En la adolescencia, las películas se volvían míticas cuando las pescaba de madrugada, sin saber sus títulos, y luego no podía volver a saber de ellas por ningún medio.
En la infancia, eran las que esperaba junto con mamá y luego me queda dormido sin ver la última mitad, así que ella me las contaba a la mañana siguiente.
En esa categoría estuvieron
Cuatro moscas sobre el terciopelo gris,
Enemigo Mío (aunque ahora se retracte, a la que le gustaban las de terror y CF era a ella y me lo pegó) y, especialmente,
Fanny y Alexander.
La pasaron muy noche, en Imevisión, dividida en dos partes en dos días seguidos. Entonces era raro que una película reciente llegara a la televisión, así que la anunciaron con bombo y platillo y ahí estábamos esperándola desde una hora antes.
Claro que los dos días me quedé dormido y mamá me la contó mientras desayunaba para ir a la escuela. Tenía muchos de los detalles que apreciaba entonces y sigo apreciando ahora, mundos particulares, áticos, antigüedades, disfraces y marionetas. Sigo sin verla.
La tenían en venta en Gandhi la semana pasada, pero estaba algo cara y preferí
The Sweet Hereafter (hasta ahora descubrí que una de las canciones que canta Sarah Polley es de Jane Siberry).
Es bueno guardar algunos pendientes por años, que provoquen expectación.