A fines de los noventa George Steiner pasó por la UANL para hablar de las virtudes del libro, la conferencia fue recogida por diarios locales y nacionales. Uno podía repasar sus argumentos y estar de acuerdo con todos: sí, el libro es algo lindo, crecimos con él y lo extrañaríamos horrores si fuera desplazado. Pero de eso no se deduce que otros formatos no serían bien recibidos por los lectores.
La segunda pista la recibí de un conocido, estudiante de medicina, quien ni siquiera se percató de las implicaciones de lo que me mostró. Recordaba las mochilas de los aspirantes a médico de tiempos anteriores, cargadas de costosos y pesados volúmenes. Lo que mi amigo portaba en lugar de eso era una palm en la que había cargado una enciclopedia médica.
La lectura en dicho soporte no era precisamente cómoda, pero el daño ya estaba hecho: no pude librarme de esa imagen de comodidad y economía del libro en un soporte electrónico. No leer en la pantalla de una computadora personal o una laptop, sino en un aparato pequeño, de proporciones similares a las de un libro.
Amazon Kindle
Las cosas han cambiado desde aquella palm con vocación hipocrática. Amazon acaba de presentar su nuevo lector de e-books, Kindle, con un peso de 300 gramos, capacidad para 200 libros y un costo de 400 dólares.
No es el primero de su tipo, pero sí el que ha hecho más ruido: Jeff Bezos (CEO de Amazon) aparece en la última portada de Newsweek portando su nuevo juguete, junto a la leyenda “Books aren’t dead, they’re just going digital”, y la primera remesa de Kindle se agotó en poco más de cinco horas.
Es muy pronto para declarar a Kindle el triunfador en la carrera de los lectores de e-books. Sus servicios dependen demasiado de la compañía que lo ha creado, y sólo puede trabajar con archivos TXT, HTML y AZW (menos opciones que las que ofrece el HanLin eReader V3).
La biblioteca de Mircea Eliade
Contaba Mircea Eliade que su única ancla en el mundo era su biblioteca. Pasaba la mayor parte del año viajando, estaba en su casa muy poco tiempo. La única razón que poseía para tener una casa era su biblioteca, que tenía ocupar un lugar fijo en el mapa si no quería cargar con un montón de baúles por todo el globo.
Eliade falleció en 1986, bastante antes de que comenzará la especulación en torno a los e-books, pero sospecho que a un espíritu trashumante como el suyo no le habría desagradado la idea de liberarse de esa única ancla que por períodos breves lo obligaba a volver a casa.
Claro que los e-books tienen beneficios que podrán hacerlos atractivos a lectores más sedentarios: aparatos como Kindle poseen una pantalla mucho más amable con los ojos que la de una computadora, el tamaño de la letra puede modificarse a voluntad, con ellos se abaratarían costos de producción de textos, por no mencionar la cantidad de árboles que dejarían de convertirse en papel. Seguramente hablaremos mucho sobre los e-books este fin de año y durante 2008.