1. Todavía entre sueños, el Señor Sagaz escuchó que Sonia le preguntaba algo. No entendió, o no recuerda si entendió, o entendió y por eso respondió lo que respondió: "azul".
Lo siguiente que hizo, un poco más despierto, fue relatarle lo que había estado soñando.
2. "Estábamos los dos en el Barrio Antiguo, en un bar diminuto, apenas un cuarto. Alambiques y toneles. Una señora me ofreció vino, dijo que era bueno, que aunque no fuera de Jalisco era bueno y me ofreció una copa. El contenido de la copa parecía vino tinto, pero sabía a shampoo. Le di un trago, otro, pensé en darle el avión a la mujer, decirle que sí, que su vino estaba bueno aunque no fuera de Jalisco. Pero me ganó el asco y confesé que aquello sabía a shampoo".
"Luego llegamos a un parque. Un zoológico sin jaulas, en pleno centro. Había guardias, vestidos de negro, pero no jaulas. No vimos a los demás animales, sólo al león, que en algún momento saltó por encima de mí para alcanzar un sitio más alto donde descansar. Eventualmente, el león bajó y atrapó mi mano derecha en sus fauces. En el sueño esto no era doloroso, sólo atemorizante. El león no mordía, no arrancaba, sólo mantenía mi mano dentro de su hocico. Yo estaba espantadísimo, tú buscabas ayuda. Finalmente, un guardia dijo 'tranquilo, cálmate y te dejará ir'. Así lo hice y así lo hizo el león"
4. —Entonces, a ti que no te compren tu león- dijo Sonia.
—¿Qué habías preguntado cuando respondí azul?
—No recuerdo, pero sí, dijiste que azul.
5. Esta tarde, en la Biblioteca, un chico pidió prácticamente todos los libros que había sobre vinos. Era un alumno de primer semestre, en realidad no tiene ninguna materia que lo haga investigar tanto. Ahí se pasó toda la tarde, con los libros vinateros abiertos y desperdigados sobre una mesa, leyendo.
—¿Qué buscas?
—El nombre de un vino. Era azul, sabía a ceniza y era tóxico. Lo prohibieron hace mucho, por eso, por tóxico.
Más tarde, el Sr. Sagaz escuchó al chico preguntando a la maestra de enología por el vino. "No, no tengo idea de qué estés hablando. Si lo encuentras, me avisas", dijo la mujer.
11/02/2006
10/28/2006
hay que comprarle su león
Cuando un esquimal tiene una acusación que hacer contra otro, le reta a una porfía de tambor o de cantos. La tribu o el clan se reúne en fiesta, muy bien vestidos todos y con el mejor humor. Los contendientes se espetan canciones burlescas con acompañamiento de tambor, achacándose sus respectivas fechorías. No se hace diferencia alguna entre inclupación fundada, sátira que provoca risa y pura calumnia. Un cantante mencionaba, por ejemplo, a todos los hombres que en una época de hambre fueron comidos por la mujer y suegra del contrario, lo que impresionó de tal modo a la concurrencia, que prorrumpió en llanto. Este disparo de canciones se acompaña de torturas y golpes: se le resopla al otro directamente en la cara, se le golpea con la frente, se le cierra la boca, se le ata a la estaca de la tienda, y todo esto el culpable lo tiene que aguantar, tranquilamente y hasta con una sonrisa burlona. Los espectadores cantan el estribillo de la canción, aplauden y encorajinan a las partes. Otros se sientan y duermen. Durante las pausas, las partes contendientes se tratan como buenos amigos... Lo más importante es que esta costumbre, en las tribus que la practican, ocupa el lugar de la decisión judicial. Estas tribus no conocen, fuera de estas luchas, otro tipo de decisión judicial.cfr. Las coplas de Infante y Negrete en Dos tipos de cuidado (1953).
J. Huizinga, Homo Ludens: el juego y la cultura.
10/25/2006
denise mina - hellblazer
Parece que no puedo tomar nada sólo por lo que es. Debe ser, parecer, llegar en el momento indicado y asociado con la persona indicada. El New York Times es uno de los periódicos más respetados del orbe, pero sólo comencé a leerlo (en línea) luego de Corazón tan blanco, donde el narrador hace unas descripciones deliciosas del pranganérrimo placer de pasarse un domingo encerrado en casa leyendo el Times de cabo a rabo, con todos sus suplementos.
Por leer el Times por culpa de Marías encontré, el pasado mes de julio, una reseña de The Dead Hour, la última novela de Denise Mina, una escritora de thrillers de la que nunca había oído hablar hasta ese día. Como se acostumbra en su gremio, Mina tiene un personaje que protagoniza varias de sus novelas y seguirá haciéndolo, hasta que la pluma aguante.
En su caso se trata de Paddy Meehan, una joven irlandesa que se gana la vida como reportera en la Escocia de los ochenta. Y bueno, sí, ahí se entera de cosas truculentas, y sí, hay asesinatos con bastante morbo, pero lo que parece más sabroso es el modo en que afronta los casos Paddy. No es Mike Hammer pero tampoco el Padre Brown, y lo más seguro es que pueda actuar como los dos en un mismo día. Para todo hay un buen pretexto, el asunto es seguir viva y no perder el empleo.
Desde la infancia, cuando compraba religiosamente cada martes mi número del Asombroso Hombre Araña, no había vuelto a seguir un cómic con regularidad. Ni siquiera The Sandman, del que nunca llegué a tener una sola serie completa. Las recopilaciones no valen, hablo de acudir a un local cada mes para adquirir un número esperado con ansias de fan. O de alguien que no es fan, pero de todos modos padece accesos de obsesión/compulsión y puede pretender que tienen un objetivo.
