1. Sarah Silverman llega a sus espectáculos de stand-up comedy vestida con naturalidad. Pronuncia sus líneas con una dicción de concurso de oratoria y procura no hacer nada que indique que sus palabras van en broma. No abandona en ningún momento su personaje: toda una jewish american princess, poseedora de todos los clichés que se les atribuyen, y al mismo tiempo convencida de que el estereotipo que se tiene de negros, chinos y latinos no es otra cosa que la puritita verdad.
El resultado es poco más de una hora de chistes perfectamente incorrectos, pero en ningún modo racistas. El gatillo que dispara la comicidad, lo que hace reír, es ver a un individuo con serias dificultades para adaptarse a su entorno, para actuar conforme a la situación, uno que en lugar de la mejor decisión toma aquella que le dicta su terquedad, estupidez o flojera.
Lo mismo da si se trata de Tribilín cayendo a un barranco o personajes de John Waters teniendo sexo en una casilla electoral, el modelo es básicamente el mismo. Y si estamos atentos a él, veremos que en el caso de Silverman lo que está averiado y produce risa es esa percepción del entorno que padece su personaje, esa Sarah Silverman que hace suyos y lleva al absurdo los estereotipos.
Claro que es una forma riesgosa de comedia. Hay quien no entiende la broma y no sólo no ríe, sino que hace acusaciones. Como pasó con Guy Aoki, de Media Action Network for Asian Americans, quien exigió una disculpa de Sarah por haber usado el término “chink” para referirse a un chino. Al final, Sarah no se disculpó e incluyó el incidente con Aoki en su rutina cómica, si bien reconoció que el racismo es algo malo. “And I mean bad, like in that black way”, agregó.
2. Mucho más amable (pero no por ello menos efectivo) es La pelota de letras, monólogo donde Andrés López analiza varias generaciones de colombianos, desde los que todavía comprendían el cómo y el porqué de los trámites burocráticos, hasta la más reciente, iniciada la tarde del 11 de septiembre de 2001.
López es un cómico tradicional, lo que hace especial a La pelota de letras (y que la convirtió en el DVD más vendido de Colombia) es que sus caracterizaciones de cada generación no son traducciones forzadas de los “baby boomers”, la “generation x” y similares, sino producto de una atenta (y socarrona) observación de sus compatriotas.
Modismos aparte, la explicación de López es perfectamente compatible con nuestra experiencia mexicana. En ese esquema, yo pertenecería a una camada a la que no le daba vergüenza “cantar” canciones en inglés cuya letra desconocía (así “Smooth Operator” de Sade termina convertida en “En bus a Pereira, en bus a Pereeeira”) y que por motivos misteriosos pensaba que un bar es el negocio que lo puede sacar a uno de pobre.
Se supone que México tiene muchos más ejecutantes de stand-up comedy, pero no recuerdo que alguno se haya tomado el trabajo de botanearse a su gente y su tiempo tan a conciencia como este hombre. Lo más cercano que recuerdo pasó hace casi veinte años, en los primeros programas de La Caravana, cuando el Estetoscopio Medina Chairez contaba cómo se las apañaba para recrear las maravillas del comercio primermundista (un mall, un parque temático, etc.) en su lote baldío. Si alguien sabe de algo más reciente, déjeme un comentario y algún link, se lo agradeceré harto.
3. Y pensándolo bien, sí habría que acusar a Sarah Silverman de racista. En Jesus is Magic, su espectáculo itinerante luego editado en DVD, hace un solo chiste sobre mexicanos, es casi al final y le falta mucha mala leche para alcanzar a los que hace sobre negros, judíos, chinos y enanos. ¿Cómo no sentirse segregado?
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