11/14/2006

que coma el armagedón

Ya le estaba dando el avión a la Encuesta Nacional de Lectura, pero es que está buenísima. Quién sabe si mide los índices de lectura, pero es un documento invaluable para medir el grado de simulación y chingatividad del prójimo en nuestra tierra. Las citas son del artículo de Gabriel Zaid en el último número de Letras Libres:

Los entrevistados que no leen dan varias explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar, por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo.


Es decir, "no leo porque no tengo tiempo, los demás no leen por huevones".

En la ciudad de México (DF y zona metropolitana), según la encuesta, se leen 4.6 libros al año: 64.7% comprados, 16.5% prestados por un amigo o familiar, 10.2% regalados, 5.4% prestados por una biblioteca y 1% fotocopiados. Esto daría 18.5 millones de habitantes x 76% de 12 años o más x 4.6 libros al año por 74.9% comprados o regalados = 48 millones de ejemplares vendidos en la ciudad de México el año 2005, lo cual parece exagerado.
En la sección amarilla del directorio telefónico 2005 de la ciudad de México, había unas 325 librerías. Si se les atribuye la venta de 48 millones de ejemplares, vendieron 150,000 ejemplares cada una, que es altísimo. Las 75 librerías de Educal, cuyo tamaño es superior al promedio, tenían como meta para el año 2004 vender 75,000 libros y artículos culturales en promedio.


Bueno, quizá están leyendo el mismo varias veces. "Güey, no le entendí al final del Código Da Vinci, deja me regreso a la página 1".

Los entrevistados que han hecho estudios universitarios o de posgrado dieron respuestas todavía más notables. Según la ENIGH 2004, hay 8.8 millones de mexicanos en esa situación privilegiada (incluye a los 2.8 millones de universitarios que no terminaron sus estudios). Pero el 18% (1.6 millones) dice que nunca ha ido a una librería; el 35% (3 millones), que no lee literatura en general; el 23% (2 millones), que no lee libros de ningún tipo; el 40% (3.5 millones), que no lee periódicos; el 48% (4.2 millones), que no lee revistas y el 7% (más de medio millón) que no lee nada: ni libros, ni periódicos, ni revistas. El 30% (2.6 millones) dice que no gasta en libros, el 16% (1.4 millones) que gasta menos de $300 al año. O sea que la mitad de los universitarios (cuatro millones) prácticamente no compra libros.


Pues claro. Si ya tengo un título, ¿para qué voy a leer más?

3 comentarios:

sr. magnánimo dijo...

"¿Qué? ¿Y ustedes cuándo me dijeron que para graduarme tenía que leer los textos del programa? Están jodidos, denme mi título, que ya me estuve haciendo pendejo los cuatro años de la carrera. Ahora necesito hacer cosas serias".

Comentario no del todo inventado (sólo lo he matizado, jo) de un estudiante de licenciatura de Universidad recientemente creada por el Tec de Monterrey a su consejero de generación.

Como dato extra, las carreras en dicha universidad duran tres años. Ustedes pueden imaginar en qué se pasó el año extra el güey.

sr. magnánimo dijo...

A propósito, no puedo acceder a tu perfil :)

León.

Anónimo dijo...

La observación también es de Zaid: el Estado ha gastado muchos miles de pesos en la educación de casi cada individuo de este país. Realmente muchos miles, pues el subsidio estatal a la educación es muy grande (el Estado lo mismo edifica escuelas que paga el sueldo de los maestros). Y resulta que al término de esa educación lo que tienes es algo así como un ciudadano a medias, apenas con los conocimientos indispensables para medio abrirse paso por la vida y tomar algunas decisiones elementales sobre su bienestar personal. El costo per cápita en educación parece desproporcionado si se compara con los beneficios obtenidos.

Y esta otra observación la he oído y leído en varias partes, aunque en ninguna fuente autorizada (salvo quizás una revista de negocios que me topé por aquí el otro día y donde se advertía a los inversionistas gringos que los mexicanos son buena onda y jaladores, pese a la apariencia de informalidad). La pongo porque quizás viene a cuento: los mexicanos tienen en el mundo una fama terrible de simuladores. No de flojos, no, ni de provincianos, ni de católicos ni de revolucionarios. No, ninguno de esos lugares comunes, sino de simuladores, de hacer que las cosas parezcan bien cuando no lo están. Algunas décadas de hacer como que nos sabíamos gobernar y de sostener orwellianamente algunas mentiras oficiales tenían irremediablemente que hacer mella.