El Sr. Sagaz, que no es tal, es responsable de una biblioteca. En ese puesto ocasionalmente ha tenido que evaluar el desempeño de empleados, cosa que teme y le produce escalofríos. ¿Cómo vas a decir que alguien no debe seguir haciendo su trabajo, que debe empacar sus cosas en una cajita e irse a casa? El tipo es malo, le desagrada algo así como el 95% de la humanidad, pero de eso a afectar a alguien hay mucho trecho. Por muy mala semilla que sea nuestro hombre, fue educado por monjas y tiene una madre catequista, y eso, si bien no siembra la gracia en la vida de uno, si lo hace un manojo de remordimientos. El mundo por un lado, él por otro, y la fiesta en paz. Con que el empleado sea aceptablemente puntual y realice su labor sin prenderle fuego a la biblioteca y sin golpear a los visitantes, él dice que todo está bien. Al menos así era hasta esta semana.
Durante su ausencia fue contratado un chico que es un desastre ambulante. No entraremos en detalles, digamos simplemente que todo lo que puede hacer mal lo hace muy mal. Así que, con todo el dolor de su corazón, el Sr. Sagaz redactó una sentencia fatal para él y la envió a la Coordinación. Eso pasó el lunes, hoy martes debía verificarse la sentencia, pero el laberinto de los efectos y de las causas dispuso otra cosa.
Un empleado de mayor antigüedad tuvo una lesión en una pierna, un esguince. Precisamente hoy, cuando debía informársele al nuevo que se marchara. Tras ese percance se ha decidido que no hay tiempo para contratar a alguien más, el nuevo debe quedarse, con lo que se aplaza la sentencia. El único día que el Sr. Sagaz parecía condenado a condenar llego una pata lastimada a salvarlos a todos.