Wolf se volvió despacio para cambiar de posición. No quería perder ni por un segundo el contacto con la hierba. Al buscar donde apoyarse, su mano derecha dio con el pelaje de un pequeño animal inmóvil. Abrió los ojos bien abiertos, intentando descubrirlo en la oscuridad.
—Tengo un animalito suave a mi lado —dijo.
—¡Gracias...! —repuso Folavril.
Se rió en silencio.
—No eres tú —dijo Wolf— me habría dado cuenta. Es un topo... o un bebé topo. No se mueve pero está vivo... mira, escucha lo que hace cuando lo acaricio.
El bebé topo se puso a ronronear. Sus ojillos rojos brillaban como zafiros blancos. Wolf se sentó y lo depositó sobre el pecho de Folavril, allí donde empezaba su vestido, justo entre los senos.
—Es suave —dijo Folavril.
Se rió.
—Se está bien.
Wolf se dejó caer de nuevo sobre la hierba. Se había acostumbrado a la oscuridad y empezaba a ver. Frente a él, a pocos centímetros, reposaba el brazo de Folavril, liso y claro. Adelantó la cabeza y sus labios rozaron el hueco sombreado del codo.
—Folle... eres hermosa.
—No sé... —murmuró ella— se está bien. ¿Y si nos quedáramos a dormir aquí?
—Podríamos —dijo Wolf. —Lo estaba pensando hace un momento.
Su mejilla se recostó en el hombro de Folavril, un poco anguloso aún de tanta juventud.
—Nos despertaremos cubiertos de topos —añadió ella.
9/28/2010
entre topos
Fragmento de Boris Vian, La hierba roja (1950).
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2 comentarios:
¡qué curioso!... Ayer leía precisamente "Hombre Lobo", de Boris Vian... porque preparo un par de dibujos al buen DENIS... pero hoy leía los comentarios que dejaste en mi blog, y he aquí mi visita. Más me he sorprendido que tú último post está dedicado al buen Boris Vian.
; )
Dulces lunas
Igual me pasó entonces: llegué a tu post sobre Tario cuando leía a Tario.
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