Ahora tengo una tienda de comics atravesada en mi camino a casa, y ni siquiera un professional procastinator como su servidor desaprovecharía esta oportunidad. Por el momento ya estoy enganchado con Fell, y, lo que nunca hubiera esperado, con Hellblazer. La razón: hace un mes Hellblazer inició una nueva serie, titulada "The Red Right Hand" (como la canción de Cave; imprescindible el cóver de Giant Sand), escrita por, miren por dónde, Denise Mina.
Esta resultó ser la segunda serie que Mina hace para el personaje de Vertigo. La anterior se titulaba "Empathy is the Enemy", y está directamente enlazada a la historia de "The Red Right Hand".
El asunto va así: un brujo mafufo construye un "motor de empatía", un trebejo que elimina toda barrera entre una conciencia y otra, lo quieran o no las personas ubicadas en la periferia del aparato (que hasta el momento ya ha jodido a todo Glasgow). En terminos bergsonianos, lo que el motor hace es aturdir al "órgano de atención a la vida" y permitir que el todo de cada quién se arrejunte con el todo de los otros. Como ocurría entre los soldaditos de uno de los cuentos de Trurl y Clapaucio , o también con los soldaditos de Forever Peace, de Joe Haldeman (algo así como una versión ñoña y extendidísima del cuento de Lem). Y creo que por ahí iba también el procedimiento que en Evangelion llamaban "la instrumentación", pero nunca tuve la paciencia de anacoreta necesaria para reventarme Evangelion completa.
Sólo que a los escoceses de Hellblazer no les va tan bien como a los soldaditos: en lugar de despertar un entendimiento total, el motor los capacita para recibir, de golpe, los recuerdos más pinches de sus semejantes. La gente comienza a matarse en las calles, Glasgow se reduce a ruinas y queda prácticamente deshabitado. Sólo permanece viva la verdadera basura (como John Constantine) que desde antes tenía una opinión muy poco favorable de sus vecinos.
Denise Mina y Paddy Meehan
Por leer el Times por culpa de Marías encontré, el pasado mes de julio, una reseña de The Dead Hour, la última novela de Denise Mina, una escritora de thrillers de la que nunca había oído hablar hasta ese día. Como se acostumbra en su gremio, Mina tiene un personaje que protagoniza varias de sus novelas y seguirá haciéndolo, hasta que la pluma aguante.
En su caso se trata de Paddy Meehan, una joven irlandesa que se gana la vida como reportera en la Escocia de los ochenta. Y bueno, sí, ahí se entera de cosas truculentas, y sí, hay asesinatos con bastante morbo, pero lo que parece más sabroso es el modo en que afronta los casos Paddy. No es Mike Hammer pero tampoco el Padre Brown, y lo más seguro es que pueda actuar como los dos en un mismo día. Para todo hay un buen pretexto, el asunto es seguir viva y no perder el empleo.
Hellblazer: The Red Right Hand
Desde la infancia, cuando compraba religiosamente cada martes mi número del Asombroso Hombre Araña, no había vuelto a seguir un cómic con regularidad. Ni siquiera The Sandman, del que nunca llegué a tener una sola serie completa. Las recopilaciones no valen, hablo de acudir a un local cada mes para adquirir un número esperado con ansias de fan. O de alguien que no es fan, pero de todos modos padece accesos de obsesión/compulsión y puede pretender que tienen un objetivo.
Ahora tengo una tienda de comics atravesada en mi camino a casa, y ni siquiera un professional procastinator como su servidor desaprovecharía esta oportunidad. Por el momento ya estoy enganchado con Fell, y, lo que nunca hubiera esperado, con Hellblazer. La razón: hace un mes Hellblazer inició una nueva serie, titulada "The Red Right Hand" (como la canción de Cave; imprescindible el cóver de Giant Sand), escrita por, miren por dónde, Denise Mina.
Hellblazer: Empathy is the Enemy
Esta resultó ser la segunda serie que Mina hace para el personaje de Vertigo. La anterior se titulaba "Empathy is the Enemy", y está directamente enlazada a la historia de "The Red Right Hand".
El asunto va así: un brujo mafufo construye un "motor de empatía", un trebejo que elimina toda barrera entre una conciencia y otra, lo quieran o no las personas ubicadas en la periferia del aparato (que hasta el momento ya ha jodido a todo Glasgow). En terminos bergsonianos, lo que el motor hace es aturdir al "órgano de atención a la vida" y permitir que el todo de cada quién se arrejunte con el todo de los otros. Como ocurría entre los soldaditos de uno de los cuentos de Trurl y Clapaucio , o también con los soldaditos de Forever Peace, de Joe Haldeman (algo así como una versión ñoña y extendidísima del cuento de Lem). Y creo que por ahí iba también el procedimiento que en Evangelion llamaban "la instrumentación", pero nunca tuve la paciencia de anacoreta necesaria para reventarme Evangelion completa.
Sólo que a los escoceses de Hellblazer no les va tan bien como a los soldaditos: en lugar de despertar un entendimiento total, el motor los capacita para recibir, de golpe, los recuerdos más pinches de sus semejantes. La gente comienza a matarse en las calles, Glasgow se reduce a ruinas y queda prácticamente deshabitado. Sólo permanece viva la verdadera basura (como John Constantine) que desde antes tenía una opinión muy poco favorable de sus vecinos.
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