Sentí la tentación de titular este post "veinte años no es nada", pero hubiera sido clavar cliché sobre cliché. Vamos a dejarlo así.
En 1987 leí por primera vez Crónicas Marcianas. En la edición de Minotauro la introducción era de un tal Jorge Luis Borges del que nunca había escuchado hablar. Era una introducción fantástica por partida doble, por su tema y por su cualidades. Hablaba de antecedentes antiquísimos de la ciencia ficción, yéndose hasta Luciano de Samosata y acomodando en sólo dos páginas información valiosísima para un niño que estaba traumado con el tema. Leyendo eso me imaginé a Borges como un tipo realmente cool, quizá por la treintena de años, con una biblioteca preciosa, llena de joyas olvidadas de la fantasía y ciencia ficción.
Tuvieron que pasar algunos años para que encontrara sus Obras Completas (que entonces eran sólo dos tomos, ahora ocupan más espacio) en la biblioteca de la preparatoria Pablo Livas. Yo no estudiaba ahí, yo estaba inscrito al lado, en la prepa 3, me hacía pasar por estudiante de la Pablo Livas porque ahí nadie me conocía, aunque esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. Ahí descubrí que Borges ya tenía un año muerto cuando leí aquella introducción, y que en sus últimos días fue un viejito ciego al que trataban mal sus colegas, aunque a él le valía más o menos madre, porque vivía en su mundo.
En esos dos tomos, encuadernados en tela verde, fue donde aprendí a quererlo. El primer de sus libros que pude comprarme fue Artificios, la mitad de Ficciones que apareció a un precio ridículo en los puestos de revistas, en la colección Alianza Cien. Bueno, un precio ridículo para casi cualquiera: estoy seguro de que apoqué en los camiones de ese día para completarlo, pero volví a casa con la sensación de haber encontrado un tesoro olvidado en la banqueta.
Hace 20 años que Georgie dejó el mundo, o lo que el resto de nosotros llama mundo. No estoy seguro de que concibamos la muerte en la misma forma que él. Y sólo se me ocurre una forma de recordarlo:
Límites (El hacedor, 1960)
Jorge Luis Borges
De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.
Hay, entre todas tus memorias,
una que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.
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