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3/16/2007

diatriba contra el cerdo volador

Hace unas semanas tuve la tentación de redactar un comunicado personal, imprimirlo en tarjetas y entregarlo a los que me pelaban los ojos cada vez que respondía que no, yo no había comprado boleto para Roger Waters y no pensaba hacerlo. Todo por no volver a ver esa expresión de “¿cómo puedes faltar?”

Hay gente que no tolera la lactosa, otros que se excitan sólo cuando los orinan, y también hay quien alcanza el éxtasis en plena castidad. Yo soy frígido al stadium rock. Y es irremediable, porque no sólo consiento que así sea, sino que me pasma ver a mis semejantes entregados a tan pinchurrientos y masivos divertimentos. Me explico.

1. Un espectáculo masivo recorriendo el mundo es, ante todo, predecible. Volviendo al ejemplo de Waters, semanas antes de que éste se apersonara en la ciudad, sus fans ya conocían el playlist y las partes del show. Semanas es poco: considerando que la famosa fotografía tomada en la planta de luz de Battersea data de 1977, podemos afirmar que ese cerdo inflado (me refiero al globo) había sido esperado durante tres décadas.

2. En dichos conciertos se propaga una corrección política insufrible. Perdonar la deuda al tercer mundo, promover el comercio equitativo, detener la guerra, todo vale. En el fondo todos aspiran a inauguración de Juegos Olímpicos cruzada con conferencia de la ONU, y tienen aproximadamente el mismo impacto que éstos. ¿Cómo duermen tranquilos los amos del mundo con tanta revuelta en potencia suelta por ahí? Eso no es problema. Mientras los chicos gasten sus baterías libidinales en corear a Bono y consumir souvenirs, no sentirán necesidad de otro tipo de acción.

3. Son redundantes. Generalmente tienen un concepto que cuida que todo el acto se conduzca como marca el guión. ¿No te han dicho? Charlie Parker y Miles Davis eran unos asnos, eso de improvisar no es negocio: hay que tocar la canción siempre igual, para que los clientes (perdón, el público) reciban la mercancía por la que pagaron.

4. Si la interpretación es la misma para todos los escenarios, lo menos relevante es la presencia del grupo, hombrecillos ahogados bajo océanos de luces, pantallas gigantes y bestias inflables. Cuando Damon Albarn capitalizó la idea con Gorillaz sólo estaba haciendo explícita la condición de toda banda de estadios.

5. Entonces, si suena igual que en el álbum y suena igual en cada plaza, y la banda es su componente menos conspicuo, ¿para qué quieres ver ese mamarracho de espectáculo? Pues eso. Que se pudra el rock de estadios.

Para Vuélvete Underground No. 3

11/12/2006

electrónica en el teatro de la ciudad

La noche del 9 de noviembre tuvo lugar el 1er Festival de Música Experimental, en el foro al aire libre del Teatro de la Ciudad. El nombre padecía un exceso de ingenuidad y/o megalomanía, y el programa anunciado por el Festival del Barrio Antiguo no coincidía con el distribuido por las bandas, y las que al final se presentaron fueron menos, pero aun así el resultado fue satisfactorio. ¿Cómo puede dejar buen sabor una receta para el desastre? Pueden dar las gracias a Nebula 3, Orvonton y Uvi.lov.

Nébula 3, del sello tapatío Abolipop, es a su modo un triple salto mortal. Luego de años en la EBM y el electro que viste de negro (bajo el nombre Sueño de Luna), Israel Martínez dejó las mangas de fishnet y ahora factura una IDM que no descuida el gancho pop. Con guitarras y coros escondidos en su Mac, y cantando en vivo (en inglés, con temas como la ruptura y los choques culturales), fue el único acto de la noche que puso a bailar al público.

Orvonton (Carlos “P-chan” López, otro devoto de la lap) comenzó con el ambient y el noise que ya conocimos en el demo Tensión Superficial (2006) y su musicalización del film Metrópolis. Pocos minutos después se le sumó R Con R (del colectivo Emulación Aleatoria), y juntos confeccionaron una sesión que poco tenía que ver con la obra anterior de cada uno: samples de anuncios de los años cincuenta y secuencias de Tito Puente, servidos sobre una cama de clavos de breakcore. Los indecisos y los que francamente planeaban la fuga acabaron quedándose. Habrá que avisarles que este sonido no lo tenía Orvonton un mes antes, y que cambiará un mes después. P-chan lleva prisa.

