Renazco en otro mundo al que nadie puede seguirme. Sucesos insignificantes atraen mi atención, los sueños nocturnos revisten forma de presagios, considero que estoy muerto y que mi vida transcurre en otra esfera.
París en el ocaso del siglo XIX, con sus artistas apiñados en hoteles baratos y bares que sirven ajenjo. Strindberg se ha separado de su esposa, su hija y la fama de sus obras. Vive aislado, con la esperanza de emprender una nueva carrera en las ciencias de la naturaleza, y confía en que el producto de sus investigaciones, Antibarbarus (1894) y Sylva Sylvarum (1896), dará un giro copernicano a la concepción que se tiene del mundo. Pero, siendo un adorador de la belleza, no le bastan para aproximarse a la naturaleza las ciencias reconocidas, sino que hace un híbrido entre éstas y las de la transmutación: un alquimista en el siglo del positivismo. Al no obtener los resultados esperados se hunde en una manía persecutoria en el que se siente acosado por fuerzas (la mayoría hostiles, algunas benéficas) que se manifiestan bajo la forma de personas, objetos, sueños premonitorios y coincidencias. Será hasta que recobre el equilibrio anímico, de vuelta en Suecia, cuando consiga hacer un registro autobiográfico de ese derrumbe emocional ocurrido entre 1894 y 1897: Inferno.
Lo que en otros individuos hubiera sido una vulgar paranoia, le dio a Strindberg la ocasión de imaginar un insólito esquema de correspondencias, explicadas siempre con tintes científicos, aunque tienen más de genial juego de asociación automática. En su disertación sobre la naturaleza las escamas de los peces funcionan como placas fotográficas, que retratan los colores del entorno hasta imprimirlos indeleblemente en su superficie. Yendo todavía más lejos, afirma que la mariposa "cabeza de muerto" (la hemos visto, es la acherontia atropos de The Silence of the Lambs) ha ganado sus atributos a fuerza de revolotear sobre los cementerios. Por cierto, el grito que describe no es una elucubración de Strindberg, la mariposa realmente produce ese sonido.
Conforme la desesperación se hace más honda, el autor abandona el naturalismo alucinado para registrar acontecimientos cotidianos, que toma por señales inequívocas de que se encuentra bajo asedio. El Despertar de Schumann suena todos los días en las calles, anunciando la llegada a París de un temido enemigo. Siente corrientes eléctricas, generadas por la disposición de los objetos en su morada, que le atraviesan el cuerpo. Encuentra inscripciones en los muros y notas en las calles que le hacen advertencias y dictan el camino a seguir. Afirma que está siendo castigado por un pecado de orgullo (aspirar conocimientos vedados a los hombres con sus experimentos alquímicos), y más tarde creerá en una conspiración de teósofos y feministas que le odian mortalmente, los primeros por no adherirse a su doctrina, las segundas por la misoginia de sus textos.
Cada uno de esos episodios es descrito con una prosa impecable y un marcado registro trágico. El autor se ve a sí mismo como Job, cargado de penas, pero a diferencia del personaje bíblico no desea no haber nacido, sino que su curiosidad y sensibilidad son excitadas cada vez más conforme crece su malestar. Ni siquiera puede afirmarse que escribió sus memorias desde una recuperación total, pues no fueron los médicos (a quienes veía como uno más de los agentes perniciosos), sino el descubrimiento de la obra de Swedenborg, a quien considerará su mentor y salvador, lo que le devolvió la estabilidad. No dejó de percibir el mundo en los términos desarrollados durante su mal, sino que ahondó en el conocimiento de esa vía hasta aprender a vivir con ella, reconocer sus agentes correctores y aceptarlos.
August Strindberg - Inferno. Valdemar. Madrid, 2001.
Apareció en Sonitus Noctis No. 6 (Noviembre 2004).
PD. Algunas circunstancias ajenas al texto me han hecho más interesante esta lectura. El pasado invierno, platicando en un café con una amiga acerca dibujantes y comics, me recomendó strindbergandhelium.com, una serie de animaciones en las que el dramaturgo tiene que soportar las impertinencias de un globito rosa. Me apuntó la dirección en un papel, que yo guardé entre las páginas del libro que leía en esos días (del cual no le había hablado a ella), que no era otro que Inferno. La coincidencia aumentó al visitar la página y ver que no sólo aparecía Strindberg, sino que usaba citas de Inferno. La presentación que Valdemar le ha dado es deliciosa, con una miniatura del siglo XV en la portada y el texto impreso en el mismo rojo que usó Alfaguara para La historia interminable de Ende, libro favorito de infancia para muchos de nuestra generación.
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