el caset Vertical, al que seguirían los tres álbumes que la han hecho invitada obligada de cualquier estación o evento que pretenda saber qué suena hoy.
Los primeros entrevistadores que la buscaron le soltaban preguntas sobre el equipo y la experimentación. Ella se quedaba con la cara que te hubiera puesto Paco de Lucía si le hubieran preguntado "¿y qué se siente tocar un instrumento de cuerda?" Es una compositora trabajando dentro de una tradición y si de algo va a hablar será de intenciones y composición. Tampoco es seguro que se vaya a quedar cómoda en un sitio: cuando la invitan a radio programa a Steve Reich junto a Placebo y Bach.
Escuchando "Fantas", el primer track del último álbum, dan muchas ganas de que su carrera esté anunciando el inicio de algo, algo que lleva medio siglo en vilo y que ojalá, ojalá esta vez sí, sea la nueva normalidad.
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5/25/2019
12/03/2018
si se trata de eso, no
Eran los mayores los que escuchaban la música sentados, ya fuera en la butaca del teatro, el sillón frente a la radio o la banca cerca del kiosko. Los jóvenes usaban la música para bailar, y esta música podía no tener letra o tener la mínima necesaria para anunciar su presencia. Pennsylvania, six, five-thousand!
El baile siguió cumpliendo esas funciones hasta que algo se rompió en los años setenta. El cambio de facha y ocupación que tuvo Brian Eno entre 1972 y 1975 debería haber advertido al mundo.
Lo que no habían conseguido generaciones de señores espantados ocurrió como un inside job. Una parte de los jóvenes, que ya llevaban tiempo escuchando la música en audífonos o en compartimentos herméticos, decidió que la música popular para bailar era basura. Lo dijeron en voz alta y luego siguieron escuchando una canción de veinte minutos de guitarras y con letra abstrusa.
En Latinoamérica, donde la música popular global llegaba con retraso y filtrada, el rechazo fue doble o triple. Una parte de los jóvenes dijo en voz alta que la música para bailar local era además inculta y retrógrada. Y, aunque ahí se tenía acceso a menos canciones de veinte minutos de guitarras y con letra abstrusa, eso fue precisamente lo que se pusieron a escuchar luego de soltar su condena.
El resto de los jóvenes no se dejó arredrar. En los setenta en el norte de Inglaterra estaban bailando soul. Lo hacían en viejos salones y durante la noche entera, y mientras más viejo y más desconocido fuera el soul, mejor. En México varios que comenzaron esa década haciendo rock la terminaron como conversos de la tropicalia. También el señor que llegó a dar un concierto para 400 mil personas era un prófugo del rock.
Eran mundos alternos coexistiendo. En uno a la polka, el vals y las grandes bandas había seguido el rock (que también se bailaba) y lo siguieron más músicas para bailar. En el otro, el público del rock y sus satélites se quedaron en un universo de bolsillo desde donde rechazaban casi todo lo demás. O lo rechazaban hasta que se los presentaran en un modo que les pareciera tolerable.
Se decía con orgullo "disco sucks" y se quemaron álbumes de esa música en público, como si fuera un ritual para liberar a los suburbios del pecado. Y más o menos eso se siguió diciendo de cada música que tenía como objetivo principal hacer bailar.
A fines de siglo parecía que que ese rechazo ya había aburrido y se podía pasar a otras cosas, pero el avance nunca fue completo. No ayudaba que a la nueva camada de estrellas pop les estuvieran haciendo canciones unos señores rockistas nórdicos. Y ahora pensaríamos que esos problemas son todavía más viejos y aburren más que nunca pero varias reacciones de las últimas semanas dejan ver que seguimos en las mismas.
Hay una frase que se atribuye a Emma Goldman, "si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". Goldman no lo dijo de esa forma sucinta, pero lo que sí dijo nos es más útil y pertinente. Está en el capítulo siete de Living my Life, su autobiografía, y va así:
El baile siguió cumpliendo esas funciones hasta que algo se rompió en los años setenta. El cambio de facha y ocupación que tuvo Brian Eno entre 1972 y 1975 debería haber advertido al mundo.
Lo que no habían conseguido generaciones de señores espantados ocurrió como un inside job. Una parte de los jóvenes, que ya llevaban tiempo escuchando la música en audífonos o en compartimentos herméticos, decidió que la música popular para bailar era basura. Lo dijeron en voz alta y luego siguieron escuchando una canción de veinte minutos de guitarras y con letra abstrusa.
En Latinoamérica, donde la música popular global llegaba con retraso y filtrada, el rechazo fue doble o triple. Una parte de los jóvenes dijo en voz alta que la música para bailar local era además inculta y retrógrada. Y, aunque ahí se tenía acceso a menos canciones de veinte minutos de guitarras y con letra abstrusa, eso fue precisamente lo que se pusieron a escuchar luego de soltar su condena.
El resto de los jóvenes no se dejó arredrar. En los setenta en el norte de Inglaterra estaban bailando soul. Lo hacían en viejos salones y durante la noche entera, y mientras más viejo y más desconocido fuera el soul, mejor. En México varios que comenzaron esa década haciendo rock la terminaron como conversos de la tropicalia. También el señor que llegó a dar un concierto para 400 mil personas era un prófugo del rock.
Eran mundos alternos coexistiendo. En uno a la polka, el vals y las grandes bandas había seguido el rock (que también se bailaba) y lo siguieron más músicas para bailar. En el otro, el público del rock y sus satélites se quedaron en un universo de bolsillo desde donde rechazaban casi todo lo demás. O lo rechazaban hasta que se los presentaran en un modo que les pareciera tolerable.
Se decía con orgullo "disco sucks" y se quemaron álbumes de esa música en público, como si fuera un ritual para liberar a los suburbios del pecado. Y más o menos eso se siguió diciendo de cada música que tenía como objetivo principal hacer bailar.
A fines de siglo parecía que que ese rechazo ya había aburrido y se podía pasar a otras cosas, pero el avance nunca fue completo. No ayudaba que a la nueva camada de estrellas pop les estuvieran haciendo canciones unos señores rockistas nórdicos. Y ahora pensaríamos que esos problemas son todavía más viejos y aburren más que nunca pero varias reacciones de las últimas semanas dejan ver que seguimos en las mismas.
Hay una frase que se atribuye a Emma Goldman, "si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". Goldman no lo dijo de esa forma sucinta, pero lo que sí dijo nos es más útil y pertinente. Está en el capítulo siete de Living my Life, su autobiografía, y va así:
...un joven me llevó aparte. Con rostro severo, como si estuviera por anunciar la muerte de un camarada querido, me susurró que no se veía bien que una agitadora bailara. No con ese abandono y descuido, en todo caso. Que era indigno de alguien en camino de ser una fuerza del movimiento anarquista. Que mi frivolidad sólo podia lastimar a La Causa. Me enfureció su impertinencia. Le dije que se ocupara de lo suyo, estaba cansada de que me restregaran La Causa en la cara. No podía creer que una causa con tan bello ideal, de liberación de las convenciones y prejuicios, negara la vida y el gozo. Le dije que La Causa no podía consistir en que yo me convirtiera en una monja y que el movimiento se transformara en un convento. Si se trata de eso, no lo quiero.
10/02/2018
liminares
En el siglo pasado pasado gustaban de comentar la música popular a partir del mito. Otro modo de acercarse a los pasados y presentes de la música consiste en buscar sus intersticios, sus lugares liminares, los puntos en donde se deja contaminar y alimentar por el todo a su alrededor. Donde la canción (en su sentido más amplio) reconoce a sus autores (en el sentido más amplio).
En el reportaje “Life Before Alice” (The Quietus), Mark Andrews se las arregla para contar cierto modo de vida en el Leeds de fines de los setenta y hacerlo pasar por un artículo sobre los orígenes de The Sisters of Mercy.
Habla de cómo el único integrante fijo de Sisters y uno de Mekons perdían el tiempo en un departamento encima de un bar, el bar donde Claire, la novia del primero, hacía de DJ. En ese departamento veían retransmisiones de Doctor Who en un aparato en blanco y negro, en lo que llegaba la hora de bajar al bar. La gente que rodeaba al de Sisters ni sabía que él hacía música. La música fue algo que llegó como un residuo de esas tardes frente a la TV esperando la hora de la primera cerveza.
“Death Metal and the Indian Identity”, de Akshay Ahuja, fue publicado hace diez años en Guernica Magazine. Contrario a lo que sugiere el título, el artículo va sobre cómo en cierta parte de India no había entonces una “música identitaria”. El autor acompaña a un amigo a un festival en Bangalore, para descubrir que en esos lugares presentan bandas que tocan covers de Judas Priest, The Doors y Led Zeppelin. Algunas de las bandas tocaron apenas dos canciones, y al menos una se disculpó por no haber ensayado.
El amigo de Bangalore le explica que ahí no creen en la “música identitaria”, que no les importa especialmente ningún estilo. “Para Pradyum esto no era evidencia de una mente abierta, o de disfrutar al máximo una cultura híbrida; él pensaba que la disponibilidad india para adoptar todo era una forma de frivolidad”. En esa ciudad muchos jóvenes vivían con los horarios de las empresas inglesas para las que trabajaban a distancia, y pasaban sus días libres en eventos de ese tipo.
El artículo de Andrews se trata de canciones hechas casi sin querer, en las horas muertas de un grupo de gente que en realidad no tenía horas activas. En el artículo de Ahuja trata de masas de gente que se reúnen a escuchar canciones que no los unen de un modo particular, en una ciudad que vive con horarios prestados.
En otros casos se escapa de los mitos principales sobre-identificándose con algo que no es relevante para el resto del mundo. Ahí está la popularidad masiva de la banda inglesa The Wild Swans en Filipinas, o la importancia del jangle pop en Indonesia. Deslindarse de identidades, o abrazar ferozmente una identidad que según el consenso no debería encajar con la del lugar. Recuerda ese modo, descrito tanto por Michèle Petit como por Gabriel Josipovici, en que los países árabes leen a Proust con un placer difícil de encontrar en el resto del planeta.
En el reportaje “Life Before Alice” (The Quietus), Mark Andrews se las arregla para contar cierto modo de vida en el Leeds de fines de los setenta y hacerlo pasar por un artículo sobre los orígenes de The Sisters of Mercy.
Habla de cómo el único integrante fijo de Sisters y uno de Mekons perdían el tiempo en un departamento encima de un bar, el bar donde Claire, la novia del primero, hacía de DJ. En ese departamento veían retransmisiones de Doctor Who en un aparato en blanco y negro, en lo que llegaba la hora de bajar al bar. La gente que rodeaba al de Sisters ni sabía que él hacía música. La música fue algo que llegó como un residuo de esas tardes frente a la TV esperando la hora de la primera cerveza.
“Death Metal and the Indian Identity”, de Akshay Ahuja, fue publicado hace diez años en Guernica Magazine. Contrario a lo que sugiere el título, el artículo va sobre cómo en cierta parte de India no había entonces una “música identitaria”. El autor acompaña a un amigo a un festival en Bangalore, para descubrir que en esos lugares presentan bandas que tocan covers de Judas Priest, The Doors y Led Zeppelin. Algunas de las bandas tocaron apenas dos canciones, y al menos una se disculpó por no haber ensayado.
El amigo de Bangalore le explica que ahí no creen en la “música identitaria”, que no les importa especialmente ningún estilo. “Para Pradyum esto no era evidencia de una mente abierta, o de disfrutar al máximo una cultura híbrida; él pensaba que la disponibilidad india para adoptar todo era una forma de frivolidad”. En esa ciudad muchos jóvenes vivían con los horarios de las empresas inglesas para las que trabajaban a distancia, y pasaban sus días libres en eventos de ese tipo.
El artículo de Andrews se trata de canciones hechas casi sin querer, en las horas muertas de un grupo de gente que en realidad no tenía horas activas. En el artículo de Ahuja trata de masas de gente que se reúnen a escuchar canciones que no los unen de un modo particular, en una ciudad que vive con horarios prestados.
En otros casos se escapa de los mitos principales sobre-identificándose con algo que no es relevante para el resto del mundo. Ahí está la popularidad masiva de la banda inglesa The Wild Swans en Filipinas, o la importancia del jangle pop en Indonesia. Deslindarse de identidades, o abrazar ferozmente una identidad que según el consenso no debería encajar con la del lugar. Recuerda ese modo, descrito tanto por Michèle Petit como por Gabriel Josipovici, en que los países árabes leen a Proust con un placer difícil de encontrar en el resto del planeta.
6/07/2018
los vehículos de la canción
No escuchamos música en el vacío. Le hacemos historias que le den contexto, historias que pueden terminar teniendo una vida propia.
