Por la acera de enfrente pasó una chica haciendo pucheros. El Sr. Sagaz, que nunca ha sido sagaz, sólo la vio mientras se acercaba a la tienda. El dueño del lugar, parado cerca de la puerta, reconoció la presencia del Sagaz pero no lo saludó. Tenía la mandíbula apretada y la mirada fija en la calle. Salió y corrió hacia la calle Madero, en dirección opuesta a la de la chica que hacía pucheros por la acera de enfrente.
El Sagaz se dirigió hacia el fondo de la tienda, donde está la cerveza León. La cajera lo detuvo. "¿Viste al güerito que pasó por afuera?" No, no lo había visto. "Él asaltó aquí, una noche, lo reconocimos ahorita cuando pasó, estaba peléandose con su novia. La chava se fue llorando y él agarró para el otro lado".
El dueño de la tienda no regresaba. La policía ya no busca a nadie, probablemente intentó alcanzar él solo al asaltante güero que dejó a una chica llorando en la acera de enfrente. El Sr. Sagaz sacó del refrigerador dos botellas grandes de León y las pagó. "Ahí sigue la chava, camina para todos lados llorando" agregó la cajera al cobrar las cervezas.
Al caminar de regreso a casa con las dos botellas metidas en una bolsa de tela se topó a la chica llorosa de frente. Ella no lo miró, no miraba a ningún punto en especial, ni siquiera sabía a dónde dirigirse.
El Sagaz pensó en una escena de Las afinidades electivas: una chica corre aullando por el bosque porque se culpa del desastre, porque se culpa de que todo haya salido tan mal. Recuerda esa escena con horror. Esta chica no aúlla, pero no parecen faltarle ganas. No hay nadie más en la calle, es una tarde de domingo. La muchacha siguió caminando sin rumbo.
(Ocurrido el domingo 7 de noviembre de 2010)
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