Hace cuatro años Marc Nguyen, parisino de ascendencia vietnamita, se tomó unas vacaciones en su labor como diseñador gráfico y videoasta (entre sus clientes están Comme des Garçons y Kenzo) para crear canciones con estructura cíclica y una clara fascinación por el post-punk, el krautrock y el dub. Su proyecto se llama Colder y hasta la fecha ha grabado dos discos, Again (2003) y Heat (2005), ambos producidos por Norscq (Jean-Louis Morgère, de The Grief) y publicados por el sello británico Output, la casa europea de LCD Soundsystem y The Rapture, desaparecida hace apenas unos meses.
Imeca Music acaba de sacar la edición mexicana de Heat (con dos canciones nuevas como bonus) y para promocionarlo organizó presentaciones de Colder en el Distrito Federal, Puebla y Monterrey. A esta última plaza llegó Marc Nguyen el 19 de noviembre en condiciones adversas: hubo dificultades con el equipo de sonido del McMullens y un público más frío que el nombre de la banda. Inconvenientes de tocar una noche de domingo y con poca difusión.
Nguyen afrontó el reto y ofreció una sesión breve pero profesional, al final de la cual pude realizar esta breve entrevista. Sabiendo que él se encarga de toda la música en el estudio de grabación, esperaba ver a un chico escondido detrás de un teclado, su laptop y una caja de ritmos, pero llegó con un grupo de apoyo (guitarra, bajo y batería), así que mi primera pregunta fue referente a esa alineación.
Tus discos suenan intimistas, compuestos y grabados sin compañía, pero en el escenario tienes una banda completa. ¿Con cuál de esos dos formatos te identificas más?
Nunca he sido admirador de las bandas que hacen exactamente lo mismo en disco y en vivo. Desde el inicio la idea de Colder era proponer algo diferente en vivo, es más personal en los discos y más abierto en el escenario. Durante la creación y grabación de cada track es un proyecto electrónico, interpretado por una sola persona, pero en esencia son sonidos para un grupo completo, así que tiene sentido el cambio en vivo.
Apareciste en pleno renacimiento del post-punk. Tu música también apunta a los primeros ochenta, pero sin encajar del todo en esa oleada de bandas. ¿Cómo explicas tus diferencias?
Compartimos influencias, pero asimiladas de modos diferentes. Veo a Colder al margen de todo el revival post-punk, para empezar porque no hago esto sólo por el gusto de recrear un sonido de años atrás. Lo principal es ofrecer sentimientos y experiencias propias, después vienen las influencias y estilos.
Sueles mencionar a Einstürzende Neubauten y Coil entre tus favoritos. ¿Cuál fue tu reacción a la muerte de John Balance?
Fue algo muy triste, para mí Coil era uno de los grandes grupos de los ochenta, noventa y lo que va del nuevo siglo. El final de Coil es una gran pérdida para la música.
¿Dónde escucharemos tu música ahora, tras la desaparición de Output Recordings?
Todavía no estoy seguro, tengo algunas pistas pero no podría hablar de ello hasta que se confirme. En esta zona estoy con Imeca Music. Es el primer sello que me invita a Latinoamérica, son ellos quienes nos han abierto las puertas aquí. Ahora, además, corrieron el riesgo de traernos a tocar a la Ciudad de México y otras partes del país. Espero, en un futuro cercano, poder tocar en Brasil, Colombia o Argentina.
¿Estás planeando un nuevo disco?
Sí, para el próximo año. Será un poco distinto, menos electrónico. Todavía no está listo, así que sería difícil describirlo.
11/23/2006
11/16/2006
el viaje de pedro al oeste
Durante la madrugada el Sr. Sagaz soñó la mejor película mexicana de todos los tiempos. No era una película que existiera en el mundo real. Ni siquiera aparecían actores conocidos (y eso que en sueños uno cuenta con presupuesto ilimatado para superproducciones).
Soñó algunas secuencias de la película, pero también una revista donde venían fotos muy grandes de los escenarios, y los comentarios del director por televisión. Todo un gran despliegue de mercadotecnia onírica.
El título era El viaje de Pedro al Oeste, en otros momentos era sólo Pedro va al Oeste. Ocurría en una casa con pisos de arena, cada habitación era un arenero enorme. Eso estaba plagiado directamente de Stalker, pero en ningún momento se apareció un Tarkovsky soñado para reclamar.
