2/21/2007

la otra parte

1. En las estadísticas sobre actividad empresarial deberían tener un apartado para esos negocios en los que, teniendo un local, empleados, secres, teléfonos y a veces hasta un producto o servicio que comercializar, nunca se hace nada. Y tampoco quiebran. La primera idea que me viene a la mente en esos casos es que le están lavando lana a alguien, pero no, debe ser algo más sutil. Una de esas cosas que se pueden explicar haciendo analogías con la conducta de las abejas o el comportamiento de las corrientes submarinas.

2. Chafimsa es una distribuidora editorial de la localidad. En su tienda de Morelos conservan libros de texto de los ochenta, olvidados y empolvados. Y cuando tuvieron papelería ofrecían libretas setenteras, de esas Scribe con portada de pareja greñuda retozando en el campo. Pero lo que realmente me pasma de Chafimsa son sus bodegas y oficinas.

Hace tiempo la Biblioteca recibía libros suyos a consignación: quedaban de recogerlos en un mes y luego dejaban pasar un año. Obviamente no volvimos a solicitar sus servicios, pero es fecha que, aquí, detrás de donde tecleo estas líneas, hay una caja de libros que trajeron en el 2005 y no se han dignado a recoger. ¿Saben cuál es la parte más babosa? Que seguramente ni saben que esos libros están aquí. Pierden de vista cajas enteras, se les van del radar, así nomás, como si fueran inspectores nucleares rusos.

3. El caso es que terminé tan harto que no volví a tratar con las distribuidoras, siempre que es posible contacto a la editorial. Pero estoy maldito: la semana pasada una editorial no encontró en su oficina copias de un libro y me envió de rebote a su "distribuidora de confianza en Monterrey". Sí, era Chafimsa. Y no, no encontraron el libro, estaba en algún lugar de la bodega pero vaya usted a saber dónde.

4. Me recuerdan las oficinas que describe Alfred Kubin en La otra parte. El protagonista sabía que en las oficinas se necesitan archiveros, carpetas y documentos, así que importó toneladas de documentos de apariencia oficialosa para poblar su edificio, documentos que no servían para maldita la cosa. Sospecho que si pudiera asomarme al inventario que hay en las computadoras de Chafimsa descubriría que es el inventario de una cadena de supermercados de Paraguay.

3 comentarios:

Arturo dijo...

Chafísima

Beatriz dijo...

Qué trillado decir "kafkiano" pero lo diré. Un kafkian-mexican style en toda regla.
Pero es una organización que se reproduce de formas inexplicables porque dime tú dónde esas secres compran sus medias Foreva color Darling y dónde los jefes siguen consiguiendo su Wildrot para peinarse.
Así me imagino a Chafinsa...
Así mero.

Anónimo dijo...

Librerías como ésta obtienen la mayor parte de sus ingresos de la venta segura y abundante de libros de texto, y específicamente de ciertos libros de texto muy demandados (de ahí que ni siquiera piensen en libros de texto para clases de gastronomía). Así es como se sostienen, a pesar de la ineficiencia con la que operan. Por eso les importa poco tener en orden el inventario o mejorar la oferta y los servicios.

Por otra parte, como "proveedores de confianza" reciben trato preferencial de las editoriales y las compañías distribuidoras. Podría apostar que gozan de descuentos importantes de aquellas empresas, lo cual les permite comprar en alto volumen y saturarse las bodegas con toneladas de papel impreso que no tienen ninguna urgencia por vender, excepto cuando lo rematan en forma de saldo para desalojar un poco de espacio en las mismas bodegas.

Quizás el precio único del libro (aún vetado y asignatura aún pendiente en el Congreso) podría ayudar, al terminar con los descuentos dados por las distribuidoras a los "proveedores de confianza" y alentar en cambio a las librerías a mejorar su oferta y su nivel de servicio. Pero quizás ayudaría más vivir en una comunidad de lectores cuya principal demanda editorial no sean los libros de texto que tienen que comprar y "leer" a la fuerza.