Las historias de los idols del kpop suelen ser tan parcas como sus videos son vistosos. “Baila desde pequeño” y “encontró grupo luego de muchas audiciones”. Y no se acostumbra que opinen sobre nada que no sea su trabajo. Los de BTS, el grupo que consiguió ese número uno, son más elocuentes y en sus videos hay claves para desmenuzar.
Así que, a diferencia de sus colegas, hay más historias qué contar sobre ellos, y el público masivo global adora eso. Lo adora a tal grado que esas historias llegan a tener una vida propia, independiente de las canciones y de las personas que sirven de vehículo a esas canciones. Pueden llegar a ser el vehículo principal de las canciones.
Esa frase pegada en su guitarra es una declaración de principios buenísima. Tan buena que hace que olvidemos que Guthrie era ambivalente en ese asunto de combatir fascistas, como lo ha explicado Greil Marcus en varias ocasiones:
El artículo cuenta cómo una banda armada por el productor Michael Viner grabó una versión de “Apache” que terminaría siendo la fuente de samples favorita del hip-hop. Es más una historia de las peculiares personas que participaron en la grabación, ese tipo de personajes en los que se ceba Adam Curtis al analizar la ideología californiana, hecha a partes iguales de innovación y venta de humo. Viner es el ejemplo perfecto de ambas cosas: fue de los primeros en vender audiolibros, también inició su carrera en el entretenimiento con un LP de “grandes éxitos” de Marcel Marceau.
Eso en el artículo. Al documental, que es la versión más conocida de esta historia, le falta poco para decir que Viner inventó el hip-hop.
Son unas pocas palabras y un gesto pero hay mucho en juego en esa representación: tal como esta historia se cuenta en torno a las fogatas, Wilson requería de mucho tiempo en el estudio por lo innovadora que era su música. Si le preguntan a Carol, ella sigue segura de que se debió a las limitaciones que tenía Brian para comunicar sus ideas.
BTS en el número uno de Billboard
En 2018 por primera vez hubo un álbum de kpop en el número uno en Billboard y lo raro era que fuera la primera vez, con lo popular que es el kpop en el mundo y los años que lleva así.Las historias de los idols del kpop suelen ser tan parcas como sus videos son vistosos. “Baila desde pequeño” y “encontró grupo luego de muchas audiciones”. Y no se acostumbra que opinen sobre nada que no sea su trabajo. Los de BTS, el grupo que consiguió ese número uno, son más elocuentes y en sus videos hay claves para desmenuzar.
Así que, a diferencia de sus colegas, hay más historias qué contar sobre ellos, y el público masivo global adora eso. Lo adora a tal grado que esas historias llegan a tener una vida propia, independiente de las canciones y de las personas que sirven de vehículo a esas canciones. Pueden llegar a ser el vehículo principal de las canciones.
Woody Guthrie: This Machine Kills Fascists
Es casi físicamente doloroso repasar la vida de Woody Guthrie. Cada persona que estuvo cerca de ese hombre lo recuerda como una garantía de desastre y daño. Con todo, hay una frase que ahora cifra su persona, por encima de sus canciones y por encima de su calamitosa vida: “esta máquina mata fascistas”.Esa frase pegada en su guitarra es una declaración de principios buenísima. Tan buena que hace que olvidemos que Guthrie era ambivalente en ese asunto de combatir fascistas, como lo ha explicado Greil Marcus en varias ocasiones:
En los años treinta, junto con Pete Seeger, Guthrie escribió canciones pacifistas denunciando la intervención estadounidense contra Hitler, cuando el pacto entre Hitler y Stalin estaba en vigor y ésa era la línea del Partido Comunista; tan pronto Hitler invadió la Unión Soviética y esa línea cambió, Roosevelt y Churchill, antes presentados como carniceros y mentirosos, debieron ser convertidos en héroes acompañando a Stalin. Esa forma de venderse (venderse a sí mismo y a su canción a la causa que parecía necesitarla más que él) fue constante en Guthrie. Notes on Woody Guthrie’s Mermaid Avenue.
Michael Viner y el documental Sample This
El artículo “All Rise for the National Anthem of Hip-Hop” (The New York Times, 29 de octubre de 2006) y el documental Sample This (Forrer, 2012) comparten anécdota pero cuentan historias diferentes.El artículo cuenta cómo una banda armada por el productor Michael Viner grabó una versión de “Apache” que terminaría siendo la fuente de samples favorita del hip-hop. Es más una historia de las peculiares personas que participaron en la grabación, ese tipo de personajes en los que se ceba Adam Curtis al analizar la ideología californiana, hecha a partes iguales de innovación y venta de humo. Viner es el ejemplo perfecto de ambas cosas: fue de los primeros en vender audiolibros, también inició su carrera en el entretenimiento con un LP de “grandes éxitos” de Marcel Marceau.
Eso en el artículo. Al documental, que es la versión más conocida de esta historia, le falta poco para decir que Viner inventó el hip-hop.
Brian Wilson y Carol Kaye
En Love & Mercy (Pohlad, 2014) vemos a Carol Kaye y Brian Wilson en el estudio. Carol le hace ver que algo no funciona en la instrumentación, Brian responde “pues en mi cabeza funciona” y ella termina asintiendo, como reconociendo el genio de Wilson.Son unas pocas palabras y un gesto pero hay mucho en juego en esa representación: tal como esta historia se cuenta en torno a las fogatas, Wilson requería de mucho tiempo en el estudio por lo innovadora que era su música. Si le preguntan a Carol, ella sigue segura de que se debió a las limitaciones que tenía Brian para comunicar sus ideas.
3/22/2018
inoyama land - danzindan pojidon
En esta historia hay nombres sonados y carreras largas, pero Danzindan-Pojidon fue el único álbum que Inoyama Land publicó en los ochenta, en un sello que sólo existió de 1982 a 1985.
Yen Records era el canal que usaban los Yellow Magic Orchestra para producir álbumes de sus amigos. En este caso se trata de un álbum de ambient con impecable y subacuática (más sobre eso en un momento) producción de Haruomi Hosono. La banda son dos ex Hikashu, un acto que sigue vivo y tiene un par de covers de Kraftwerk en su historial.
Inoyama Land son Makoto Inoue y Yasushi Yamashita, quienes no volverían a presentar música con ese nombre hasta los noventa. La música de este álbum de 1983 recuerda la sencillez y limpidez de Watering a Flower (música que Hosono hizo por encargo de la tienda Muji en 1984), apenas con un poco más de melodía.
Algunos sonidos fueron pasados por agua, proceso que se realizó entre enero de 1982 y enero de 1983 en el estudio privado Kichijogi & Yugaware. Bocinas con cubiertas plásticas fueron colocadas en un tanque lleno de agua y el sonido con ese "water delay" fue registrado por un micrófono. El resultado fue mezclado con la grabación original y así surgieron los tracks "Pokala", "Glass Chaim", "Mizue", "Meine Reflexion" y "8:31". Las gráficas que acompañaban al LP sugieren una conexión entre cada título y partes de una isla con montañas, cavernas y un río subterráneo.
Incluí títulos en el párrafo anterior sólo para registrar en qué partes se había usado el water delay. No escucho este álbum atendiendo a tracks y creo nunca lo he escuchado una sola vez, cada ocasión ha sido de dos o tres escuchas seguidas. Es una sugerencia típica en YouTube al escuchar a Midori Takada o Mkwaju Ensemble, y Zack Cowie lo incluyó en un set para Red Light Radio.
Yen Records era el canal que usaban los Yellow Magic Orchestra para producir álbumes de sus amigos. En este caso se trata de un álbum de ambient con impecable y subacuática (más sobre eso en un momento) producción de Haruomi Hosono. La banda son dos ex Hikashu, un acto que sigue vivo y tiene un par de covers de Kraftwerk en su historial.
Inoyama Land son Makoto Inoue y Yasushi Yamashita, quienes no volverían a presentar música con ese nombre hasta los noventa. La música de este álbum de 1983 recuerda la sencillez y limpidez de Watering a Flower (música que Hosono hizo por encargo de la tienda Muji en 1984), apenas con un poco más de melodía.
Algunos sonidos fueron pasados por agua, proceso que se realizó entre enero de 1982 y enero de 1983 en el estudio privado Kichijogi & Yugaware. Bocinas con cubiertas plásticas fueron colocadas en un tanque lleno de agua y el sonido con ese "water delay" fue registrado por un micrófono. El resultado fue mezclado con la grabación original y así surgieron los tracks "Pokala", "Glass Chaim", "Mizue", "Meine Reflexion" y "8:31". Las gráficas que acompañaban al LP sugieren una conexión entre cada título y partes de una isla con montañas, cavernas y un río subterráneo.
Incluí títulos en el párrafo anterior sólo para registrar en qué partes se había usado el water delay. No escucho este álbum atendiendo a tracks y creo nunca lo he escuchado una sola vez, cada ocasión ha sido de dos o tres escuchas seguidas. Es una sugerencia típica en YouTube al escuchar a Midori Takada o Mkwaju Ensemble, y Zack Cowie lo incluyó en un set para Red Light Radio.
1/30/2018
dejar la ocasión
Ese día, Geeta Dayal preguntó si alguien tenía opiniones para los artículos que preparaba. Era 24 de enero y era a propósito de la muerte de Mark E. Smith. Leyendo el tweet sabía que quería esperar varios días para leer los artículos. Que quizá no los leería.
Lo mismo había pasado cuando murió Don Buchla. Ella buscó entrevistables y horas después The Guardian sacó la nota con varios errores que la autora nunca habría cometido. Algunos de los entrevistables se reportaron cuando la nota ya estaba en línea y hubo que agregar sus palabras después.
¿Por qué sigue habiendo prisa en estos casos?
Autoras como Dayal tienen toda una carrera con sus temas. Los entrevistados tenían toda una carrera usando las máquinas de Buchla, también opinando ocasionalmente sobre las máquinas y su inventor. Lo que pudiera decirse se había dicho antes y con más calma. Lo único nuevo era que Don Buchla había dejado de vivir.
La prisa del obituario existe desde que hay obituarios. Por algo se hacían bosquejos de obituarios de la gente muy conocida o de los que, en opinión de las redacciones de los diarios, ya andaban viviendo tiempos extras. Se hacían esos bosquejos con todo y el riesgo de publicarlos prematuramente, cosa que también pasa desde que hay obituarios.
En otros momentos esos periódicos o revistas se habían ocupado del muerto, pero el día de la muerte esas páginas antiguas estaban en el cajón del autor, en la cochera de algún hoarder o en la colección de recortes del fanático. En cualquiera de esas hemerotecas alternativas, pero no en la edición del día, así que había que contar de nuevo las hazañas del muerto.
Cuando ocurre en The Guardian o Billboard entiendo que es inercia. En medios nativos digitales, como The Quietus, la práctica va perdiendo fuerza. Se anuncia la muerte en la sección de noticias, en pocas líneas, y se guía al lector hacia lo que han escrito antes sobre el muerto. Otro tanto hace Rockdelux, que de nativos digitales no tienen nada pero siempre habían sido prácticos al respecto, con la concisa sección “Fuera de juego” en la versión impresa, y haciendo repasos de año cuando realmente ha terminado el año.
Falta ver si en tiempos próximos seguiremos teniendo cualquier forma de obituario. Ver si no era una forma propia de los tiempos de carestía de información. Si con toda la vida del sujeto divulgada sería mejor no agregar nada el día que muere (y quizá sí un año después o quizá no, nunca). Si nos siguen haciendo gracia esas vidas peculiares o si decidimos colectivamente que se trataba de unos insufribles y sólo queremos conservar sus obras. Ver si sigue habiendo obras.
Dudo más sobre el rumbo que tomarán estas cosas por otra muerte reciente, la de la escritora Ursula K. Le Guin. The Paris Review pidió unas palabras al respecto a Neil Gaiman y lo que Gaiman entregó es una versión apagada de lo que ya había dicho frente a Le Guin en la entrega del National Book Award. Bastaba poner vínculos a las discusiones, entrevistas y pláticas para recordarla. Se llevan vidas bastante públicas y los registros suelen quedar al alcance de la mano. La nota sentida/biográfica se siente rara ahora.
Por otro lado, queremos seguir leyendo a Geeta Dayal y a un puñado de sus colegas, que necesitan pagos por artículo para seguir escribiendo (y viviendo). Quizá sólo es cosa de que les encarguen artículos a fondo, planeados y con tiempo, en vida de los articulados. Y no sólo notas fúnebres. Ya dejar la ocasión.
Lo mismo había pasado cuando murió Don Buchla. Ella buscó entrevistables y horas después The Guardian sacó la nota con varios errores que la autora nunca habría cometido. Algunos de los entrevistables se reportaron cuando la nota ya estaba en línea y hubo que agregar sus palabras después.
¿Por qué sigue habiendo prisa en estos casos?
