7/17/2007

un punto perdido en las arenas de arrakis

El Sr. Sagaz veía la TV la tarde del domingo. El documental era sobre el agarrón entre Ivan Lendl y McEnroe en la final de Roland Garros en 1984. Un trabajo precioso, el director había buscado a todos los involucrados veinte años después, jueces, cronistas, los propios jugadores. Un canoso McEnroe todavía se enfurece cuando le recuerdan esa noche en que ganó los dos primeros sets y terminó perdiendo contra un tipo que detestaba. Y el odio era correspondido: el viejo Lendl que apareció en pantalla no desperdició la oportunidad para hablar pestes del vencido. De acuerdo al narrador, fue esa noche la que marcó muchas de las actuales reglas para controlar a los tenistas en sus reclamos a los jueces.

Y en eso, de golpe, se interrumpió el documental (era en el canal 28, retransmitido del 22) y entró una escena de Dune (la serie de TV, no la película de Lynch), donde se veía a una mujer dando a luz en una caverna fremen. La partera, extasiada, alzó al recién nacido y exclamó "a healthy new warrior for the cause". Y regresó el documental, con McEnroe rabiando porque no le otorgaban un punto que, esa vez, sólo esa vez, sí le pertenecía.

7/16/2007

golem instant lunch

Rabí Hanina y rabí Osa'ia se ocupaban todas las vísperas de sábado con el Libro de la Creación -según una lectura diferente: con las normas (halajot) sobre la creación-, y se fabricaron una ternera a un tercio de su tamaño natural y la consumieron.

Gershom Scholem, La cabala y su simbolismo

7/12/2007

y seguimos con hume

El celibato, el ayuno, la penitencia, la mortificación, la abnegación, la humildad, el silencio y toda la serie de virtudes monásticas, ¿por qué razón son todas ellas rechazadas por los hombres de buen sentido sino porque no sirven para nada: ni aumentan la fortuna del hombre en el mundo, ni hacen de él un miembro más valioso de la sociedad, ni lo hacen capaz para el entretenimiento de las reuniones sociales, ni aumentan el poder del regocijo consigo mismo? Observamos, por el contrario, que impiden todos estos defectos deseables fines, atontan el entendimiento, endurecen el corazón, oscurecen la fantasía y agrian el temperamento. Por tanto, podemos justamente pasarlos a la columna opuesta y colocarlos en la lista de los vicios, ya que ninguna superstición en el mundo tiene fuerza suficiente como para pervertir por completo estos sentimientos naturales. Un triste y atolondrado fantático puede ocupar una fecha del calendario después de su muerte, pero difícilmente será admitido, en vida, en la sociedad y en amistades íntimas, salvo por aquellos que son tan delirantes y funestos como él.

David Hume, Investigación sobre la moral (1752)