Se dice que Darío, cuando quiso subyugar a los escitas, dirigió muchos reproches a su rey por verle siempre retroceder y esquivar el combate. Indatirses, que así se llamaba el escita, le contestó que no tenía miedo de él ni de hombre alguno, sino que tal era el modo de pelear de su nación, la cual no poseía tierra cultivada, ciudad ni casas que defender para evitar que el enemigo las aprovechase. Y añadió que, si tanto apetito tenía Darío de ella, podía acercarse al lugar de las antiguas sepulturas escitas, y allí encontraría con quién departir hasta saciarse.
Montaigne, De la constancia.
3/09/2014
en retirada
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