Autoras como Dayal tienen toda una carrera con sus temas. Los entrevistados tenían toda una carrera usando las máquinas de Buchla, también opinando ocasionalmente sobre las máquinas y su inventor. Lo que pudiera decirse se había dicho antes y con más calma. Lo único nuevo era que Don Buchla había dejado de vivir.
La prisa del obituario existe desde que hay obituarios. Por algo se hacían bosquejos de obituarios de la gente muy conocida o de los que, en opinión de las redacciones de los diarios, ya andaban viviendo tiempos extras. Se hacían esos bosquejos con todo y el riesgo de publicarlos prematuramente, cosa que también pasa desde que hay obituarios.
En otros momentos esos periódicos o revistas se habían ocupado del muerto, pero el día de la muerte esas páginas antiguas estaban en el cajón del autor, en la cochera de algún hoarder o en la colección de recortes del fanático. En cualquiera de esas hemerotecas alternativas, pero no en la edición del día, así que había que contar de nuevo las hazañas del muerto.
Cuando ocurre en The Guardian o Billboard entiendo que es inercia. En medios nativos digitales, como The Quietus, la práctica va perdiendo fuerza. Se anuncia la muerte en la sección de noticias, en pocas líneas, y se guía al lector hacia lo que han escrito antes sobre el muerto. Otro tanto hace Rockdelux, que de nativos digitales no tienen nada pero siempre habían sido prácticos al respecto, con la concisa sección “Fuera de juego” en la versión impresa, y haciendo repasos de año cuando realmente ha terminado el año.
Falta ver si en tiempos próximos seguiremos teniendo cualquier forma de obituario. Ver si no era una forma propia de los tiempos de carestía de información. Si con toda la vida del sujeto divulgada sería mejor no agregar nada el día que muere (y quizá sí un año después o quizá no, nunca). Si nos siguen haciendo gracia esas vidas peculiares o si decidimos colectivamente que se trataba de unos insufribles y sólo queremos conservar sus obras. Ver si sigue habiendo obras.
Dudo más sobre el rumbo que tomarán estas cosas por otra muerte reciente, la de la escritora Ursula K. Le Guin. The Paris Review pidió unas palabras al respecto a Neil Gaiman y lo que Gaiman entregó es una versión apagada de lo que ya había dicho frente a Le Guin en la entrega del National Book Award. Bastaba poner vínculos a las discusiones, entrevistas y pláticas para recordarla. Se llevan vidas bastante públicas y los registros suelen quedar al alcance de la mano. La nota sentida/biográfica se siente rara ahora.
Por otro lado, queremos seguir leyendo a Geeta Dayal y a un puñado de sus colegas, que necesitan pagos por artículo para seguir escribiendo (y viviendo). Quizá sólo es cosa de que les encarguen artículos a fondo, planeados y con tiempo, en vida de los articulados. Y no sólo notas fúnebres. Ya dejar la ocasión.
12/15/2017
al rescate de los discos de pasta, acetato y vinilo
La música que estuvo olvidada en desvanes tiene ahora más público que nunca. Estos son tres proyectos dedicados a hacer sonar esa música grabada en pasta, acetato y vinilo.
La tarea más ambiciosa de George Blood se llama The Great 78 Project y ha sido comisionada por The Internet Archive. Pepenando en colecciones particulares, bibliotecas y estaciones de radio consiguieron 250 mil de estos discos (cada uno con una canción por cara), de los cuales han digitalizado más de 25 mil. El conteo avanza cada hora y pueden seguirlo al momento en Twitter. En su destino final, The Internet Archive, las canciones están organizadas por número de reproducciones, es un hit parade decidido por una generación bisnieta de la que hizo las canciones. Ahí podemos ver que la más escuchada es “The Happy Monster”, de Chubby Jackson y su orquesta. La siguen de cerca versiones de “You Are my Sunshine”, “House of the Rising Sun” y algo llamado “I Want A Hippopotamus For Christmas”. Así describen este proyecto:
Uno de los ejemplos que usa The Internet Archive para explicar la importancia del proyecto es la carrera de Aileen Stanley. Esta cantante vendió 25 millones de discos en los años veinte pero sólo unas pocas de esas canciones se habían rescatado digitalmente, dando una idea de con qué facilidad hasta un registro con copias abundantes puede perderse.
El archivo insiste en cómo el proyecto ayudaría a investigadores. Considerando la edad de estas grabaciones también pueden verlo como una plétora de samples para usar legalmente en nueva música.
Si no han visitado recientemente The Internet Archive, aprovechen para ver el estado actual de su servicio Open Library. Ha dejado de tener únicamente libros del dominio público para convertirse en una verdadera biblioteca global, con títulos recientes en préstamo sin ninguna restricción de nacionalidad o motivos.
Este sello despidió el fatídico 2016 con The World Is Going Wrong, una antología que tiene en la portada un pino navideño en llamas. La hoja de prensa la describe como “el regalo perfecto para el amigo insondablemente deprimido por el estado de la humanidad”. No era la primera vez: el año anterior lo cerraron publicando Death May Be Your Christmas Gift.
El nombre del sello proviene de una canción del Down In The Groove, uno de los álbumes peor recibidos de Bob Dylan, y es quizá la única de sus canciones que es más recordada con otro intérprete: Nick Cave, en Murder Ballads*.
Este nombre ya adelanta varias cosas. Alude a algo ya ocurrido pero que pervive, lleva un dejo de espiritualidad y, ya que también nos remite a ese álbum de Cave, tiene algo de vida a trasmano. Después de todo, en su catálogo está la música de prisioneros recuperada por Harry Oster y Alan Lomax.
El principal interés de DINTE es la música que ya era antigua cuando fue registrada por musicólogos y folcloristas, como las grabaciones que Frederic Ramsey hizo del blues de Horace Sprott, las de R. Gordon Wasson con María Sabina, o la antología de cueca que Violeta Parra hizo en 1959.
DINTE es una labor del londinense Luke Owen y existe desde el verano de 2014. Publica principalmente en caset, si bien todo el catálogo puede escucharse en Bandcamp y cuenta con un programa de radio mensual.
En una entrevista con Ransom Note, Owen explicó que su interés no es el de un audiófilo, que prefiere las imperfecciones de una grabación de campo o el crepitar de la pizarra. No todo lo que ha sacado DINTE es del continente Americano o de otra generación. Desde 2016 publica a una banda nueva, East of the Valley Blues, que son unos gemelos de Toronto bajo la influencia de John Fahey, y también tiene dos antologías de Ored Recordings, sello ruso dedicado a la música tradicional del Cáucaso. Pareciera que la única regla es no publicar nada de su tierra, Inglaterra. Por lo pronto yo estoy esperando su antología navideña de 2017. A como estuvo el año espero algo igual de devastador que The World Is Going Wrong.
Son modos de presentar música diametralmente opuestos a las recomendaciones automatizadas. En lugar de “más de lo que te gusta” es “más de todo, incluyendo eso de lo que no tenías idea”. Varios de los ejemplos comentados se prestan a inmersiones de horas y días. Una aproximación para gente con prisa es Magic Transistor. Su sitio tiene cuatro estaciones que no dejan de soltar música todo el día, pero esta música no está dividida en programas.
Cada canción ha pasado por un filtro humano, el de Ben Ruhe y sus colaboradores. La función de estos filtros es encontrar canciones interesantes y no los arredra el género musical, la fecha de grabación o la popularidad de la canción.
Eso último puede entenderse como una preferencia por las curiosidades, pero lo cumplen en todo sentido: no te extrañe encontrar una canción popular en medio de un cóver desmadrado y cosas sacadas de debajo de las piedras.
El pasado de Ben Ruhe está en las artes plásticas y el diseño gráfico. Preparaba este tipo de selecciones para trabajar o para hacerlas sonar en galerías. De ahí se convirtieron en playlists de YouTube, para terminar tomando la forma de Magic Transistor en 2011.
Este sitio es un misterio a la vista de todo mundo. Cada tanto se le dedican artículos (como está ocurriendo aquí) pero por alguna razón no termina de convertirse en un favorito de cientos de miles. Rara que es la gente, pues.
Es muy buena opción para ponerse a trabajar, también para dejar de fondo en una reunión o un establecimiento. O para dejarla a la mano de niños y estudiantes. Una buena introducción a lo que el mundo estuvo haciendo en el siglo pasado.
Según la descripción del sitio, sus intereses son los “artefactos de excepcional importancia cultural; organizar y diseminar música interesante… usando grabaciones clásicas y raras, también digitalizando discos de vinil descatalogados, manteniendo altos estándares de calidad de audio”. Sus colaboradores están en Nueva York, San Francisco y Londres, pero nunca sobran selectores así que invitan a cualquiera a colaborar.
*Una actividad excelente para borracheras solitarias es improvisarle estrofas a esta canción. Cántese como si uno tuviera la dentadura (y los hábitos) de Shane MacGowan.
The Great 78 Project
El público de programas como el español Melodías Pizarras (Radio 3) o el mexicano Amor Perdido (Radio Red) ha sabido que algunas de las casi centenarias canciones que tocan son estrenos, pues no habían sonado antes en radio. Considerando que esos discos eran frágiles y morían un poco en cada reproducción, podemos decir que esas canciones vetustas son más escuchadas ahora que en su tiempo. También que están contados los días para rescatarlas, antes de que toda esa cera con sonido se vuelva polvo, y antes de que desaparezcan las herramientas para escucharla. Según George Blood, quien digitaliza miles de discos de 78 revoluciones en su estudio, para algunas de las agujas de gramófono ya sólo queda un proveedor en todo el mundo.La tarea más ambiciosa de George Blood se llama The Great 78 Project y ha sido comisionada por The Internet Archive. Pepenando en colecciones particulares, bibliotecas y estaciones de radio consiguieron 250 mil de estos discos (cada uno con una canción por cara), de los cuales han digitalizado más de 25 mil. El conteo avanza cada hora y pueden seguirlo al momento en Twitter. En su destino final, The Internet Archive, las canciones están organizadas por número de reproducciones, es un hit parade decidido por una generación bisnieta de la que hizo las canciones. Ahí podemos ver que la más escuchada es “The Happy Monster”, de Chubby Jackson y su orquesta. La siguen de cerca versiones de “You Are my Sunshine”, “House of the Rising Sun” y algo llamado “I Want A Hippopotamus For Christmas”. Así describen este proyecto:
Queremos resaltar las decisiones tomadas por coleccionistas a lo largo de décadas, y desarrollar colecciones de consulta, con artistas y géneros poco difundidos. La digitalización hará que estas rarezas estén a disposición de investigadores en un formato que puede ser manipulado y estudiado sin dañar a los objetos. Conservamos el crepitar y las imperfecciones, prominentes en muchos casos, e incluimos archivos hechos con diferentes tamaños y formas de aguja para permitir diferentes tipos de análisis.
Uno de los ejemplos que usa The Internet Archive para explicar la importancia del proyecto es la carrera de Aileen Stanley. Esta cantante vendió 25 millones de discos en los años veinte pero sólo unas pocas de esas canciones se habían rescatado digitalmente, dando una idea de con qué facilidad hasta un registro con copias abundantes puede perderse.
El archivo insiste en cómo el proyecto ayudaría a investigadores. Considerando la edad de estas grabaciones también pueden verlo como una plétora de samples para usar legalmente en nueva música.
Si no han visitado recientemente The Internet Archive, aprovechen para ver el estado actual de su servicio Open Library. Ha dejado de tener únicamente libros del dominio público para convertirse en una verdadera biblioteca global, con títulos recientes en préstamo sin ninguna restricción de nacionalidad o motivos.
Death Is Not The End
Tenía al Christmas EP de Low como el álbum navideño más triste, hasta que conocí las recopilaciones de Death Is Not The End.Este sello despidió el fatídico 2016 con The World Is Going Wrong, una antología que tiene en la portada un pino navideño en llamas. La hoja de prensa la describe como “el regalo perfecto para el amigo insondablemente deprimido por el estado de la humanidad”. No era la primera vez: el año anterior lo cerraron publicando Death May Be Your Christmas Gift.
El nombre del sello proviene de una canción del Down In The Groove, uno de los álbumes peor recibidos de Bob Dylan, y es quizá la única de sus canciones que es más recordada con otro intérprete: Nick Cave, en Murder Ballads*.
Este nombre ya adelanta varias cosas. Alude a algo ya ocurrido pero que pervive, lleva un dejo de espiritualidad y, ya que también nos remite a ese álbum de Cave, tiene algo de vida a trasmano. Después de todo, en su catálogo está la música de prisioneros recuperada por Harry Oster y Alan Lomax.
