Hace tres años, a propósito el Fórum de las Culturas en Barcelona, Rafael Gumucio publicó un artículo donde extraía su interpretación general de pequeños acontecimientos, instantáneas que decían más que una panorámica de lo ocurrido.
En una de ésas refería una conferencia traducida simultáneamente a varios idiomas, entre ellos el catalán y el de los sordomudos, pero no el español. A pesar de encontrarse en España, todos estaban en mejor situación para comprender aquella plática que él, un hispanohablante. A partir de esa escena absurda Gumucio explicaba que el quid de ese primer Fórum, más que los problemas globales anunciados en los folletos, era promover a Barcelona (que no a España) como la capital de la gestión cultural en el Mediterráneo. Un asunto de turismo cultural.
Las críticas a la pertinencia, administración y difusión del Fórum regiomontano que arranca mañana han salido de las más diversas bocas. En mi experiencia personal, son los taxistas los que se llevan el primer lugar como opinadores freelance al respecto. Lo que me llama la atención en este momento, ya pasados (o casi) los preparativos y todavía en espera de los hechos, son los problemas de traducción y comunicación que padece.
Uno de los primeros encuentros mundiales programados es el interreligioso, con la participación del Parlamento de las Religiones del Mundo. Todavía hoy aparece en su página oficial, cpwr.org, una invitación para la cita en Monterrey y un link a la página del Fórum 2007, con la aclaración “spanish only”.
Este error de los organizadores, invitar a visitantes de todo el mundo pero hacerlo sólo en español, ha sido corregido en últimas fechas (ahora el sitio está disponible en francés e inglés) pero ya es muy tarde. A un día de la inauguración los hoteles de la ciudad no tienen el lleno previsto y sólo entre un 15 y un 25 por ciento de los huéspedes son visitantes extranjeros. Y en Wikipedia hay más información sobre la siguiente reunión del Parlamento de las Religiones (Melbourne, 2009) que sobre la que está por ocurrir en Monterrey. Este problema no tiene ninguna justificación monetaria posible, el costo de traducir la página web era prácticamente nulo.
En el extremo opuesto, me comentan que al abrirse el nuevo paseo de Santa Lucía al público hubo una lancha, cargada de paseantes mexicanos y con un solo turista estadounidense, donde la guía comentó el recorrido únicamente en inglés. Ambos ejemplos muestran intentos de comunicación frustrados, pero a diferencia de la anécdota de Gumucio, donde puede interpretarse la ideología unidireccional del Fórum barcelonés, éstos envían un mensaje equívoco. “Queremos que se hable de Monterrey, pero no sabemos cómo hablar de Monterrey”.
9/19/2007
9/14/2007
después de todo, no es mala idea comprar una cámara fotográfica
¿Cuántas veces puedes ver un poni en la caja de una pick-up estacionada en el Tribunal Electoral?
9/11/2007
menos es más: cuatro conciertos en monterrey
Hablando de rock, pop, similares y conexos, las dimensiones del escenario y la cantidad de público esperado para un concierto afectan, notoriamente, la forma en que un grupo aborda su repertorio.
La autogestión y los foros pequeños no son una panacea que mejore a toda banda que se ampare en ellas, del mismo modo que firmar para una transnacional y llenar arenas no tendría por qué condenar a nadie. Lo que muere en el tránsito del bar al estadio no es la calidad del músico ni la de sus composiciones, sino las posibilidades con que cuenta para transformar esas composiciones en una noche imprevista y memorable.
Ante un público de miles y tras una enorme inversión en equipo y espectáculo sólo queda una opción: dar a esos miles aquello por lo que han pagado, un rosario de singles interpretados del mismo modo que en los discos. Y pobre del que se salga del guión.
Aunque en los últimos años he saldado deudas con la nostalgia, viendo algunos de mis grupos favoritos de adolescencia, esos conciertos no dejaron la misma satisfacción que me produjeron otros músicos que, en principio, ocupaban un sitio más modesto en mi corazón, pero que gracias a la cercanía que tuvieron con su audiencia, y a que se permitieron reinventar su cancionero, dejaron muy buena impresión. Aquí hago un breve repaso de esas ocasiones.
Llegó con bajo y batería, y les dejó tramar ritmos acelerados que él arropó y matizó desde su cacharrería análoga y digital. Hubo pasajes al inicio en los que, de no ser por convencionalismos, el público podría haber armado un headbanging en plan Slayer.
Empezó con dos horas de retraso y tocó durante una hora. A nadie le molestó.
Apoyado por una banda curtida en la improvisación y un amplio espectro de músicas, injertando en su set disco, funk, guiños al dance de los noventa y a sus colaboraciones con Röyksopp, Erlend convirtió los cuarenta y pocos minutos del álbum en dos horas sin desperdicio ni pausa.
Cada integrante de este grupo australiano tocaba por turnos los diferentes instrumentos y cada quien les imprimía una sonoridad y técnica particular.
Recibimos rock sin adjetivos de buena factura, espíritu riot sin telarañas, así como un constante cambio de posiciones y ritmos.
Al día siguiente tuvieron que recordarme que hubo problemas de sonido y que un tipo se metió a fastidiar al escenario, el subidón de adrenalina me había hecho olvidar esos detalles.
