1/04/2008

historias de un pendejo

“Una sociedad en que cada uno es esclavo de todos apenas es mejor que aquella en que cada uno es esclavo de un déspota” Bertrand Russell, Autoridad e individuo.


1. Durante el 2007 me llamaron pendejo dos veces. Bueno, seguramente ocurrió más veces, pero estoy contando cuando lo hicieron desconocidos, y en mi carota. Dirán que eso no es ningún récord, que hay gente que recibe más ofensas en un solo día, pero sucede que no soy árbitro de futbol, no conduzco ningún vehículo y tampoco soy padre de adolescentes, así que lo considero toda una hazaña. Y una perspectiva bastante triste, porque en ambas ocasiones merecí ese calificativo por negarme a tomar dinero ajeno.


2. La primera vez ocurrió en un cajero automático. Encontré una tarjeta dentro del aparato, pidiendo a beeps ser usada o extraída. La saqué y me asomé a la calle para buscar al dueño. Sólo encontré a un anciano que hacía fila detrás de mí, quien me preguntó qué pasaba. “Nada, dejaron una tarjeta dentro del cajero”. “¿Y estás buscando al dueño?” Torció la boca y masculló la palabra. “Pendejo”. No dijo más, pero su expresión podía traducirse como “me la hubieras dejado a mí”.

La segunda fue en un puesto de hamburguesas. El encargado era nuevo y estaba hecho un lío con las cuentas: me dio el cambio de un billete de 200 cuando yo le había dado uno de 100. Se lo hice ver y le devolví lo que le correspondía. El tipo sentado a un lado de mí volteó y, sin dejar de masticar su hamburguesa, me escupió un “pinche pendejo”.


3. Olvídense de los funcionarios acusados de peculado, del criminal perseguido en varios países, del prestamista alevoso. Cualquier hijo de vecina piensa igual que ellos: “hay que tomar todo lo posible”. Lo curioso es que esos mismos hijos de vecina piden que rueden las cabezas de los funcionarios, criminales y prestamistas alevosos. Me consolaría pensar que me han tocado malos casos, que una encuesta amplia arrojaría otro perfil de nuestros coetáneos, pero es difícil albergar esperanzas.

En el 2006 se realizó la Encuesta Nacional sobre Lectura: los índices de lectura descubiertos no tenían nada sorprendente, las excusas fueron lo interesante. La mayoría de los mexicanos dijo no leer por carecer de tiempo, pero afirmó que los demás no leían por flojos. “Yo tengo motivos, los demás están mal”. Hasta ahí llega la cohesión de nuestra sociedad.

Decía Russell que en tiempos de paz podemos permitirnos odiar a nuestros vecinos, que en la guerra nadie puede darse ese lujo. No es posible no amarlos, todo mundo se siente unido frente a un mal mayor. Guerra no hemos tenido, pero durante las catástrofes climatológicas de los últimos años hemos visto cómo son saqueadas las casas abandonadas, y cómo provisiones recolectadas terminaron acaparadas por caciques locales. Hasta ahí nuestra cohesión frente a la adversidad. Imagino que a los ojos de esos caciques los que recolectaban los víveres eran sus pendejos.

4. Lo ingenuo sería pensar que esta situación es particular de nuestro lugar y tiempo. Lo cierto es que este gandallismo ha ido y venido por toda la historia de la humanidad. Por lo pronto, mientras sonaban las primeras campanadas del 2008, pedí tres deseos: quiero aumentar de peso, permanecer soltero y, sobre todo, seguir siendo un pendejo. Y espero que ustedes también.



Encuesta Nacional de Lectura 2006 (¡Eso respondieron, en serio! Ver páginas 43 y 45).

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