El principal interés de DINTE es la música que ya era antigua cuando fue registrada por musicólogos y folcloristas, como las grabaciones que Frederic Ramsey hizo del blues de Horace Sprott, las de R. Gordon Wasson con María Sabina, o la antología de cueca que Violeta Parra hizo en 1959.
DINTE es una labor del londinense Luke Owen y existe desde el verano de 2014. Publica principalmente en caset, si bien todo el catálogo puede escucharse en Bandcamp y cuenta con un programa de radio mensual.
En una entrevista con Ransom Note, Owen explicó que su interés no es el de un audiófilo, que prefiere las imperfecciones de una grabación de campo o el crepitar de la pizarra. No todo lo que ha sacado DINTE es del continente Americano o de otra generación. Desde 2016 publica a una banda nueva, East of the Valley Blues, que son unos gemelos de Toronto bajo la influencia de John Fahey, y también tiene dos antologías de Ored Recordings, sello ruso dedicado a la música tradicional del Cáucaso. Pareciera que la única regla es no publicar nada de su tierra, Inglaterra. Por lo pronto yo estoy esperando su antología navideña de 2017. A como estuvo el año espero algo igual de devastador que The World Is Going Wrong.
Magic Transistor
Hemos hablado aquí de varias estrategias para difundir música. Trátese de estaciones de radio sin etiquetas o de arqueologías sonoras monumentales, una constante es ese espíritu de “todo al mismo tiempo”. Los diferentes pasados y territorios coincidiendo en un punto en el que pierden sentido, por igual, las ideas de novedad y nostalgia.Son modos de presentar música diametralmente opuestos a las recomendaciones automatizadas. En lugar de “más de lo que te gusta” es “más de todo, incluyendo eso de lo que no tenías idea”. Varios de los ejemplos comentados se prestan a inmersiones de horas y días. Una aproximación para gente con prisa es Magic Transistor. Su sitio tiene cuatro estaciones que no dejan de soltar música todo el día, pero esta música no está dividida en programas.
Cada canción ha pasado por un filtro humano, el de Ben Ruhe y sus colaboradores. La función de estos filtros es encontrar canciones interesantes y no los arredra el género musical, la fecha de grabación o la popularidad de la canción.
Eso último puede entenderse como una preferencia por las curiosidades, pero lo cumplen en todo sentido: no te extrañe encontrar una canción popular en medio de un cóver desmadrado y cosas sacadas de debajo de las piedras.
El pasado de Ben Ruhe está en las artes plásticas y el diseño gráfico. Preparaba este tipo de selecciones para trabajar o para hacerlas sonar en galerías. De ahí se convirtieron en playlists de YouTube, para terminar tomando la forma de Magic Transistor en 2011.
Este sitio es un misterio a la vista de todo mundo. Cada tanto se le dedican artículos (como está ocurriendo aquí) pero por alguna razón no termina de convertirse en un favorito de cientos de miles. Rara que es la gente, pues.
Es muy buena opción para ponerse a trabajar, también para dejar de fondo en una reunión o un establecimiento. O para dejarla a la mano de niños y estudiantes. Una buena introducción a lo que el mundo estuvo haciendo en el siglo pasado.
Según la descripción del sitio, sus intereses son los “artefactos de excepcional importancia cultural; organizar y diseminar música interesante… usando grabaciones clásicas y raras, también digitalizando discos de vinil descatalogados, manteniendo altos estándares de calidad de audio”. Sus colaboradores están en Nueva York, San Francisco y Londres, pero nunca sobran selectores así que invitan a cualquiera a colaborar.
*Una actividad excelente para borracheras solitarias es improvisarle estrofas a esta canción. Cántese como si uno tuviera la dentadura (y los hábitos) de Shane MacGowan.
7/02/2017
el regreso de slowdive
Dicen que una forma de hacer que un gato perdido encuentre el camino a casa es vaciar la bolsa de la aspiradora en la entrada de la casa. La idea es que los gatos adoran su propio olor y que en la bolsa de la aspiradora seguramente habrá muchos pelos del gato.
En algún momento de 2009 una vecina de la periferia londinense siguió ese consejo y consiguió que su gatito perdido regresara a casa. Como no habían pasado muchas cosas relevantes ese día el asunto terminó en las noticias regionales de The Guardian.El artículo recogía el nombre de esa vecina de la periferia londinense, Rachel Goswell, y tenía una foto de ella, feliz, cargando a un gatito de unos meses de edad. La nota y los comentarios no mencionaban la ocupación de Rachel.
Que la cantante de Slowdive pasara de incógnito en una publicación inglesa suena raro ahora. La reunión de la banda en 2014 los hizo cabeza de cartel en varios festivales y el álbum que hicieron en 2017 (el primero en 22 años) ha recibido mucha atención.
Sucede que 2009 es un país extranjero y allí las cosas se hacían de manera distinta. La idea “el regreso de Slowdive” todavía no tenía mucho sentido entonces. A decir verdad, sigue sin tener mucho sentido.
La nostalgia por Slowdive suele ser nostalgia por algunas canciones (“Alison”, “40 Days”, “When the Sun Hits”) de Souvlaki, su segundo álbum. Son lo más rockista que hizo la banda, mientras que el resto de Souvlaki y el primer álbum completo se parecen más a inhalar éter en la Estación Espacial Internacional. Y el tercer álbum, Pygmalion, ya fue abiertamente un disco de ambient.
Después de eso tampoco hubo desbandada total y los integrantes del grupo siguieron en contacto. Rachel Goswell y Neil Halstead continuaron como Mojave 3, pero por alguna razón el público decidió que esa banda folk merecía un lugar más modesto que Slowdive.
En las entrevistas Neil veía el regreso de Slowdive como algo posible, difícil, innecesario y redituable. Todo al mismo tiempo.
En 2009 dijo “no creo (que vuelva Slowdive), sólo ocurrirá si necesito mucho el dinero”.
Para 2012 aceptaba que se necesitaría “un chingo de dinero… es de locos cómo se han puesto de moda las reuniones. Es casi como si te prohibieran no reunirte. Supongo que volveremos, porque no nos permitirán no hacerlo".
Neil decía estas cosas medio en broma pero va algo de verdad en ellas sobre esta reunión que no lo es tanto. Nunca tuvieron un solo estilo y nunca se separaron del todo.
Músicos más obsesivos al catalogar su obra habrían firmado Pygmalion con otro nombre de banda. Otros, más flexibles, habrían firmado los de Slowdive y los de Mojave 3 como una misma banda.
Al final se trataba de poner cierta palabra en el póster del festival y volver a tocar unas cuantas canciones. Y que la próxima vez que Rachel comparta sus consejos de cuidado felino la prensa recuerde quién es ella.
5/17/2017
al modo de delia derbyshire
Los archivos de Delia Derbyshire están desde 2007 en la Biblioteca John Rylands, en Manchester. Para invitar al público a visitarlos es común que la describan con los términos “pionera” y “visionaria”; lo mismo ocurre con las reediciones de su música en el sello Trunk. Lo distintivo es que a otros que reciben esos adjetivos hay que buscarlos en sitios especializados, mientras que, como explica Caro C (directora de la organización Delia Derbyshire Day), “la música que ella hizo fue la banda sonora de la infancia de muchos”.
Tras la muerte de Delia en 2001, su electrónica pre-sintetizador ha sido comúnmente descrita como adelantada a la época. El consenso es que sus sonidos para televisión, radio, teatro y cine* no suenan a rareza de los sesenta, sino a géneros específicos que surgieron y fueron populares después. De nuevo, no hace falta buscarlo en espacios especializados: se ha dicho lo mismo en la trivia de un sitio humorístico que en un programa dirigido a niños.
El problema de llamarle a alguien pionero en un género es que sugiere que ese género le esperaba para ser cartografiado y divulgado. Si le llamas visionario, suena a que la Historia sólo podía ser de un modo, y este visionario fue el único que pudo preverlo. Frecuentemente, como ocurre en el caso de Derbyshire, se trata más bien de una influencia directa que no lo parece porque pasa por un período de latencia.
Que la televisión de un país tuviera, en los sesenta, música electrónica hecha de grabaciones de campo y cintas tratadas, no era normal. En el resto del mundo esta música no se daba, o se daba en la academia, la fundación involucrada en artes o en la galería, pocas veces en el entretenimiento masivo.
En una investigación para Critical Studies in Television, David Butler explica la relación de los británicos con la música electrónica antes del Radiophonic Workshop de la BBC, para el que trabajó Derbyshire entre 1962 y 1973. El público había escuchado estos nuevos sonidos en contadas ocasiones, como en Quatermass and the Pit (serie televisiva de 1958) y en All That Fall, obra para radio de Samuel Beckett y con sonidos tratados por Desmond Briscoe (1957; Briscoe fundaría el Radiophonic Workshop con Daphne Oram al siguiente año). Incluso cuando el público intentaba ser atento le fallaba:
La novedad seguía siendo demasiada para el público adolescente y adulto; aquí van tres ejemplos tomados de ese mismo texto. Un quejoso escribió al Radio Times (1960) que la cortinilla del Radiophonic Workshop para el noticiero de las dos era “una pesadilla en locomotra”. Otro les dijo en 1962 que “la BBC ha olvidado la música normal y se limita a la música electrónica, también conocida como emanaciones de espanto”. Del tema de Doctor Who dijo el Daily Mirror, en 1963, “es un ruido pulsante con ritmo y melodía”.
Fueron los niños británicos que crecieron con The Tomorrow People o Doctor Who, también acostumbrados a una radio llena de cortinillas de electrónica, los que mejor asimilaron los nuevos sonidos.
El artículo de Butler nos adelanta que en esa generación estaban los futuros músicos de electrónica. No ahonda en ello pero pueden confirmarlo en documentales como Synth Britannia (Ben Whalley, 2009) y los que hay sobre diversas bandas de esa generación.
Volvemos a esa importancia de los recuerdos musicales de infancia, sobre la que antes citábamos a Tim Byron y Simon Reynolds. También a cómo direcciones tomadas décadas atrás tienen una influencia prolongada. En este caso, cuando la BBC creó el Radiophonic Workshop para hacerse de efectos de sonido reduciendo costos, sin saberlo también estaba formando a la primera generación que vería a la música electrónica con tanta naturalidad como para hacerla pop.
Esta cadena de acontecimientos además deja a Delia Derbyshire y sus temas para televisión como una de las influencias determinantes en la música de su país, si bien en su momento hasta se le negaba crédito.
Tras la muerte de Delia en 2001, su electrónica pre-sintetizador ha sido comúnmente descrita como adelantada a la época. El consenso es que sus sonidos para televisión, radio, teatro y cine* no suenan a rareza de los sesenta, sino a géneros específicos que surgieron y fueron populares después. De nuevo, no hace falta buscarlo en espacios especializados: se ha dicho lo mismo en la trivia de un sitio humorístico que en un programa dirigido a niños.
El problema de llamarle a alguien pionero en un género es que sugiere que ese género le esperaba para ser cartografiado y divulgado. Si le llamas visionario, suena a que la Historia sólo podía ser de un modo, y este visionario fue el único que pudo preverlo. Frecuentemente, como ocurre en el caso de Derbyshire, se trata más bien de una influencia directa que no lo parece porque pasa por un período de latencia.
Que la televisión de un país tuviera, en los sesenta, música electrónica hecha de grabaciones de campo y cintas tratadas, no era normal. En el resto del mundo esta música no se daba, o se daba en la academia, la fundación involucrada en artes o en la galería, pocas veces en el entretenimiento masivo.
En una investigación para Critical Studies in Television, David Butler explica la relación de los británicos con la música electrónica antes del Radiophonic Workshop de la BBC, para el que trabajó Derbyshire entre 1962 y 1973. El público había escuchado estos nuevos sonidos en contadas ocasiones, como en Quatermass and the Pit (serie televisiva de 1958) y en All That Fall, obra para radio de Samuel Beckett y con sonidos tratados por Desmond Briscoe (1957; Briscoe fundaría el Radiophonic Workshop con Daphne Oram al siguiente año). Incluso cuando el público intentaba ser atento le fallaba:
La BBC reconoció que la interpretación de Perspectives, pieza de Luciano Berio, en los Proms de 1960, fue escuchada con “cortés pero incómoda atención”, y hubo un claro alivio cuando la orquesta regresó “al escenario para continuar el concierto con música natural”. “(El tema de Derbyshire para) Doctor Who fue un caso muy distinto, su regularidad (un programa semanal a la hora del té, dirigido a toda la familia) aseguró que, para mucha gente en 1963 y 1964, ésta fuera la primera vez que escuchaban música electrónica basada en cintas. (Butler, 2014)
La novedad seguía siendo demasiada para el público adolescente y adulto; aquí van tres ejemplos tomados de ese mismo texto. Un quejoso escribió al Radio Times (1960) que la cortinilla del Radiophonic Workshop para el noticiero de las dos era “una pesadilla en locomotra”. Otro les dijo en 1962 que “la BBC ha olvidado la música normal y se limita a la música electrónica, también conocida como emanaciones de espanto”. Del tema de Doctor Who dijo el Daily Mirror, en 1963, “es un ruido pulsante con ritmo y melodía”.