Había ocasionales secuencias y caja de ritmos, el set fue breve, incluso tuvieron que repetir una canción al final y ella pidió disculpas (en castellano) por no tener más qué ofrecer. ¿Por qué fue magnífico? Sucede que Evans se convierte sobre el escenario (y bajo él, entre la gente y montada en la gente) en una imposible heredera de Josephine Baker y Louise Brooks poseída por la voz de Siouxsie Sioux.
Para cuestionar cualquier otra cosa que te quieran presentar como revival de cabaret.
Esta selección es subjetiva y obviamente quedan fuera otros que podría haber disfrutado pero estúpidamente me perdí. En todo caso, cada vez me convenzo más de que los conciertos placenteros ocurren en corto, entre pocos y con el grupo dispuesto a transfigurar su música, mutarla en algo que sólo sobrevive esa noche. Los arrejuntes de masas, frente al ídolo que repite su rutina de años, están bien para las campañas electorales y los acarreos sindicales. El rock respira mejor lejos de ellos.
La autogestión y los foros pequeños no son una panacea que mejore a toda banda que se ampare en ellas, del mismo modo que firmar para una transnacional y llenar arenas no tendría por qué condenar a nadie. Lo que muere en el tránsito del bar al estadio no es la calidad del músico ni la de sus composiciones, sino las posibilidades con que cuenta para transformar esas composiciones en una noche imprevista y memorable.
Ante un público de miles y tras una enorme inversión en equipo y espectáculo sólo queda una opción: dar a esos miles aquello por lo que han pagado, un rosario de singles interpretados del mismo modo que en los discos. Y pobre del que se salga del guión.
Aunque en los últimos años he saldado deudas con la nostalgia, viendo algunos de mis grupos favoritos de adolescencia, esos conciertos no dejaron la misma satisfacción que me produjeron otros músicos que, en principio, ocupaban un sitio más modesto en mi corazón, pero que gracias a la cercanía que tuvieron con su audiencia, y a que se permitieron reinventar su cancionero, dejaron muy buena impresión. Aquí hago un breve repaso de esas ocasiones.
Pole Trio (31 de marzo de 2006, Café Iguana)
El prestigio de Stefan Betke estaba asentado en el glitch y su personal revisión del dub, es el típico “chico que hace ruiditos con su laptop”. Nadie estaba preparado para lo que hizo esa noche.Llegó con bajo y batería, y les dejó tramar ritmos acelerados que él arropó y matizó desde su cacharrería análoga y digital. Hubo pasajes al inicio en los que, de no ser por convencionalismos, el público podría haber armado un headbanging en plan Slayer.
Empezó con dos horas de retraso y tocó durante una hora. A nadie le molestó.
The Whitest Boy Alive (27 de febrero de 2007, Café Iguana)
De Dreams sólo me habían ganchado dos canciones, iba por ellas y porque en mi ciudad no tocarían Kings of Convenience. Pronto desapareció toda reticencia: nunca he visto tanta gente bailando en el Iguana sin DJ de por medio.Apoyado por una banda curtida en la improvisación y un amplio espectro de músicas, injertando en su set disco, funk, guiños al dance de los noventa y a sus colaboraciones con Röyksopp, Erlend convirtió los cuarenta y pocos minutos del álbum en dos horas sin desperdicio ni pausa.
Ninetynine (10 de agosto de 2007, Fiesta Garage)
Guitarra, teclado, batería aporreada sin piedad y ¿vibráfono? Sí, pero la instrumentación no era lo más inusual.Cada integrante de este grupo australiano tocaba por turnos los diferentes instrumentos y cada quien les imprimía una sonoridad y técnica particular.
Recibimos rock sin adjetivos de buena factura, espíritu riot sin telarañas, así como un constante cambio de posiciones y ritmos.
Al día siguiente tuvieron que recordarme que hubo problemas de sonido y que un tipo se metió a fastidiar al escenario, el subidón de adrenalina me había hecho olvidar esos detalles.
Jessie Evans & Toby Dammit (6 de septiembre de 2007, Aura)
El más reciente. Eran sólo dos en el escenario: la ex The Vanishing cantando y al saxofón, junto a Dammit y su porte de caballero sureño en la batería y las maracas rumberas.Había ocasionales secuencias y caja de ritmos, el set fue breve, incluso tuvieron que repetir una canción al final y ella pidió disculpas (en castellano) por no tener más qué ofrecer. ¿Por qué fue magnífico? Sucede que Evans se convierte sobre el escenario (y bajo él, entre la gente y montada en la gente) en una imposible heredera de Josephine Baker y Louise Brooks poseída por la voz de Siouxsie Sioux.
Para cuestionar cualquier otra cosa que te quieran presentar como revival de cabaret.
Esta selección es subjetiva y obviamente quedan fuera otros que podría haber disfrutado pero estúpidamente me perdí. En todo caso, cada vez me convenzo más de que los conciertos placenteros ocurren en corto, entre pocos y con el grupo dispuesto a transfigurar su música, mutarla en algo que sólo sobrevive esa noche. Los arrejuntes de masas, frente al ídolo que repite su rutina de años, están bien para las campañas electorales y los acarreos sindicales. El rock respira mejor lejos de ellos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)