12/09/2004

rhoda

-Si yo pudiera creer –dijo Rhoda- que envejeceré en medio de persecuciones y cambios sin fin me sentiría liberada de mi temor: nada persiste. El momento presente no conduce al momento que seguirá. La puerta se abre y el tigre salta. Vosotros no me habéis visto entrar. He dado mil rodeos por entre las sillas para evitar el horror de una brusca sacudida. Tengo miedo de todos vosotros. Tengo miedo del choque de las sensaciones que saltan sobre mí, porque no puedo recibirlas como lo hacéis vosotros, no puedo fundir el momento presente con el que vendrá. Para mi cada momento es algo violento, algo aislado, y si sucumbo bajo el choque del salto de este momento vosotros os arrojaréis sobre mí para despedazarme. Mi existencia carece de propósito. Yo no sé enrielar un minuto a continuación de otro, una hora tras otra, disolviéndolas mediante alguna fuerza natural hasta que ellas forman esta masa indivisible que vosotros llamáis vida. Porque vosotros tenéis un propósito, una finalidad: ¿es una persona junto a la cual sentaros o quizás una idea, o vuestra propia belleza quizás?... Lo ignoro, pero vuestros días y vuestras horas pasan como pasan las ramas de los árboles y el suave verdor de las selvas ante los ojos de un perro de caza que galopa siguiendo a su presa. Para mí, en cambio, no existe presa ni cuerpo que seguir. Y carezco de rostro. Soy semejante a la espuma que se precipita sobre la arena o al rayo de luna que atraviesa como una flecha un vaso de cristal o la espina de un cardo de mar, o un viejo hueso o la madera podrida de un bote. Soy arrojada como un remolino al fondo de las cavernas, me golpeo como un trozo de papel contra corredores interminables y debo apoyar mis manos contra el muro para poder sujetarme y volver atrás.

Pero, como por sobre todas las cosas deseo encuadrarme dentro del marco del mundo, finjo tener yo también una finalidad cuando me arrastro por las escaleras detrás de las otras chicas. Me coloco mis medias como veo hacer a ellas, y aguardo a que habléis vosotros primero para imitaros. He atravesado la ciudad para venir aquí, a este lugar determinado, no para verte a ti, ni a ti, ni a ti, sino para encender mi fuego en la llamarada común de todos vosotros, de vosotros que vivís una vida íntegra, indivisible y sin angustias.


Rhoda siempre lo dice mejor. Aquí todo sigue igual. Walking and falling, inesperadamente tranquilo.

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