Fueron los niños británicos que crecieron con The Tomorrow People o Doctor Who, también acostumbrados a una radio llena de cortinillas de electrónica, los que mejor asimilaron los nuevos sonidos.
El artículo de Butler nos adelanta que en esa generación estaban los futuros músicos de electrónica. No ahonda en ello pero pueden confirmarlo en documentales como Synth Britannia (Ben Whalley, 2009) y los que hay sobre diversas bandas de esa generación.
Volvemos a esa importancia de los recuerdos musicales de infancia, sobre la que antes citábamos a Tim Byron y Simon Reynolds. También a cómo direcciones tomadas décadas atrás tienen una influencia prolongada. En este caso, cuando la BBC creó el Radiophonic Workshop para hacerse de efectos de sonido reduciendo costos, sin saberlo también estaba formando a la primera generación que vería a la música electrónica con tanta naturalidad como para hacerla pop.
Esta cadena de acontecimientos además deja a Delia Derbyshire y sus temas para televisión como una de las influencias determinantes en la música de su país, si bien en su momento hasta se le negaba crédito.
5/09/2017
editando el pasado y el futuro
Michelle Gurevich
Los álbumes Party Girl, Show Me the Face y Let’s Part in Style aparecieron entre 2007 y 2014, y si los buscas están acreditados a Michelle Gurevich. El asunto es que entre 2007 y 2014 no se hizo ningún álbum con ese nombre en portada.En la música popular no es raro que algo o alguien tenga varios nombres. Puede ser la banda que tiene un nombre en su tierra y otro fuera de ella, o la canción en principio adjudicada a un grupo y más tarde a uno solo de sus integrantes. Esas versiones coexistían, cada una dejaba registros. Incluso eran tentaciones para coleccionistas.
Cada nueva plataforma para música da un giro a esta situación. En los días de Napster, Soulseek y MySpace eran comunes las falsas atribuciones, como esos discos que Portishead nunca grabó, o esa canción llamada “Tar Heart”, injertada en un disco de The Knife.
Con la música en streaming llegó la posibilidad de modificar registros al momento. En el caso que mencioné al principio, Gurevich comenzó presentándose con el nombre Chinawoman, y siguió usándolo hasta el verano de 2016. Luego de recibir críticas decidió dejarlo y publicó New Decadence con su nombre real. Y, ya que andaba en eso, hizo el cambio retroactivo y ahora toda su obra anterior está firmada con el nombre Michelle Gurevich.
Otro tanto le pasó al grupo Ejecta. En 2014, cuando apenas tenía un álbum, recibió una carta de “cese y desista” pidiendo que cambiara de nombre, porque había un DJ con uno similar. A partir de ese momento se presentaron como Young Ejecta y también hicieron el cambio retroactivo. Si buscan su álbum de 2013 les aparecerá firmado por Young Ejecta, aunque en 2013 no hubiera ningún grupo llamado así.
The Caretaker
Estas formas de editar la propia obra modifican el pasado; otras bosquejan el futuro. The Caretaker tiene un apartado en Bandcamp para su álbum Everywhere at the End of Time, que en septiembre tenía doce tracks y para abril ya tenía diez más. Habrá en total seis etapas así y el álbum seguirá “llenándose” hasta marzo de 2019. Al final habrá discos recuperando lo hecho, del mismo modo que los folletines terminaban siendo novela. Pero es ahora, durante el proceso, cuando encuentro todo esto más interesante.James Leyland Kirby planea a largo plazo y gusta del soporte físico (al usar el alias The Caretaker samplea discos de gramófono). Inevitablemente tiende hacia la idea de álbum. Hay otros que se liberan de esa convención, como hizo Thomas Feiner entre diciembre de 2011 y octubre de 2015, también en Bandcamp.
Hace diez años, escribiendo sobre las entonces nuevas plataformas para música, esperaba que éstas modificaran la idea de álbum como se la entendió en la segunda mitad del siglo veinte:
No escribamos todavía la esquela del álbum. Podría tardar en desaparecer o no hacerlo nunca. Sólo pido que, si muere, no le lloremos tanto: tendríamos música con la flexibilidad de los viejos tiempos y la velocidad de transmisión de los nuevos. Nos estaríamos desprendiendo de algunos vicios adquiridos en el último medio siglo.El álbum sigue vivo en 2017. También sigue cambiando.
3/27/2017
hu defu - the most distant course
La canción al final de la película The Most Distant Course me sonó demasiado al John Cale de Fragments of a Rainy Season. Pensé que sólo necesitaba subir el volumen o ajustar los audífonos para entender las palabras e identificar la canción de Cale. No había modo: el cantante era Hu Defu (también llamado Kimbo y Ara Kimbo), de Taiwán.
Hu Defu fue censurado a fines de los setenta y no grabó su primer álbum, In a Flash, hasta 2005. A este seguirían Sky High Mountain Blues (2011, grabado en Nashville) y Sweet Home Ka-Aluwan (2015). En cuanto a la letra de la canción (y el título de la película), es un extracto del Gitanjali de Tagore: "La ruta más larga es la que sale más pronto a ti, y la más complicada enseñanza no lleva sino a la perfecta sencillez de una melodía".
Hu Defu fue censurado a fines de los setenta y no grabó su primer álbum, In a Flash, hasta 2005. A este seguirían Sky High Mountain Blues (2011, grabado en Nashville) y Sweet Home Ka-Aluwan (2015). En cuanto a la letra de la canción (y el título de la película), es un extracto del Gitanjali de Tagore: "La ruta más larga es la que sale más pronto a ti, y la más complicada enseñanza no lleva sino a la perfecta sencillez de una melodía".
3/23/2017
canciones básicas
A comienzos de año me contaron que en un bar se estaban aburriendo de poner los mismos videos cada noche, y que tampoco tenían tiempo para andar seleccionando canciones, así que les preparé esta lista. El plan fue hacerla de un tirón, en orden (aproximadamente) cronológico y que tuviera cosas conocidas pero que aguantan bien el ser escuchadas seguido (según yo).
El comentario común con esa que canta Bobby Fuller es "pensé que era original de The Clash"; yo estaba peor: de adolescente la conocí con Mano Negra y pensaba que era de Mano Negra. El video de "Cloudbusting" siempre me ha gustado y lo emparentaba con la historia de Momo y los hombres grises; más recientemente supe que ahí Donald Sutherland la hace de Wilhelm Reich, usando su cañón rompenubes para hacer llover. Hace un rato repasé la lista para agregar algo de Aztec Camera, y para mencionarla aquí.
El comentario común con esa que canta Bobby Fuller es "pensé que era original de The Clash"; yo estaba peor: de adolescente la conocí con Mano Negra y pensaba que era de Mano Negra. El video de "Cloudbusting" siempre me ha gustado y lo emparentaba con la historia de Momo y los hombres grises; más recientemente supe que ahí Donald Sutherland la hace de Wilhelm Reich, usando su cañón rompenubes para hacer llover. Hace un rato repasé la lista para agregar algo de Aztec Camera, y para mencionarla aquí.
3/15/2017
radio, a estas alturas
Si hace dos años me hubieran preguntado qué cambios esperaba en el modo en el que accedemos a la música, seguramente hubiera respondido algo relacionado con Spotify o YouTube. A fines de 2015 incluso estaba probando equivalentes regionales de Spotify (como el pakistaní Patari).
No se me hubiera ocurrido que un tema relevante a comienzos de 2017 serían los programas de radio, que incluso habría programas de radio comentados como noticia y que su formato sería ligeramente distinto al tradicional.
No surgió de un día para otro. Algo de ese perfil ya lo tenían en la década anterior estaciones como East Village Radio, originaria de Nueva York y que tuvo a Veronica Vasicka y Mark Ronson en su equipo.
Y también podía notarse en BBC 6 que, si bien tenía cortes, tocaba (y toca) cualquier cosa del último medio siglo siempre que parezca relevante a sus locutores, entre los que se encuentran varios músicos activos en ese período.
Las tres tienen buenos programas, pero lo más interesante está en sus residencias temporales. La noticia en estos primeros meses del año ha sido NTS, con las sesiones de Sega Bodega y Lena Willikens.
Lo de Lena Willikens es un caso aparte. Cuando le pongan nombre a esta generación que reconfigura medio siglo de música y hace lo que le da la gana con él, la foto de Lena irá junto a ese nombre. Pasó un buen tiempo en Radio Cómeme mezclando electrónica primigenia con krautrock, synthpop, música concreta y músicas tradicionales; cerró 2016 con una sesión para NTS que gustó mucho en la estación y ahora la invitaron para una residencia de ocho horas, presentada en cuatro partes a lo largo de marzo.
¿Qué más buscar en esas estaciones? Recomiendo las sesiones que ha hecho NAAFI en NTS y en BCR, y las de Laurel Halo en BCR.
Red Light transmite en video desde su cabina y puedes dejarla de fondo durante horas; mis programas favoritos son Lullabies For Insomniacs y Future Vintage.
No se me hubiera ocurrido que un tema relevante a comienzos de 2017 serían los programas de radio, que incluso habría programas de radio comentados como noticia y que su formato sería ligeramente distinto al tradicional.
Precursores: East Village Radio y BBC 6
El estilo de radio al que me refiero es idiosincrático al modo de la radio pirata; con música continua, al modo de las sesiones de DJs en clubes; con selecciones al gusto del programador, pero no necesariamente de un mismo género musical; con una idea de “música contemporánea” que puede abarcar varias décadas; y con un público global.No surgió de un día para otro. Algo de ese perfil ya lo tenían en la década anterior estaciones como East Village Radio, originaria de Nueva York y que tuvo a Veronica Vasicka y Mark Ronson en su equipo.
Y también podía notarse en BBC 6 que, si bien tenía cortes, tocaba (y toca) cualquier cosa del último medio siglo siempre que parezca relevante a sus locutores, entre los que se encuentran varios músicos activos en ese período.
La continuidad: NTS y Red Light Radio
Ese perfil terminó de formarse en la presente década, en estaciones como NTS (de Londres), Berlin Community Radio (que está transmitiendo desde la Ciudad de México mientras escribo esto) y Red Light Radio (que transmite desde la zona roja de Amsterdam, de ahí su nombre).Las tres tienen buenos programas, pero lo más interesante está en sus residencias temporales. La noticia en estos primeros meses del año ha sido NTS, con las sesiones de Sega Bodega y Lena Willikens.
Lena Willikens y Laurel Halo
Todavía a comienzos de siglo era visto como algo pintoresco que un DJ soltara un tema de película en su mezcla. Por ejemplo, cuando Jeff Mills pinchaba los créditos finales de Blade Runner (algo que ahora parecería hasta obvio). Sega Bodega lleva desde 2015 una serie mensual basada en música para películas, y en 2017 comienza con tres sesiones dedicadas a Studio Ghibli. La selección no es para un público particularmente devoto de Takahata y Miyazaki: Sega Bodega (nombre real: Salvador Navarrete) la usa como cualquier otro grupo de tracks interesantes.Lo de Lena Willikens es un caso aparte. Cuando le pongan nombre a esta generación que reconfigura medio siglo de música y hace lo que le da la gana con él, la foto de Lena irá junto a ese nombre. Pasó un buen tiempo en Radio Cómeme mezclando electrónica primigenia con krautrock, synthpop, música concreta y músicas tradicionales; cerró 2016 con una sesión para NTS que gustó mucho en la estación y ahora la invitaron para una residencia de ocho horas, presentada en cuatro partes a lo largo de marzo.
¿Qué más buscar en esas estaciones? Recomiendo las sesiones que ha hecho NAAFI en NTS y en BCR, y las de Laurel Halo en BCR.
Red Light transmite en video desde su cabina y puedes dejarla de fondo durante horas; mis programas favoritos son Lullabies For Insomniacs y Future Vintage.
1/16/2017
austra - future politics
Hay un video de hace siete años que muestra a Katie Stelmanis en una biblioteca de Toronto. No se trata de un concierto luego de las horas activas de la biblioteca: Katie está tocando en un rincón del segundo piso y algunos de los visitantes la observan con atención, mientras que otros siguen buscando libros en los estantes o leyendo. Todavía faltaba un año para el primer álbum de Austra pero ahí ya había varias cosas claras: ella no necesita adornos, público o validación. Me la imagino cantando impecablemente para un par de gatos y una paloma en una azotea.
