Kenji: Yo no lo haría por la misma razón que los demás. Por problemas de dinero. Un corazón roto. Yo no. Algunos libros dicen que la muerte relaja… No hay por qué seguirle el ritmo al resto del mundo. No más e-mails. No más teléfono. Será como si tomara una siesta, para despertar fresco y listo. Iniciar una nueva vida.
Si Charlie Kaufman nos está acostumbrando a seguir la carrera no de un actor o de un director, sino de un guionista, otro tanto está pasando con la fotografía de Christopher Doyle. El australiano ha encontrado en el cine oriental el mejor vehículo para su estética, de austera belleza y habitaciones que se mimetizan con el ánimo de los personajes. Ha sido el fotógrafo de cabecera de Wong Kar Wai (In the Mood for Love, Happy Together, incluso lo acompañó en el video para "Six Days" de DJ Shadow), recibió inmejorables críticas por su trabajo en Hero (Zhang Yimou, 2002) y este año cruzará el Pacífico para la nueva de Shyamalan.
El tailandés Ratanaruang ha comentado que su primer motivo para escribir y dirigir Last Life in the Universe fue reunir a Doyle con el actor japonés Tadanobu Asano (Zatoichi, Ichi the Killer) y Takashi Miike, si bien este último sólo hace de amuleto en el filme, con una breve aparición al final. Ubicada en el Bangkok contemporáneo, Last Life… relata el encuentro entre Kenji (Tadanobu) y Noi (la debutante Sinitta Boonyasak), polos opuestos reunidos por un par de tragedias.
Él es un japonés que lleva una existencia obsesivamente metódica y ha reducido al mínimo su contacto con el mundo. Es bibliotecario en una dependencia cultural japonesa, así que ni siquiera se ha molestado en aprender tailandés. Fantasea con suicidarse, pero no por desamor, ni para llamar la atención. Sencillamente quiere desaparecer, quizá así pueda pasar a otro lugar y sentir verdadera dicha. Ella vive en una casa de playa que alguna vez fue confortable, pero ahora todo está patas arriba y a Noi no parece importarle. Consume el tiempo fumando, viendo TV, recibiendo amenazas de su antigua pareja y escuchando cintas para aprender japonés, pues planea dejarlo todo y comenzar de nuevo en Osaka. La ciudad de donde vino Kenji.
El título no aparece en pantalla hasta pasada la primera media hora, y a lo largo del filme se dejan caer varias señales para establecer complicidad con el espectador, como el póster de Ichi the Killer en la biblioteca o ver a Miike encarnando a un yakuza. La película tiene un ritmo pausado, sedante, interrumpido en contadas ocasiones por violentos exabruptos, en otras por secuencias alucinatorias, todo adecuadamente acompañado por la música ambiental de Small Room.
Sabemos que en la casa que compartían Noi y su hermana Nid, ambas jóvenes, no hay padres. Y que Kenji lleva en la espalda el mismo tatuaje que su hermano el mafioso. Pero de ese pasado poco se dice, Ratanaruang comprende la importancia del secreto. Como en la citada In the Mood for Love, esta también es una historia en la que cuenta más lo que no se dice. Al final bastará ver un objeto, colocado en el lugar adecuado, para saber cuál ha sido el desenlace de esta recomendable pieza de cine thai.
Dirección: Pen-Ek Ratanaruang. // Guión: Pen-Ek Ratanaruang y Prabda Yoon. // Fotografía: Christopher Doyle. // Música: Small Room. Con Tadanobu Asano, Sinitta Boonyasak, Laila Boonyasak, Yutaka Matsushige y Takashi Miike. // Tailandés/japonés/inglés. 112 mins.
Apareció en Sonitus Noctis No. 12 (Julio 2005)
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