Los muebles eran de marfil y todo parecía viejísimo pero elegante. En algún momento pasó flotando un sirviente robot, similar a los platillos de Milagro en la Calle 8. No es la primera vez que esos bichos aparecen en los sueños del Sr. Sagaz. En otras ocasiones han sido hostiles, pero esta vez la maquinita parecía bien domesticada.
En la casa vivían niños, niñas, mujeres jóvenes y ancianas, pero ningún hombre adulto. No había nada abiertamente erótico, pero las muchachas vestían cosas muy ligeras y el tono general era de despreocupación y placer. Los diálogos, ahora irrecuperables, eran más de película para televisión, incluso infantil. Sencillos, limpios, directos.
Los escenarios mostrados en la revista pertenecían a El viaje de Pedro al oeste, pero también de otras películas del mismo director. En una de las imágenes podía apreciarse un escenario nocturno del tamaño de todo un desierto, con monumentos de roca erguidos en mitad de la nada. Después, por TV, el director explicó que en realidad él era arquitecto y lo único que disfrutaba era la creación de los escenarios, lo de dirigir no le emocionaba.
Terminada la perorata del director, el Sr. Sagaz creyó despertar. Estaba en la casa de su madre y ella veía la TV. Él le contaba lo que había soñado, "la mejor película en la historia del cine mexicano". "Eso que soñaste se parece a la que estoy viendo ahorita -aquí la madre pronunciaba un título de film- yo creo que lo soñaste porque dormido escuchabas los diálogos". En eso, el Sr. Sagaz despertó realmente, en su habitación normal y sólida de la vigilia. Recordó todos los detalles durante algunos minutos. Ahora sólo conserva este bosquejo.
11/14/2006
que coma el armagedón
Ya le estaba dando el avión a la Encuesta Nacional de Lectura, pero es que está buenísima. Quién sabe si mide los índices de lectura, pero es un documento invaluable para medir el grado de simulación y chingatividad del prójimo en nuestra tierra. Las citas son del artículo de Gabriel Zaid en el último número de Letras Libres:
Es decir, "no leo porque no tengo tiempo, los demás no leen por huevones".
Bueno, quizá están leyendo el mismo varias veces. "Güey, no le entendí al final del Código Da Vinci, deja me regreso a la página 1".
Pues claro. Si ya tengo un título, ¿para qué voy a leer más?
Los entrevistados que no leen dan varias explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar, por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo.
Es decir, "no leo porque no tengo tiempo, los demás no leen por huevones".
En la ciudad de México (DF y zona metropolitana), según la encuesta, se leen 4.6 libros al año: 64.7% comprados, 16.5% prestados por un amigo o familiar, 10.2% regalados, 5.4% prestados por una biblioteca y 1% fotocopiados. Esto daría 18.5 millones de habitantes x 76% de 12 años o más x 4.6 libros al año por 74.9% comprados o regalados = 48 millones de ejemplares vendidos en la ciudad de México el año 2005, lo cual parece exagerado.
En la sección amarilla del directorio telefónico 2005 de la ciudad de México, había unas 325 librerías. Si se les atribuye la venta de 48 millones de ejemplares, vendieron 150,000 ejemplares cada una, que es altísimo. Las 75 librerías de Educal, cuyo tamaño es superior al promedio, tenían como meta para el año 2004 vender 75,000 libros y artículos culturales en promedio.
Bueno, quizá están leyendo el mismo varias veces. "Güey, no le entendí al final del Código Da Vinci, deja me regreso a la página 1".
Los entrevistados que han hecho estudios universitarios o de posgrado dieron respuestas todavía más notables. Según la ENIGH 2004, hay 8.8 millones de mexicanos en esa situación privilegiada (incluye a los 2.8 millones de universitarios que no terminaron sus estudios). Pero el 18% (1.6 millones) dice que nunca ha ido a una librería; el 35% (3 millones), que no lee literatura en general; el 23% (2 millones), que no lee libros de ningún tipo; el 40% (3.5 millones), que no lee periódicos; el 48% (4.2 millones), que no lee revistas y el 7% (más de medio millón) que no lee nada: ni libros, ni periódicos, ni revistas. El 30% (2.6 millones) dice que no gasta en libros, el 16% (1.4 millones) que gasta menos de $300 al año. O sea que la mitad de los universitarios (cuatro millones) prácticamente no compra libros.
Pues claro. Si ya tengo un título, ¿para qué voy a leer más?
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