10/30/2007

dispatches from a public librarian

Scott Douglas es un bibliotecario de Anaheim que escribe en McSweeney's sobre asuntos de bibliotecarios.

There's a stereotype about librarian jobs that goes something along the lines of "all librarians ever do is sit around all day and wait for someone to ask for a book." This is simply not the case. For starters, most people don't even know how to read anymore, and the few that do don't come to the library—they're obviously smart, and therefore well off financially, and therefore go to Amazon.com to buy books, which they in turn donate to the library, which the library sells at a book sale, from which proceeds go to buy new computers.

10/29/2007

dibujitos

Entre los cachivaches que la familia Dunievitz tenía arrumbados en su garage había 140 dibujitos hechos con lápices de colores. Generalmente había un sleeping-bag cubriéndolos, a veces el gato dormía encima de ellos.

Los dibujos los había hecho un paciente del DeWitt State Hospital, centro psiquiátrico de Auburn (California) donde trabajaba el Dr. Max Dunievitz. Gracias a la retrospectiva realizada en el American Folk Art Museum sobre la obra de Martín Ramírez la familia descubrió que algunos de los dibujos de Ramírez (diagnosticado como esquizofrénico) están cotizados en 100,000 dólares y se ha puesto en contacto con el Museo para vender la mayoría y hacer algunos donativos.

10/22/2007

el destino del álbum

La semana anterior hablábamos de los músicos que abandonan la industria disquera para distribuir sus grabaciones prescindiendo de los intermediarios tradicionales. Ahora bien, prescindir de los intermediarios tradicionales libera también de los formatos tradicionales.


El álbum como anormalidad y el juicio de Nik Cohn

Si en las disqueras se desatara un éxodo de grupos la música popular no estaría alcanzando conquistas inéditas, sino apenas recuperando una flexibilidad que poseía hasta antes de la invención del LP.

El cantor de corridos iba haciéndolos conforme le llegaban nuevas anécdotas, no se esperaba a reunir doce canciones que pudiera presentar como obra conceptual. Y el trovador de las Cortes de Amor no hacía dos singles acompañados de una decena de temas olvidables para rellenar sus presentaciones.

Todavía en la juventud de Elvis y Cash las canciones se entregaban de una en una, o de par en par. Hacían las canciones necesarias, ya fuera porque lo pedía la musa, su ego o sus acreedores.

El álbum surgió como una demanda del formato y del mercado. En la centenaria historia de la música popular aparece como una anormalidad nacida en el siglo XX.

Es una contingencia surgida de la posibilidad de abaratar costos ofreciendo mucho contenido en un solo contenedor, y también de la ascensión de los jóvenes como un jugoso y bien delimitado sector de mercado. Habla Nik Cohn sobre lo que ocurrió a fines de los cincuenta y principios de los sesenta:

(Antes) todo tenía que ser compartido con los adultos… los hombres de negocios nunca habían pensado en los jóvenes como una unidad comercial independiente, nunca habían pensado en que ellos tuvieran unos gustos y necesidades totalmente diferentes del resto de la comunidad. Las posibilidades se presentaron de golpe, como en una visión profética, y empezaron a moverse rápido, como locos. Como era de prever, los jóvenes compraron todo lo que se les puso por delante: motocicletas, pantalones vaqueros, aceites para el pelo y sobre todo música. Todo lo que había que hacer era calificar de teen cualquier tipo de objeto y ellos tendrían que comprárselo. Awopbopaloobop Alopbamboom: una historia de la música pop, 1968.


Unos son como Stephin Merritt, otros como Scott Walker

El álbum no puede desaparecer de la noche a la mañana, pues los grupos seguirán oponiendo resistencia: ¿cómo privarse de la esperanza de grabar un nuevo Pet Sounds o un Sgt. Pepper’s?

Por otro lado, para los compositores prolíficos sería una bendición prescindir de él: gente como Andrés Calamaro o Stephin Merritt podrían difundir sus obras sin tener que hacer extensas negociaciones o meterle soberanos sustos a una disquera.

Y los que viven lejos del mundo y sus prisas, como Scott Walker, podrían grabar una sola canción si una sola canción es lo que han hecho en el último año.

No escribamos todavía la esquela del álbum. Podría tardar en desaparecer o no hacerlo nunca. Sólo pido que, si muere, no le lloremos tanto: tendríamos música con la flexibilidad de los viejos tiempos y la velocidad de transmisión de los nuevos. Nos estaríamos desprendiendo de algunos vicios adquiridos en el último medio siglo.