8/22/2012

gagarin lejos de calabuch

The Right Stuff


En The Right Stuff, el libro de 1979 en el que se basó la película de Philip Kaufman, Tom Wolfe sigue la preparación y lanzamiento de Los Siete del Mercury, el primer equipo de astronautas de los Estados Unidos.

En la crónica de Wolfe la carrera espacial entre los E.U. y la Unión Soviética no es una guerra de símbolos y arquetipos flotando en los cielos, es un enfrentamiento concreto que buscaba mitigar un pavor concreto. Cuando Gagarin entró en órbita pasó varias veces sobre los Estados Unidos: la población sabía que un soviético sonriente había flotado sobre sus cabezas. De momento sólo era un soviético enlatado dando vueltas, pero eso podía ser el primer paso para algo más. Como ese algo más nunca llegó su pavor nos parece ingenuo, pero no se los parecía en ese momento. Que uno de los suyos lograra lo mismo emparejaría las fuerzas. El mundo que había conocido la guerra total y la bomba atómica volvía a creer en el combate singular, en el individuo elegido para hacer de avatar de una nación.

Con la decadencia de la magia arcaica, la creencia en el combate singular comenzó a morir. El desarrollo del ejército moderno, altamente organizado, y el concepto de la "guerra total" parecieron enterrarla para siempre. Entonces algo extraordinario sucedió: la bomba atómica fue inventada, anulando el concepto de la guerra total. El poder incalculable de la bomba y las bombas que aparecieron después también provocaron el crecimiento de un nuevo tipo de superstición asentada no en el pasmo por la naturaleza, como había sido con la magia arcaica, sino por la tecnología. Durante la Guerra Fría las justas a pequeña escala recuperaron el aura mágica de un "experimento con el destino", una adivinación de lo que vendría si la guerra total nuclear ocurriera (p. 97)


Tom Wolfe en 2009


La recuperación del combate singular no sobrevivió a la llegada a la Luna. La ocasión fue celebrada pero no había mucho más después. "Sí, lo hicimos. ¿Y ahora?" Las misiones espaciales continuaron pero nunca recuperaron la ambición de entonces. Cuarenta años después del primer alunizaje Wolfe lo describió así:

Todos, incluido el Congreso, sintieron ese golpe de adrenalina. Entonces, a la mañana siguiente, los congresistas comenzaron a preguntarse algo que no se les había ocurrido nunca desde el discurso de Kennedy. ¿De qué iba esto del combate singular —ellos no usaron esa precisa expresión— ? Había sido una batalla por el entusiasmo doméstico y la imagen en el extranjero. Bien, sí, ganamos, pero esto no tenía ningún significado táctico-militar. Y había costado una fortuna, $150 billones o algo así. ¿Y eso de querer mandar un hombre a Marte? Más de lo mismo, si lo veías con cuidado. Qué encomiable... qué visionario... ¿por qué mejor no pegarle a la Scarlett O'Hara, "ya lo pensaremos mañana"?
One Giant Step to Nowhere, NY Times.


Emmanuel Levinas: abandonar el lugar


La inutilidad de ganar la carrera espacial no es accidental. Wolfe es un gran cronista pero no busca los motivos. El que ya lo había hecho, antes, fue Emmanuel Levinas. Los cohetes de los americanos y soviéticos cargaban con un gremlin del que no sabían. Uno que desactivaba el combate singular y los ideales del combate en general. Colocar a un individuo en el espacio exterior lo sitúa más lejos que nunca antes del Lugar, del Habitar y las particularidades. Del Estado.

Esa fe no nace de las facilidades que las máquinas y las nuevas fuentes de energía ofrecen al infantil instinto de la velocidad; no pasa tampoco por los encantadores juguetes mecánicos que tientan la eterna puerilidad de los adultos. Radica en cambio en el estremecimiento de las civilizaciones sedentarias, en el desmoronamiento de las pesadas cargas del pasado, en el palidecer de los colores locales, con las fisuras que rajan todas esas cosas molestas y obtusas a las que se adosan los particularismos humanos. Hay que ser subdesarrollado para reivindicarlas como razones de ser y luchar en su nombre por un lugar en el mundo moderno. El desarrollo de la técnica no es la causa -es ya el efecto de ese aligeramiento de la sustancia humana que se vacía de su pesadez nocturna... No se trata de volver al nomadismo, tan incapaz como la existencia sedentaria de salir de un paisaje y de un clima. La técnica nos arranca al mundo heideggeriano y a las supersticiones del Lugar. A partir de allí surge una nueva posibilidad: percibir a los hombres fuera de la situación en la que se encuentran implantados, dejar relucir el rostro humano en toda su desnudez... Lo admirable en la hazaña de Gagarin no es su magnífico número de Luna Park que impresiona a la multitud; tampoco lo es la performance deportiva realizada al llegar más lejos que los otros, batiendo todos los récords de altura y velocidad. Más importante que todo eso es la apertura probable a nuevos conocimientos y a nuevas posibilidades técnicas, son el coraje y las virtudes de Gagarin, es la ciencia que ha hecho posible la hazaña y todo lo que todo esto a su vez presupone en términos de espíritu de sacrificio y de abnegación. Pero quizás lo que cuenta por encima de todo es el hecho de haber abandonado el Lugar. Por una hora, un hombre ha existido fuera de todo horizonte -todo era cielo alrededor suyo o, más exactamente, todo era espacio geométrico. Un hombre existió en lo absoluto del espacio homogéneo.
Difícil libertad (1963/1976).

