My rating: 2 of 5 stars
Harry Dickson era un Sherlock Holmes pirateado, tan pirateado que al principio lo vendían con el nombre Sherlock Holmes. A partir de 1933 Jean Ray tomó el compromiso de traducir las primeras aventuras de Dickson y terminó reescribiendo algunas y creando muchas nuevas.
Si descontamos el nombre usurpado y el domicilio en Baker Street, Dickson tiene poco qué ver con Holmes. Mientras Sherlock era el héroe de la deducción racional, Dickson tenía que vérselas con criaturas sobrenaturales y villanos especializados en crear los planes más enrevesados y con menos probabilidades de éxito.
Para darse un quemón: en Los espectros verdugos hay un escritorio que electrocuta al que intenta abrirlo, la pérfida Georgette Cuvelier tiene una flota de submarinos escondida y los malandros de Londres en lugar de usar pistolas matan con una silla eléctrica que guardan en un céntrico departamento.
En breve, esto tira hacia la revista pulp americana de la época. También es muy distinto a la obra plenamente fantástica de Jean Ray, y él se sabía mercenario al escribir estas cosas. Pasada la página 80 (de apenas 120) Dickson encuentra una novelita que estaba leyendo Georgette:
Era una de esas novelas populares de seis peniques. que se esparcen entre el público... "Me pregunto cómo una joven como ella ha podido encontrar de interés esta estúpida historia tan mal escrita" —se dijo el detective. Se llevó el libro y lo leyó. Era una de esas historias de amor y aventuras, tejida en una trama idéntica a la de millares de relatos del género. Tuvo la paciencia de leerla hasta la última página, para reconocer a continuación que había estado perdiendo el tiempo.View all my reviews
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