Si acaso se notaba que lo suyo venía de participar en coros y practicar piano, más que de clubes; de convertir esto en música de baile se encargó Maya Postepski. La combinación de estas dos es lo mejor que le ha pasado al synthpop desde aquel día en que Vince Clarke le preguntó a Alison Moyet si quería formar una banda.
Los intentos de críticos por emparentarlas con bandas de épocas anteriores, o de asignarles un tema único, han resultado infructuosos. Basta escuchar cualquier sesión de Maya como DJ para encontrar que su noción de música electrónica y de clubes es bastante maleable. En cuanto a Katie, creció en una casa donde lo que más se escuchaba era Kate Bush, y su disco favorito de adolescencia fue Vespertine; será difícil que alguien la convenza de que alguna idea es propia de la alta cultura y no puede funcionar en el pop.
Hay poco misterio en las cosas de Austra. Cuando preguntan a Katie por el origen de las canciones, responde a la primera que en alguna las palabras fueron escogidas por sonoridad y no por significado, o que otra fue una balada al piano por mucho tiempo y una tarde Maya la conviritó en una canción disco. Lo mismo pasa ahora con Future Politics, su tercer álbum. Katie explicó que éste había sido informado por su estancia en la Ciudad de México y por el Accelerate Manifesto, publicado en 2013 en Critical Legal Thinking. La nota de prensa de Domino Records lo describe como un álbum sobre esperanza radical (la misma expresión que usó Junot Díaz a fines de 2016) en tiempos difíciles.
Es su álbum más homogéneo, también el más mesurado. Durante las primeras escuchas el público no se ha decidido por una canción que despunte, como lo hacía “Spellwork” en Feel It Break (2011) o “Home” en Olympia (2013). Pero, a diferencia de Olympia, que cojeaba en su segunda mitad, esta vez casi cualquier canción podría tomarse como sencillo. Excepto las dos últimas: “Deep Thought”, que es instrumental y breve, y “43”, más sombría que la grabación típica del grupo (a su público mexicano no hace falta explicarle cuál es el asunto de esa canción y por qué suena así). Al final escogieron como sencillos (y videos) las canciones cuyos títulos aludían al plan entero del álbum: “Utopia” y “Future Politics”.
Austra - Future Politics (Domino, 2017) Bandcamp / Spotify / YouTube
Si acaso se notaba que lo suyo venía de participar en coros y practicar piano, más que de clubes; de convertir esto en música de baile se encargó Maya Postepski. La combinación de estas dos es lo mejor que le ha pasado al synthpop desde aquel día en que Vince Clarke le preguntó a Alison Moyet si quería formar una banda.
Los intentos de críticos por emparentarlas con bandas de épocas anteriores, o de asignarles un tema único, han resultado infructuosos. Basta escuchar cualquier sesión de Maya como DJ para encontrar que su noción de música electrónica y de clubes es bastante maleable. En cuanto a Katie, creció en una casa donde lo que más se escuchaba era Kate Bush, y su disco favorito de adolescencia fue Vespertine; será difícil que alguien la convenza de que alguna idea es propia de la alta cultura y no puede funcionar en el pop.
Hay poco misterio en las cosas de Austra. Cuando preguntan a Katie por el origen de las canciones, responde a la primera que en alguna las palabras fueron escogidas por sonoridad y no por significado, o que otra fue una balada al piano por mucho tiempo y una tarde Maya la conviritó en una canción disco. Lo mismo pasa ahora con Future Politics, su tercer álbum. Katie explicó que éste había sido informado por su estancia en la Ciudad de México y por el Accelerate Manifesto, publicado en 2013 en Critical Legal Thinking. La nota de prensa de Domino Records lo describe como un álbum sobre esperanza radical (la misma expresión que usó Junot Díaz a fines de 2016) en tiempos difíciles.
Es su álbum más homogéneo, también el más mesurado. Durante las primeras escuchas el público no se ha decidido por una canción que despunte, como lo hacía “Spellwork” en Feel It Break (2011) o “Home” en Olympia (2013). Pero, a diferencia de Olympia, que cojeaba en su segunda mitad, esta vez casi cualquier canción podría tomarse como sencillo. Excepto las dos últimas: “Deep Thought”, que es instrumental y breve, y “43”, más sombría que la grabación típica del grupo (a su público mexicano no hace falta explicarle cuál es el asunto de esa canción y por qué suena así). Al final escogieron como sencillos (y videos) las canciones cuyos títulos aludían al plan entero del álbum: “Utopia” y “Future Politics”.
Austra - Future Politics (Domino, 2017) Bandcamp / Spotify / YouTube
12/16/2016
el chant funèbre de stravinsky
El Chant funèbre de Igor Stravinsky se interpretó por primera vez en 1909, en San Petersburgo, y se interpretó por segunda vez en 2016, en esa misma ciudad. En el intervalo la obra estuvo perdida y no perdida; también había sido olvidada y no olvidada. Veamos qué significa esto.
La obra había sido compuesta en menos de un mes, en homenaje al recientemente fallecido Rimsky-Korsakov:
Es decir, el Chant funèbre fue olvidado en sentido estricto: el compositor no recordaba los sonidos. Pero no olvidó en dónde debía encontrarse, pues en los años cincuenta comentó que la partitura estaba en algún lugar del conservatorio de San Petersburgo, donde de hecho fue descubierta en septiembre de 2015.
Stravinsky no volvió a vivir en su país, transformado en la Unión Soviética, estado del que no tenía buena opinión. El desagrado era mutuo pero la celebridad de Stravinsky fuera del bloque soviético hizo inevitable una invitación a la capital en 1962, pero ahora la capital era otra.
La Rusia del compositor tuvo su capital en San Petersburgo, un lugar que había sido creado de la nada por Pedro el Grande como un desafío al mundo Occidental. La Unión Soviética, mucho más práctica que Pedro el Grande, reubicó la capital en Moscú. Así que Stravinsky creó la obra en el centro de la alta cultura rusa pero en los años sesenta fue recibido en la capital soviética y no hubo ningún viaje a San Petersburgo y su conservatorio.
El Chant funèbre se perdió sin moverse de su sitio. Su composición tomó menos tiempo que lo que tomó resolver los problemas legales de la obra al ser redescubierta. El objeto (el papel y la inscripción en el papel) y lo que cifra el papel (la música a reproducir) tienen dueños distintos. El objeto pertenece al conservatorio, en representación del estado ruso, y la música alojada en él pertenece a una editorial, en representación de los herederos de Stravinsky.
La negociación duró un año y finalmente se convino un estreno el 2 de diciembre de 2016, con Valery Gergiev como director de la Orquesta Mariinsky. La primera interpretación había tenido un público reducido y acongojado por el recuerdo de Rimsky-Korsakov. La segunda interpretación se transmitió en vivo por los sitios Medici TV y Mezzo. Yo la escuché en un escritorio, usando audífonos, poco antes de la hora de la comida. Esta pieza de doce minutos de duración e inmediatamente anterior a las piezas más célebres de Stravinsky, había sido olvidada y no; se había perdido y no. Y ahora sonaba en San Petersburgo al mismo tiempo que en el resto del mundo.
La obra había sido compuesta en menos de un mes, en homenaje al recientemente fallecido Rimsky-Korsakov:
...para rendir tributo al recuerdo de mi maestro, compuse el Chant funèbre, que fue interpretado en el otoño, como el primero de los conciertos de (la sociedad) Belaieff, con Felix Blumenfeld como director. Tristemente, la partitura desapareció durante la revolución, junto con muchas otras que yo dejé en ese lugar. Ya no puedo recordar la música, pero recuerdo la idea en la que estaba basada, en la que todos los instrumentos solistas de la orquesta pasarían en procesión junto a la tumba del maestro, depositando su melodía particular como una guirnalda, contrastando con un fondo de murmullos en trémolo que semejaba las vibraciones de voces de bajo cantando a coro. Causó una gran impresión en el público y en mí, pero no podría juzgar qué tanto se debía a su mérito y qué tanto a la atmósfera de duelo.
Stravinsky: An Autobiography. Simon and Schuster, New York: 1936.
Es decir, el Chant funèbre fue olvidado en sentido estricto: el compositor no recordaba los sonidos. Pero no olvidó en dónde debía encontrarse, pues en los años cincuenta comentó que la partitura estaba en algún lugar del conservatorio de San Petersburgo, donde de hecho fue descubierta en septiembre de 2015.
Stravinsky no volvió a vivir en su país, transformado en la Unión Soviética, estado del que no tenía buena opinión. El desagrado era mutuo pero la celebridad de Stravinsky fuera del bloque soviético hizo inevitable una invitación a la capital en 1962, pero ahora la capital era otra.
La Rusia del compositor tuvo su capital en San Petersburgo, un lugar que había sido creado de la nada por Pedro el Grande como un desafío al mundo Occidental. La Unión Soviética, mucho más práctica que Pedro el Grande, reubicó la capital en Moscú. Así que Stravinsky creó la obra en el centro de la alta cultura rusa pero en los años sesenta fue recibido en la capital soviética y no hubo ningún viaje a San Petersburgo y su conservatorio.
El Chant funèbre se perdió sin moverse de su sitio. Su composición tomó menos tiempo que lo que tomó resolver los problemas legales de la obra al ser redescubierta. El objeto (el papel y la inscripción en el papel) y lo que cifra el papel (la música a reproducir) tienen dueños distintos. El objeto pertenece al conservatorio, en representación del estado ruso, y la música alojada en él pertenece a una editorial, en representación de los herederos de Stravinsky.
La negociación duró un año y finalmente se convino un estreno el 2 de diciembre de 2016, con Valery Gergiev como director de la Orquesta Mariinsky. La primera interpretación había tenido un público reducido y acongojado por el recuerdo de Rimsky-Korsakov. La segunda interpretación se transmitió en vivo por los sitios Medici TV y Mezzo. Yo la escuché en un escritorio, usando audífonos, poco antes de la hora de la comida. Esta pieza de doce minutos de duración e inmediatamente anterior a las piezas más célebres de Stravinsky, había sido olvidada y no; se había perdido y no. Y ahora sonaba en San Petersburgo al mismo tiempo que en el resto del mundo.
10/12/2016
eso que hace momus
Con este tipo no sabe uno por donde empezar. Sus diarios de fines de los años setenta y comienzos de los ochenta están en línea, igual que varios de sus libros y todas sus canciones. Él ya estaba blogueando y colgando audio en línea en 1997: “descarga estas canciones cantadas por los asistentes a la última presentación… descarga una muestra de cada canción, ¡incluyendo la que no tiene sonidos!”. Y dejó de creer en el copyright años antes de que las revistas anunciaran que había “bandas innovadoras que dejaron de creer en el copyright”. Basta asomarse a imomus.com para encontrar el camino a la obra completa, y en proceso, del escocés llamado Nick Currie y conocido como Momus.
Esta abundancia de material hace necesario que cada tanto aparezca un nuevo muestrario y este año el sello Cherry Red ha hecho uno, que es sólo sobre su música pero ya es bastante: Pubic Intellectual: An Anthology 1986-2016. En este punto debemos hacer como en esos viejos libros llamados “Escoge tu propia aventura”:
Si no conocías la obra de Momus, pasa a la antología Pubic Intellectual y déjala sonar mientras continúas con tus actividades del día (es un álbum triple). Si ya conocías la obra de Momus, pasa al siguiente párrafo.
Porque explicar que alguien tiene un catálogo que suena lo mismo a cabaret, chanson, réplicas a Pet Shop Boys, folk electrónico, música circense o Shibuya-kei, no es explicar mucho. El historial laboral enreda más las cosas: ¿que hacía en el sello de The Jesus and Mary Chain, Primal Scream y My Bloody Valentine? Aparentemente, pasársela citando a Jacques Brel, Kurt Weill y la musique concrète. Bueno, no aparentemente: exactamente eso hacía. La revista Rockdelux, que pone el género de cada álbum al comienzo de las reseñas, en alguna ocasión se dio por vencida y dijo que su género músical era momusismo.
¿O era “momuseo”? Quizá simplemente era la palabra MOMUS como género musical. No tengo la revista a la mano y esa reseña no ha sido recogida en el sitio de Rockdelux. Así que de paso he creado dos mundos alternos, en los que la revista usó palabras diferentes a la que usó en este mundo. Eso en base a uno de los principios de la obra de Momus: “cada mentira crea un mundo paralelo, el mundo en el que es verdad”. Que es un principio que tomó de Brian Eno, quien seguramente lo tomó de John Cage o alguien así. Momus no está seguro, cuando lo explicó no tenía la referencia a la mano.
