1. Así comienza “De cómo se salvó el mundo”, una fábula de Stanislaw Lem: “En cierta ocasión, el constructor Trurl fabricó una máquina que sabía hacer todas las cosas cuyo nombre empezaba con la letra ene”. Como de costumbre, llega a fastidiar Clapaucio, el colega de Trurl. Le pide a la máquina que haga “nada” pero, en lugar de que el aparato se dedique a holgazanear, “hace nada”, trae la nada al mundo desintegrando todas las cosas.
Esto pone en graves aprietos a los constructores (a todo el Universo, en realidad), pero sospecho que si Trurl y Clapaucio hubieran vivido en nuestro mundo tendrían una exitosa maquiladora, ahora que la nada es la sensación. Ahora que los productos son adquiridos por la prodigiosa cantidad de nada que contienen.
2. Una tarde frente al televisor. En un anuncio aparece una chica realizando sus actividades diarias. Junto a su cabeza hay una tabla de contenidos nutrimentales. No de los alimentos, de la chica, los que ingresan en su organismo. Conforme bebe agua y se ejercita los números de la tabla vuelven a ceros, balance que, a juzgar por la expresión de la modelo, es el ideal.
Y luego de décadas promoviendo el consumo de fibra para agilizar la digestión, ahora se invita a los televidentes a cenar únicamente cereal. Debes dormir ligero, y además arrojar lo poco que has ingerido a primera hora de la mañana.
Pasan unos segundos y aparece a cuadro Ludwika Paleta explicando a un grupo de chicas que pueden saltarse una comida y compensarla con la ingesta de un yogurt (sin grasa pero fortificado). Después, más anuncios de agua embotellada, donde se enumeran las virtudes de líquido como si hubiera sido inventado ayer.
El mismo patrón se sigue con otras bebidas. Ya no basta con la cerveza light, que permite “aguantar más tiempo en la fiesta para agarrarlas cansadas”, mejor bebe una sin alcohol, para que no haya falla. También puedes cambiar tu refresco favorito (e incluso su versión dietética) por agua ligeramente gasificada que tiene el sabor de ese refresco, pero diluido.
3. A los productos light ya estábamos acostumbrados, van décadas desde que los asimilamos en nuestras vidas. Pero en un principio la intención era que pasaran desapercibidos, que jugaran a ser placebos (no podían serlo del todo, pues el comprador era consciente de su naturaleza) imitando lo mejor que podían el sabor de los alimentos tradicionales. Estos alimentos que dominan los espacios publicitarios a últimas fechas van más allá. El consumidor ahora desea el cero, nada, o lo más cercano a nada. Que sea patente al paladar y al estómago la ligereza de su dieta.
Dadas las características del agua, nada tiene de raro que su presentación embotellada se convirtiera en el emblema de esta generación de productos (¿light 2G? ¿post-light? ¿rete-light?), y que se presuman (y exageren) sus cualidades como si no las hubiera poseído siempre. Si les interesa averiguar sobre algunos efectos colaterales de la popularidad del agua embotellada pueden leer la nota de Alejandro González (en Blogs Milenio) del 7 de marzo.
4. Los fabricantes de estos productos no pueden recomendar (y efectivamente, no lo hacen) una dieta basada exclusivamente en ellos. En sus sitios web se muestran diversos menús y tablas de equivalencias para insertar el producto en una dieta balanceada. No se trata de que sus productos suplan una dieta completa, sugieren recurrir a ellos, entre otros casos, cuando se te ha “olvidado desayunar”. El riesgo radica en que algunos consumidores decidan “olvidar” el desayuno, la comida y la cena para sustituirlos por compensadores, en un afán de estar satisfechos con su figura en tiempo récord.
5. Es tanta la insistencia con la que anuncia que un producto carece de algo que, si no supiéramos el significado de “0%”, “cero” y “nada” pensaríamos que se trata de sustancias milagrosas que se toman con todo tipo de excipientes.
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