1/17/2014

catedrales y autómatas

(Las catedrales) no sólo abrieron el camino a la noción de espacio infinito sino que hicieron un culto de ello, casi una obsesión. La proximidad entre los productos de una cultura y su visión del mundo y de sí misma está bien demostrada por el hecho de que los primeros alquimistas comenzaron a destacar en Europa al mismo tiempo que las catedrales. Los resultados obtenidos por los alquimistas y los métodos que usaban son irrelevantes en este contexto, lo esencial es el concepto subyacente que llegó con ellos, que vislumbrar los secretos de la vida no era imposible, que era asequible para aquellos con las habilidades y los conocimientos adecuados. Por ejemplo, se decía de Alberto Magno que había construído un autómata que podía hablar y moverse como un ser humano, de Teofrasto Bartolomeo que podía controlar los elementos, de Robert Foxcroft que había revivido a su hijo. No es inconcebible que mitos como estos fueran el meollo de la leyenda de Fausto, en la que no queda duda sobre el carácter demoníaco de este arte sin límites. ¿Y de qué nos prevenía la leyenda de Fausto, sino de la obra de Copérnico, Bruno, Descartes, Galileo, Leibniz y Newton? Normalmente no lo entendemos así a causa de la efectiva influencia de la Ilustración, para la que la etiqueta "demoníaco" era asociada con lo oscuro y vago, lo especulativo y oculto, y "veraz" con lo preciso y racional, obvio y verificable, con todas las consecuencias fatales derivadas de ello.

Karl O. Knausgaard, A Time to Every Purpose Under Heaven.

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