Esa frase aparece en la portada de The Book of Scotlands, en letras grandes, más grandes que el título de ese libro en el que Momus imagina varias Escocias. Es una fantasía que nace de un viejo deseo, esa constantemente aplazada independencia escocesa. Este escocés que imagina Escocias tiende a imponerse limitaciones y una de ellas es no moralizar. Con todo, cuando se acercaba el referéndum escocés, puso el libro completo en su blog, para tentar a sus compatriotas con la posibilidad de otras Escocias (no exactamente las del libro, eso sería un desastre). “Sí” es la palabra más sexy, les dijo. Escocia decidió que no estaba lista para ser sexy, pero esa es otra historia.
Otras de sus limitaciones autoimpuestas se refieren a herramientas y espacios. Escribir una obra completa en una tablet o escribir siempre en un refugio cúbico que hay en el centro de su departamento. También pueden ser limitaciones de cantidad, como escribir mil palabras al día y no modificarlas después (Javier Marías ha usado una limitación parecida). Si se trata de música, la regla puede ser componer, grabar y compartir en un mismo día. Lo mismo para el proyecto completo, que no tome más de tres meses: acabado el plazo debe haber un libro o un álbum de música terminados y presentados. Al final están las reglas que engloban todo el proceso: hacer únicamente lo que le interesa y considerar el dinero sólo otra herramienta para seguir en el juego. “Jugar en el mundo del arte, consumiendo sin dinero”.
Entre sus limitaciones naturales cuenta el no poder escribir cosas tristes. Puede producir material satírico o absurdo sin planeación previa, pero según él nunca podría crear algo que provoque llanto. No estoy seguro sobre eso último. Busquen en YouTube su canción más conocida, “I Want You But I Don’t Need You”. Hay varios covers (el de Nymphetamin es muy bueno) y sus colegas la interpretan tan profesionalmente como él. Pero también están los covers que han hecho amateurs armados de piano, guitarra o ukelele, solos en su habitación. La canción es chistosa y, sin embargo, parece que es difícil cantarla en esas condiciones sin que, en alguna frase, se quiebre la voz.
Si quieres leer los textos sobre Momus que sí están en el sitio de Rockdelux, pasa a rockdelux.com; si quieres conocer mejor las canciones de la antología, pasa a la sección de letras. Y si no te gusta la música, recuerda que también existe el alcohol, y si no te gusta el alcohol siempre queda la opción de tirarse al abismo.
Esta abundancia de material hace necesario que cada tanto aparezca un nuevo muestrario y este año el sello Cherry Red ha hecho uno, que es sólo sobre su música pero ya es bastante: Pubic Intellectual: An Anthology 1986-2016. En este punto debemos hacer como en esos viejos libros llamados “Escoge tu propia aventura”:
Si no conocías la obra de Momus, pasa a la antología Pubic Intellectual y déjala sonar mientras continúas con tus actividades del día (es un álbum triple). Si ya conocías la obra de Momus, pasa al siguiente párrafo.
Porque explicar que alguien tiene un catálogo que suena lo mismo a cabaret, chanson, réplicas a Pet Shop Boys, folk electrónico, música circense o Shibuya-kei, no es explicar mucho. El historial laboral enreda más las cosas: ¿que hacía en el sello de The Jesus and Mary Chain, Primal Scream y My Bloody Valentine? Aparentemente, pasársela citando a Jacques Brel, Kurt Weill y la musique concrète. Bueno, no aparentemente: exactamente eso hacía. La revista Rockdelux, que pone el género de cada álbum al comienzo de las reseñas, en alguna ocasión se dio por vencida y dijo que su género músical era momusismo.
¿O era “momuseo”? Quizá simplemente era la palabra MOMUS como género musical. No tengo la revista a la mano y esa reseña no ha sido recogida en el sitio de Rockdelux. Así que de paso he creado dos mundos alternos, en los que la revista usó palabras diferentes a la que usó en este mundo. Eso en base a uno de los principios de la obra de Momus: “cada mentira crea un mundo paralelo, el mundo en el que es verdad”. Que es un principio que tomó de Brian Eno, quien seguramente lo tomó de John Cage o alguien así. Momus no está seguro, cuando lo explicó no tenía la referencia a la mano.
Esa frase aparece en la portada de The Book of Scotlands, en letras grandes, más grandes que el título de ese libro en el que Momus imagina varias Escocias. Es una fantasía que nace de un viejo deseo, esa constantemente aplazada independencia escocesa. Este escocés que imagina Escocias tiende a imponerse limitaciones y una de ellas es no moralizar. Con todo, cuando se acercaba el referéndum escocés, puso el libro completo en su blog, para tentar a sus compatriotas con la posibilidad de otras Escocias (no exactamente las del libro, eso sería un desastre). “Sí” es la palabra más sexy, les dijo. Escocia decidió que no estaba lista para ser sexy, pero esa es otra historia.
Otras de sus limitaciones autoimpuestas se refieren a herramientas y espacios. Escribir una obra completa en una tablet o escribir siempre en un refugio cúbico que hay en el centro de su departamento. También pueden ser limitaciones de cantidad, como escribir mil palabras al día y no modificarlas después (Javier Marías ha usado una limitación parecida). Si se trata de música, la regla puede ser componer, grabar y compartir en un mismo día. Lo mismo para el proyecto completo, que no tome más de tres meses: acabado el plazo debe haber un libro o un álbum de música terminados y presentados. Al final están las reglas que engloban todo el proceso: hacer únicamente lo que le interesa y considerar el dinero sólo otra herramienta para seguir en el juego. “Jugar en el mundo del arte, consumiendo sin dinero”.
Entre sus limitaciones naturales cuenta el no poder escribir cosas tristes. Puede producir material satírico o absurdo sin planeación previa, pero según él nunca podría crear algo que provoque llanto. No estoy seguro sobre eso último. Busquen en YouTube su canción más conocida, “I Want You But I Don’t Need You”. Hay varios covers (el de Nymphetamin es muy bueno) y sus colegas la interpretan tan profesionalmente como él. Pero también están los covers que han hecho amateurs armados de piano, guitarra o ukelele, solos en su habitación. La canción es chistosa y, sin embargo, parece que es difícil cantarla en esas condiciones sin que, en alguna frase, se quiebre la voz.
Si quieres leer los textos sobre Momus que sí están en el sitio de Rockdelux, pasa a rockdelux.com; si quieres conocer mejor las canciones de la antología, pasa a la sección de letras. Y si no te gusta la música, recuerda que también existe el alcohol, y si no te gusta el alcohol siempre queda la opción de tirarse al abismo.
9/15/2016
¿qué significa soñar con cables?
El documental I Dream of Wires (Fantinatto, 2014) cuenta la historia del sintetizador, pero abarca un escenario más amplio que el de la música electrónica o la música a secas. Muestra dos ideologías que coexistían en un país y época, cada una de las cuales creó un sintetizador distinto.
En la Costa Este de los Estados Unidos estaba Robert Moog, perfeccionando un instrumento electrónico atractivo para músicos de distintos orígenes, no únicamente para los experimentales y los entusiastas de nuevas tecnologías.
Siguiendo esa vía, sus equipos terminaron teniendo un teclado, y el Minimoog (1970) fue su mayor éxito. El propio inventor decía que éste era el menos versátil de sus sintetizadores, pero no pensaba llevarle la contra a los clientes.
Mientras, en la Costa Oeste, Don Buchla hacía una labor similar, pero guiada por lo que pareciera más interesante, no necesariamente lo más pedido.
De hecho, en un principio Don no sabía que estaba fundando una compañía, pensaba que aquello se quedaría en un proyecto de garage. Ahora estamos acostumbrados a que las tecnologías de la Costa Oeste se propaguen por el mundo, incluso si en un principio son rechazadas por los consumidores, pero entonces todavía no cuajaba del todo ese modelo.
Los sintetizadores Moog con teclado serían más influyentes en las siguientes décadas, si bien nunca ha desaparecido del todo el interés por los Buchla.
Bolinas, una comunidad californiana parcialmente aislada y que mira al mar, parece tener bastantes Buchlas por kilómetro cuadrado. De ahí son vecinas Suzanne Ciani y Kaitlyn Aurelia Smith, que hace algunos meses coincidieron en una cena y a partir de ahí se reunieron para improvisar con sus máquinas, el Buchla 200 E de Ciani y el Buchla Music Easel de Smith.
Estas amigas y sintetistas pertenecen a generaciones diferentes (Smith no había nacido cuando Ciani publicó su primer álbum). No tienen planes para reunirse en escenarios, pero sí grabaron un álbum para la serie FRKWYS.
Lo estrenaron este septiembre, se llama Sunergy y consiste en dos tracks largos (y un tercero en la versión digital) que tienen tanto el sonido tintineante y rítmico de Ciani como los pasajes contemplativos y psicodélicos de Smith. En el primer track, “A New Day”, esos sonidos funcionan como un diálogo, mientras en el segundo, “Closed Circuit”, se mezclan completamente.
Este ha sido el año de rescatar la obra de Ciani. El sello Finders Keepers, que ya había reeditado parte de su obra, publicó por primera vez sus Buchla Concerts 1975.
Una nota curiosa: como ocurre con Wendy Carlos y Delia Derbyshire, los sonidos de Ciani fueron escuchados por medio mundo sin saberlo. En los anuncios de los setenta, el sonido de la botella de Coca-Cola, al destaparla y servirla, no provenía de una botella real, se trataba de Suzanne con sus máquinas, uno de sus trabajos de diseño de sonido.
Para ver: Sunergy Documentary (Sean Hellfritsch, 2016); Suzanne Ciani Lecture (Red Bull Music Academy, 2016).
En la Costa Este de los Estados Unidos estaba Robert Moog, perfeccionando un instrumento electrónico atractivo para músicos de distintos orígenes, no únicamente para los experimentales y los entusiastas de nuevas tecnologías.
Siguiendo esa vía, sus equipos terminaron teniendo un teclado, y el Minimoog (1970) fue su mayor éxito. El propio inventor decía que éste era el menos versátil de sus sintetizadores, pero no pensaba llevarle la contra a los clientes.
Mientras, en la Costa Oeste, Don Buchla hacía una labor similar, pero guiada por lo que pareciera más interesante, no necesariamente lo más pedido.
De hecho, en un principio Don no sabía que estaba fundando una compañía, pensaba que aquello se quedaría en un proyecto de garage. Ahora estamos acostumbrados a que las tecnologías de la Costa Oeste se propaguen por el mundo, incluso si en un principio son rechazadas por los consumidores, pero entonces todavía no cuajaba del todo ese modelo.
Los sintetizadores Moog con teclado serían más influyentes en las siguientes décadas, si bien nunca ha desaparecido del todo el interés por los Buchla.
Bolinas, una comunidad californiana parcialmente aislada y que mira al mar, parece tener bastantes Buchlas por kilómetro cuadrado. De ahí son vecinas Suzanne Ciani y Kaitlyn Aurelia Smith, que hace algunos meses coincidieron en una cena y a partir de ahí se reunieron para improvisar con sus máquinas, el Buchla 200 E de Ciani y el Buchla Music Easel de Smith.
Estas amigas y sintetistas pertenecen a generaciones diferentes (Smith no había nacido cuando Ciani publicó su primer álbum). No tienen planes para reunirse en escenarios, pero sí grabaron un álbum para la serie FRKWYS.
Lo estrenaron este septiembre, se llama Sunergy y consiste en dos tracks largos (y un tercero en la versión digital) que tienen tanto el sonido tintineante y rítmico de Ciani como los pasajes contemplativos y psicodélicos de Smith. En el primer track, “A New Day”, esos sonidos funcionan como un diálogo, mientras en el segundo, “Closed Circuit”, se mezclan completamente.
Este ha sido el año de rescatar la obra de Ciani. El sello Finders Keepers, que ya había reeditado parte de su obra, publicó por primera vez sus Buchla Concerts 1975.
Una nota curiosa: como ocurre con Wendy Carlos y Delia Derbyshire, los sonidos de Ciani fueron escuchados por medio mundo sin saberlo. En los anuncios de los setenta, el sonido de la botella de Coca-Cola, al destaparla y servirla, no provenía de una botella real, se trataba de Suzanne con sus máquinas, uno de sus trabajos de diseño de sonido.
Para ver: Sunergy Documentary (Sean Hellfritsch, 2016); Suzanne Ciani Lecture (Red Bull Music Academy, 2016).
8/12/2016
mitos
Agata Pyzik es la autora de un libro sobre la cultura pop en Europa Oriental en el pasado siglo. Sobre eso y sobre los choques e intercambios entre Europa Oriental y Occidental. El libro se llama Poor but Sexy, pobre pero sexy, que fue el modo en que un alcalde de Berlín describió a su ciudad.
