9/11/2007

menos es más: cuatro conciertos en monterrey

Hablando de rock, pop, similares y conexos, las dimensiones del escenario y la cantidad de público esperado para un concierto afectan, notoriamente, la forma en que un grupo aborda su repertorio.

La autogestión y los foros pequeños no son una panacea que mejore a toda banda que se ampare en ellas, del mismo modo que firmar para una transnacional y llenar arenas no tendría por qué condenar a nadie. Lo que muere en el tránsito del bar al estadio no es la calidad del músico ni la de sus composiciones, sino las posibilidades con que cuenta para transformar esas composiciones en una noche imprevista y memorable.

Ante un público de miles y tras una enorme inversión en equipo y espectáculo sólo queda una opción: dar a esos miles aquello por lo que han pagado, un rosario de singles interpretados del mismo modo que en los discos. Y pobre del que se salga del guión.

Aunque en los últimos años he saldado deudas con la nostalgia, viendo algunos de mis grupos favoritos de adolescencia, esos conciertos no dejaron la misma satisfacción que me produjeron otros músicos que, en principio, ocupaban un sitio más modesto en mi corazón, pero que gracias a la cercanía que tuvieron con su audiencia, y a que se permitieron reinventar su cancionero, dejaron muy buena impresión. Aquí hago un breve repaso de esas ocasiones.


Pole Trio (31 de marzo de 2006, Café Iguana)

El prestigio de Stefan Betke estaba asentado en el glitch y su personal revisión del dub, es el típico “chico que hace ruiditos con su laptop”. Nadie estaba preparado para lo que hizo esa noche.

Llegó con bajo y batería, y les dejó tramar ritmos acelerados que él arropó y matizó desde su cacharrería análoga y digital. Hubo pasajes al inicio en los que, de no ser por convencionalismos, el público podría haber armado un headbanging en plan Slayer.

Empezó con dos horas de retraso y tocó durante una hora. A nadie le molestó.


The Whitest Boy Alive (27 de febrero de 2007, Café Iguana)

De Dreams sólo me habían ganchado dos canciones, iba por ellas y porque en mi ciudad no tocarían Kings of Convenience. Pronto desapareció toda reticencia: nunca he visto tanta gente bailando en el Iguana sin DJ de por medio.

Apoyado por una banda curtida en la improvisación y un amplio espectro de músicas, injertando en su set disco, funk, guiños al dance de los noventa y a sus colaboraciones con Röyksopp, Erlend convirtió los cuarenta y pocos minutos del álbum en dos horas sin desperdicio ni pausa.


Ninetynine (10 de agosto de 2007, Fiesta Garage)

Guitarra, teclado, batería aporreada sin piedad y ¿vibráfono? Sí, pero la instrumentación no era lo más inusual.

Cada integrante de este grupo australiano tocaba por turnos los diferentes instrumentos y cada quien les imprimía una sonoridad y técnica particular.

Recibimos rock sin adjetivos de buena factura, espíritu riot sin telarañas, así como un constante cambio de posiciones y ritmos.

Al día siguiente tuvieron que recordarme que hubo problemas de sonido y que un tipo se metió a fastidiar al escenario, el subidón de adrenalina me había hecho olvidar esos detalles.


Jessie Evans & Toby Dammit (6 de septiembre de 2007, Aura)

El más reciente. Eran sólo dos en el escenario: la ex The Vanishing cantando y al saxofón, junto a Dammit y su porte de caballero sureño en la batería y las maracas rumberas.

Había ocasionales secuencias y caja de ritmos, el set fue breve, incluso tuvieron que repetir una canción al final y ella pidió disculpas (en castellano) por no tener más qué ofrecer. ¿Por qué fue magnífico? Sucede que Evans se convierte sobre el escenario (y bajo él, entre la gente y montada en la gente) en una imposible heredera de Josephine Baker y Louise Brooks poseída por la voz de Siouxsie Sioux.

Para cuestionar cualquier otra cosa que te quieran presentar como revival de cabaret.

Esta selección es subjetiva y obviamente quedan fuera otros que podría haber disfrutado pero estúpidamente me perdí. En todo caso, cada vez me convenzo más de que los conciertos placenteros ocurren en corto, entre pocos y con el grupo dispuesto a transfigurar su música, mutarla en algo que sólo sobrevive esa noche. Los arrejuntes de masas, frente al ídolo que repite su rutina de años, están bien para las campañas electorales y los acarreos sindicales. El rock respira mejor lejos de ellos.

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