Cuando por fin el rapsoda abrió la boca para cantar, Mark-Alem sintió alivio. Pero duró poco, pues, igual que el sonido del instrumento, la voz del rapsoda tenía algo de inhumana. Se diría que mediante una operación singular hubieran arrancado de ella todas las entonaciones cotidianas, para dejar sólo las de carácter perdurable. Era una voz en la que la garganta del hombre y la garganta de la montaña parecían haberse concertado largamente hasta eliminar toda discordancia. Después se habían concertado con otras voces progresivamente más distantes, hasta llegar a los gemidos de las estrellas. Además, tanto la voz como las palabras eran de tal condición que parecían poder brotar así de las bocas de los vivos como de los muertos. La concertación, pues, alcanzaba también a los espíritus y puede que esta última fuera la más íntima, la más lograda.
Ismaíl Kadaré, El palacio de los sueños.
2 comentarios:
Don Nick, ya recordé por qué no me gustan los niños, destrozan mis nervios!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
dios, necesito otro tipo de compañia aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh
perdon, luego le leo, y le comento, Ophélie me va a matar de nervios !!!!!!!!!!!!!!!!!!!
lpbb - pmg - pp
Lo malo de verlos sólo ocasionalmente es que uno se queda con la impresión de que son unas criaturas bien portadas y adorables. Le decía hace semanas al Sr. Magnánimo que Irene me parecía un taquito muy bien portado, que jamás lloraba, y me respondió que yo pensaba eso sólo porque no tenía que tratarla todo el tiempo. De vez en vez son muy lindos, si está uno todo el tiempo con ellos pueden ser bien canijos. Qué cosa, con ese nombre tan bonito, Ophélie. Paciencia, PJ Pocket.
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