Poor but Sexy usa a algunas personas y creaciones como eje, y una de esas personas es David Bowie. Su paso por Europa Oriental y el interés que tenían los jóvenes de esa parte del mundo en él. Pyzik explica este interés con una creación concreta, recuperable, la película Christiane F. (Uli Edel, 1981), y con un mito, el del breve paseo de Bowie por Varsovia.Quizá Bowie estuvo realmente en Varsovia, pero lo que interesa es cómo ese paseo se sigue contando y hasta se crean detalles sobre él, como qué tienda visitó el cantante y qué disco compró ahí, disco que es una presunta influencia del track “Warszawa”. Una versión resumida de esa historia puede verse en un video creado este año, Tracing David Bowie’s Footsteps through 1970s Warsaw.
La veracidad de esa historia es incomprobable e irrelevante. Es un mito que permite a Pyzik reunir otras historias, dispersas, del romance de Occidente con la estética del Bloque Soviético y del romance del Bloque Soviético con cierto tipo, y sólo cierto tipo, de cultura pop occidental. El mito es adecuado, cumple una función.
Algo parecido ocurre en el documental Montage of Heck (Brett Morgen, 2015). Este documental fue tachado de innecesario desde antes de su estreno, porque presuntamente ya había demasiados acerca de Kurt Cobain. Lo distintivo de Montage of Heck es que incluye dos cintas grabadas por Cobain y encontradas por el director: un collage sonoro y la voz de Kurt contando una historia de su adolescencia.
El director no sabía bien qué hacer con esa última grabación en el largometraje, así que decidió presentarla íntegra. Hisko Hulsing, contratado para realizar algunas animaciones en este documental, convenció al director de animar toda la narración de Cobain. Según Buzz Osborne, integrante de Melvins y amigo del documentado, todo lo dicho en esa grabación (y por consecuencia en la animación) se lo inventó Cobain. El animador Hulsing también intuye que se trata de un cuento.
Buzz detesta ese documental, lo considera una colección de patrañas sobre Kurt. Lo único que le gusta son las animaciones, de las que dice retratan muy bien lo deprimente que era Aberdeen en esos tiempos. Repasemos: considera el documental una serie de mentiras en la que lo único destacable es un quizá cuento, quizá recuerdo, contado por su amigo, convertido en un corto animado.
Cuando Hulsing explicó en una conferencia TEDx cómo hizo la animación estuvo a punto de decir que había mitologizado con ella, pero se interrumpió a media palabra. Quizá porque “mito” suele tomarse como “mentira”. Era la palabra correcta, es un mito, que no mentira. Un relato que permite entender tan bien como una carretada de datos.
7/13/2016
the avalanches - wildflower
Since I Left You, publicado a fines de 2000, era de esos álbumes de los que se escuchan más cifras que apreciaciones, por la cantidad y la variedad de samples usados. Había pasado antes con Paul’s Boutique (1989) de Beastie Boys y pasaría después con Feed the Animals (2008) de Girl Talk, pero ese álbum de The Avalanches, combo australiano de DJs, era único en su especie.
Hecho de múltiples partes, tenía un estilo propio. Psicodelia disco, si hubiera que ponerle un nombre. Y el elemento unificador no era una voz: era sampleo puro, sin un solo sonido hecho para la ocasión. Y a diferencia de las referencias irónicas, del mashup cómico, su sonido funcionaba mejor entre menos buscaras las fuentes.
Hablábamos aquí, en meses anteriores, de la música que funciona como un concentrado de épocas. También de la canción sencillamente feliz como una rareza. Y parece que invocamos a The Avalanches, expertos en esos asuntos, y que habían retrasado durante quince años su segundo álbum.
De los integrantes originales quedan Robbie Chater y Tony Di Blasi, pero no habría modo de saberlo en base al sonido. Parece que cualquier muestra que tomes de The Avalanches puede regenerarse hasta sonar como al principio. En lo que hay diferencias es en la planeación. Esta vez hay voces invitadas. También usan arreglos de Jean-Michel Bernard (compositor para el cine de Michel Gondry y Wes Anderson), para unir las partes sin que se noten las costuras.
Como en Since I Left You, la música está dividida en tracks y algunos de estos tienen intención de sencillo (el más obvio y el primero ha sido “Frankie Sinatra”), pero funciona como una sola pieza, que sigue y sigue sin tener divisiones claras. Igual que en el debut, hay psicodelia, disco, soul, funk y diálogos de película. Lo único que han dejado fuera son los samples de Hi-NRG y el pop de sintetizadores.
Por la naturaleza del álbum, es difícil recomendar una selección de Wildflower. Quizá sí un bloque entero, el primer tercio, del inicio hasta el séptimo track, “Colours”, con lo que se tendría una idea clara de lo que Chater y Di Blasi pueden hacer hoy en día.
Más interesante es contrastar el álbum con lo que ha ocurrido en la música popular en estos últimos quince años. Con la atención y el respeto que recibió el debut de este grupo, esperaríamos que se notara por muchas partes su influencia. Y claro que nunca ha gustado tanto el alud de samples como ahora, y sin embargo es imposible escuchar un par de minutos de esto y engañarse con respecto a qué grupo lo hizo.
Hecho de múltiples partes, tenía un estilo propio. Psicodelia disco, si hubiera que ponerle un nombre. Y el elemento unificador no era una voz: era sampleo puro, sin un solo sonido hecho para la ocasión. Y a diferencia de las referencias irónicas, del mashup cómico, su sonido funcionaba mejor entre menos buscaras las fuentes.
Hablábamos aquí, en meses anteriores, de la música que funciona como un concentrado de épocas. También de la canción sencillamente feliz como una rareza. Y parece que invocamos a The Avalanches, expertos en esos asuntos, y que habían retrasado durante quince años su segundo álbum.
De los integrantes originales quedan Robbie Chater y Tony Di Blasi, pero no habría modo de saberlo en base al sonido. Parece que cualquier muestra que tomes de The Avalanches puede regenerarse hasta sonar como al principio. En lo que hay diferencias es en la planeación. Esta vez hay voces invitadas. También usan arreglos de Jean-Michel Bernard (compositor para el cine de Michel Gondry y Wes Anderson), para unir las partes sin que se noten las costuras.
Como en Since I Left You, la música está dividida en tracks y algunos de estos tienen intención de sencillo (el más obvio y el primero ha sido “Frankie Sinatra”), pero funciona como una sola pieza, que sigue y sigue sin tener divisiones claras. Igual que en el debut, hay psicodelia, disco, soul, funk y diálogos de película. Lo único que han dejado fuera son los samples de Hi-NRG y el pop de sintetizadores.
Por la naturaleza del álbum, es difícil recomendar una selección de Wildflower. Quizá sí un bloque entero, el primer tercio, del inicio hasta el séptimo track, “Colours”, con lo que se tendría una idea clara de lo que Chater y Di Blasi pueden hacer hoy en día.
Más interesante es contrastar el álbum con lo que ha ocurrido en la música popular en estos últimos quince años. Con la atención y el respeto que recibió el debut de este grupo, esperaríamos que se notara por muchas partes su influencia. Y claro que nunca ha gustado tanto el alud de samples como ahora, y sin embargo es imposible escuchar un par de minutos de esto y engañarse con respecto a qué grupo lo hizo.
6/14/2016
neko case, kd lang y laura veirs - case/lang/veirs
Esta colaboración entre Neko Case, k.d. lang y Laura Veirs no se explica porque sean compañeras de sello. Case está en Anti-, lang en Nonesuch y Veirs en su propio sello. Tampoco las reunió una antigua amistad, apenas se conocían cuando comenzaron estas canciones. Y no es una jam session convertida en álbum. De hecho, tomó casi tres años hacer estas canciones, con Case interrumpiendo periódicamente su gira para trabajar en Portland con sus colegas.
Sin coartada: sólo se propusieron hacerlo. En el caso de Veirs, sin coartada y sin haber compuesto canciones con nadie antes; en sus álbumes ella decide todo. A diferencia de muchas otras colaboraciones, donde los involucrados pretenden que se entendieron perfectamente, ellas admiten que fue un proceso tenso, sobrellevado por pura disciplina. “Fue un horrendo derramamiento de egos”, bromeó lang en una conferencia reciente. Case lo describe así:
Además este proyecto (que incluirá una gira por Estados Unidos y Canadá) lo tuvieron en secreto hasta hace poco. Deberíamos haber sospechado algo cuando salió el anterior álbum de Veirs, con Case de segunda voz en una de las canciones. El caso es que no lo hicimos.
Como buena parte del repertorio de lang y Veirs, en estos catorce tracks se canta como en el country y la americana, pero la música no corresponde exactamente a esas etiquetas. Hay discretos arreglos de cuerdas que no se inscriben directamente en ningún género, también piano, y sólo ocasionalmente ritmo de rock (como en el cierre, “Georgia Stars”).
En teoría sería imposible decir qué parte la hizo quién, sobre todo porque se repartieron las partes cantadas al azar. Pero Laura Veirs ya ha escrito canciones que homenajean con nombre y apellido (tiene una sobre Carol Kaye y otra sobre Alice Coltrane), así que quizá ella sea la principal responsable de “Song for Judee”. La del título es Judee Sill, cantante de los años setenta que ya había sido objeto de un álbum homenaje con Bill Callahan, Trembling Blue Stars y otros.
Otra de las canciones, “Down I-5”, recibe su nombre de la carretera interestatal número cinco, la que lleva a la ciudad donde se grabó todo esto. Hay un par de líneas en ésta que son prestadas y les sonarán bastante familiares: “some are born to sweet delight/ some are born to endless night”.
Si van con prisa, busquen los dos grandes momentos del álbum. Uno es “Blue Fires”, donde lang hace por una canción nueva lo que antes ha hecho por standards y clásicas torch songs (pienso en sus versiones de “A Kiss to Build a Dream On’” y “Don’t Smoke in Bed”). El otro es además el mayor despliegue pop del álbum, “Best Kept Secret”, con esa clase de endorfina que parece se volvió prohibida en la música popular a partir de 1965.
case/lang/veirs - case/lang/veirs (Anti-, 2016). Bandcamp / Deezer / Spotify
neko case/k.d. lang/laura veirs: the best of us (playlist)
Sin coartada: sólo se propusieron hacerlo. En el caso de Veirs, sin coartada y sin haber compuesto canciones con nadie antes; en sus álbumes ella decide todo. A diferencia de muchas otras colaboraciones, donde los involucrados pretenden que se entendieron perfectamente, ellas admiten que fue un proceso tenso, sobrellevado por pura disciplina. “Fue un horrendo derramamiento de egos”, bromeó lang en una conferencia reciente. Case lo describe así:
Fue como estar en Harry Potter y que Dumbledore dijera “mira, Harry, cuando esté bajo este hechizo te pediré agua pero, no importa cómo le hagas, no debes darme agua”. Y Harry viendo sufrir a Dumbledore y diciéndole “lo siento, amigo, pero no puedo darte agua porque esta canción se echará a perder si lo hago”. No fue así de dramático, pero es la única metáfora que puedo pensar al respecto.
Además este proyecto (que incluirá una gira por Estados Unidos y Canadá) lo tuvieron en secreto hasta hace poco. Deberíamos haber sospechado algo cuando salió el anterior álbum de Veirs, con Case de segunda voz en una de las canciones. El caso es que no lo hicimos.
Como buena parte del repertorio de lang y Veirs, en estos catorce tracks se canta como en el country y la americana, pero la música no corresponde exactamente a esas etiquetas. Hay discretos arreglos de cuerdas que no se inscriben directamente en ningún género, también piano, y sólo ocasionalmente ritmo de rock (como en el cierre, “Georgia Stars”).
En teoría sería imposible decir qué parte la hizo quién, sobre todo porque se repartieron las partes cantadas al azar. Pero Laura Veirs ya ha escrito canciones que homenajean con nombre y apellido (tiene una sobre Carol Kaye y otra sobre Alice Coltrane), así que quizá ella sea la principal responsable de “Song for Judee”. La del título es Judee Sill, cantante de los años setenta que ya había sido objeto de un álbum homenaje con Bill Callahan, Trembling Blue Stars y otros.
Otra de las canciones, “Down I-5”, recibe su nombre de la carretera interestatal número cinco, la que lleva a la ciudad donde se grabó todo esto. Hay un par de líneas en ésta que son prestadas y les sonarán bastante familiares: “some are born to sweet delight/ some are born to endless night”.
Si van con prisa, busquen los dos grandes momentos del álbum. Uno es “Blue Fires”, donde lang hace por una canción nueva lo que antes ha hecho por standards y clásicas torch songs (pienso en sus versiones de “A Kiss to Build a Dream On’” y “Don’t Smoke in Bed”). El otro es además el mayor despliegue pop del álbum, “Best Kept Secret”, con esa clase de endorfina que parece se volvió prohibida en la música popular a partir de 1965.
case/lang/veirs - case/lang/veirs (Anti-, 2016). Bandcamp / Deezer / Spotify
neko case/k.d. lang/laura veirs: the best of us (playlist)
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