No en balde una de las primeras colaboraciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética tuvo lugar en el espacio, en 1975, cuando una cápsula Soyuz se unió a un módulo Apollo estadounidense. El contacto se hizo con reticencia, pero al menos en el esapcio era posible un contacto que hubiera sido impensable en la Tierra.


De Mare Tranquillitatis a Bradbury Landing


Ahora que los estadounidenses exploran Marte, mediante máquinas dirigidas desde la Tierra, es más patente el alejamiento del combate singular y la figura del héroe. Megan Garber, en The Atlantic, lo describe así:

La época del astronauta fue también la del astronauta como héroe. Fue la época que nos dio, retroactivamente, "Rocket Man", y The Right Stuff, y Apollo 13, y el moonwalk: acontecimientos culturales que provenían de un lugar no sólo de imaginación, sino de inspiración. El espacio era el futuro; los astronautas nos estaban llevando a él. Así que colocamos a esos exploradores por encima del resto de nosotros, figurativa y literalmente. Nos emocionaban las imágenes épicas de hombres épicos, viajeros que, sin estar seguros de qué encontrarían, sortearon los inseguros límites de la Tierra para tocar el rostro de Dios... Todavía tenemos astronautas, pero los exploradores espaciales que se aventuran en lo desconocido ya no son de carne y hueso. Y eso nos facilita a nosotros, observadores plantados en la Tierra, ver a la NASA como lo que es: una agencia humana, una agencia con fallas, pero también una agencia que lucha por algo más. Ahora nos es más fácil ver al equipo de NASA no como héroes, beatificados por el valor, sino como algo mucho mejor: gente que hace cosas heróicas. Gente que merece respeto, pero no necesariamente reverencia.

Todavía se nota un algo patriótico en esas palabras, pero ya no se refieren a héroes, sino a hijos de vecina muy avispados, y aferrados en conseguir un objetivo. El pedazo de Marte al que llegó el astromóvil Curiosity ahora lleva el apellido de uno de los grandes hijos de vecina de ese país: se llama Bradbury Landing.

El título de este post alude a esta canción, que a su vez cita esta película.

7/23/2012

the legendary pink dots, remasterizados

Hace unos cinco años escribía aquí a propósito del destino del áĺbum, del LP, que algunos de los beneficiados con las nuevas formas de difusión de música eran los compositores prolíficos, y también los que se encuentran en el extremo opuesto, los que no tienen prisa por entregar nuevas grabaciones.

Entre los prolíficos un caso ejemplar es el de The Legendary Pink Dots. Desde la formación del grupo, en Londres en 1980, entre grabaciones de estudio y de conciertos han sacado más de cuarenta discos. Eso sin contar los proyectos paralelos y los álbumes como solista de Edward Ka-Spel, el líder de la banda. Además de que hace canciones como si fueran panqueques, éstas pueden ser muy distintas entre sí. Ha grabado un pop tan directo como el de Frosty, pero también extensas piezas psicodélicas o tracks de ambient estático.

Los Pink Dots tenían todos los elementos necesarios para aprovechar las nuevas formas de difusión de música. Ka-Spel se tardo algunos años en entenderlo así, pero desde que lo hizo está desatado: está subiendo la discografía remasterizada del grupo a Bandcamp. Además de lo conocido, que es tanto, ha subido algunas cosas nuevas y otras que nunca habían salido a la luz.

Hace tiempo que quería publicar este post pero esperé a que subieran From Here You'll Watch the World Go By (que incluye mi canción favorita de ellos, "Citadel"). Otros de los álbumes recomendables de los Pink Dots: All The King's Horses, The Maria Dimension, The Crushed Velvet Apocalypse y The Tower. Los pueden escuchar gratis en esta dirección.

6/28/2012

el café de miss amelia

De La balada del café triste, Carson McCullers.

Pero a la vida de un hombre no se le ha puesto precio: nos la dan de balde y nos la quitan sin pagárnosla. ¿Qué valor puede tener? Si se pone uno a considerar, hay momentos en que parece que la vida tiene muy poco valor, o que no tiene ninguno. Cuántas veces después de haber estado uno sudando, y esforzándose, las cosas no se le arreglan, se le mete a uno en el fondo del alma el sentimiento de que no vale gran cosa.
Pero el nuevo orgullo que trajo el café a este pueblo se dejó sentir en casi todos los vecinos, hasta en los niños. Porque para ir al café no era necesario pagar la cena, o un vaso de whisky; había refrescos embotellados por un níquel; y si no podía uno gastarse ni eso, miss Amelia tenía una bebida llamada zumo de cereza que valía un penique el vaso y era de color rosa y muy dulce. Casi todo el mundo, excepto el reverendo T. M. Willin, iba al café por lo menos una vez a la semana. A los niños les encanta dormir en casas ajenas y comer con los vecinos; en esas ocasiones se portan como es debido y se ponen orgullosos. Así de orgullosos se sentían los vecinos del pueblo cuando se sentaban a las mesas del café. Se lavaban antes de ir donde miss Amelia y al entrar en el café se restregaban los pies muy finamente en el salón. Y ahí, por lo menos durante unas horas, podía uno olvidar aquel sentimiento hondo y amargo de no valer para gran cosa en este mundo.