Los otros que en el escenario rebasan las limitaciones de su demo son Uvi.lov, distanciándose poco a poco de la recurrente comparación con múm. Por lo pronto tenemos esos subidones de dream pop ambicioso, finales con sonido saturado e inflexiones vocales en la línea de Jamie Stewart, que sumados a un serrucho cantante los desmarcan del lugar común, sin negar el referente de los islandeses. La última canción (¿”Cuatro caracoles en una cesta”?) no recuerdo haberla escuchado antes, así que quizá hay nuevos tracks en preparación.

Su intervención (Pierre + Marie Curie cerrarían originalmente, pero se cayeron del cartel) terminó hacia la 1:30 de la mañana del viernes, hora a la que el público salió disparado a buscar los últimas cervezas del Barrio Antiguo, dejando a los músicos en una titánica levantadera de cables, trebejos y bocinas. La recomendación: enlacen estos proyectos en myspace.com para que estén al tanto de sus próximas apariciones.

10/13/2006

quizá lo tuyo sea quedarte en casa


Noche de sábado en el Vaqueros, local nicolaíta de orientación vernácula, con todo y duela para square dance. En principio, una sede inexplicable para el Rockampeonato, pero la sala resultó cómoda (considerando el numeroso público, atraído por las entradas gratuitas) y su acústica aceptable.

En el extremo opuesto al escenario se erguía la mesa de los jueces: Héctor Mijangos (director de Noiselab), Miguel Solís e Ileana “La Reclu” Rodríguez (ambos de Reactor 105.7), además de los músicos que apadrinan las eliminatorias: Paco Huidobro, Joselo, los Dynamite y Zoé.

Durante su primera etapa, en julio y agosto, el Rockampeonato Telcel recibió demos de más de 6,000 grupos de todo el país. Con tan abundante material, el jurado realizó una hecatombe que dejó sólo cinco grupos por cada ciudad sede. Y ese 23 de septiembre fue el turno de los regiomontanos.

Al igual que en Guadalajara, a Joselo y su banda se les sumó Meme del Real, primero tocando la melódica y después la batería. Interpretaron “Muérete”, “Cuéntame” y extractos de Lejos, el sucesor de Oso. Antes, el impresentable Jay de la Cueva tomó la guitarra con Los Odio, el proyecto de Paco Huidobro que confirma las sospechas despertadas por Rosa Venus. Los viajes a Júpiter y la bendición de gusanos se acabaron hace una década, ahora Paco se hace el mundano con canciones de ciudad y desamor.

Los Dynamite (franquicia mexicana del post-punk bailable, con fecha de caducidad inminente) mostraron buenas mañas, compensando su escasa originalidad con ritmo contundente. Para cerrar, lo de Zoé con su público. Ocurre lo mismo que con las parejas disfuncionales: si ellos así son felices, ¿a los demás qué nos importa?

Fueron las bandas en competencia las que sembraron dudas: cuando la nueva camada suena menos despierta que los veteranos es que la cosa no va bien. Lo más interesante, por mucho, vino con Los Re# (léase “re sostenido”), que resultó ser el proyecto de dormitorio de Bul, integrante de Album. Su presentación contó con músicos mercenarios y un pop híbrido de eléctrico y digital, que por momentos recordó a The Postal Service.

El noise, lo-fi, surf, electro y demás géneros que mal o bien se practican en esta tierra brillaron por su ausencia. Predominó un sonido “alternativo” (no pensaba volver a usar ese adjetivo) génerico, atorado en las referencias más manidas de los noventa, por cuenta de los grupos Dusan, Telebox, Animalísimo y 60Polo.

Héctor Mijangos (que venía de pasear a Chan Marshall por el DF, maldito) debió sentir pánico, sólo de imaginar a quién de éstos firmaría Noiselab, pues tal es el premio de este certamen. Pero la amenaza se desvaneció esa misma noche: tras la votación, el grupo regiomontano mejor colocado fue 60Polo, con 72.72 puntos, lo que apenas les alcanzó para el cuarto lugar de la tabla general, cuando han pasado tres semifinales y faltan otras siete, más la final en la Ciudad de México.

Es decir, de tres ciudades que habían competido hasta ese momento, Monterrey ocupaba el cuarto lugar. Y, por lo visto esa noche, la calificación era justa.

Apareció en La Rocka No. 41 (octubre 2006).