8/30/2011

elena del centro

Por el antifaz que usa no puedo estar seguro, pero creo que la Princesa Elena que detuvo hoy la policía es una persona que conozco. Si es ella, la conocí el invierno pasado: una noche en la esquina de Treviño y E. Carranza me dijo que no confiara en los semáforos, porque estaban fallando. Le agradecí el consejo y crucé a discreción.

Durante la primavera me la encontré varias veces, generalmente en las calles Zaragoza, Zuazua y Madero, aunque también apareció en la esquina de Cuauhtémoc e Hidalgo. Por lo común lleva ropa bonita de colores primarios, vistosa, pero no dorada o de fantasía, como aparece en el reportaje de televisión.

Una vez, sobre Zaragoza, se le acercó una camioneta blanca. Ella respondía que no con la cabeza a cada cosa que le preguntaba el conductor. Finalmente la camioneta se fue.

La última vez que me la topé fue hace un par de meses, en la Plaza de los Enamorados. Estaba sentada en una de las bancas, sirviéndole leche a un gato bebé. Si realmente es la mujer que hoy rompió botellas en el restaurant San Luisito, eso significa que está de una pieza y no la han subido a ninguna camioneta blanca.

8/29/2011

echar sapos y culebras

De "Los filósofos podan el árbol del conocimiento", Robert Darnton. Conferencia presentada en 1981, aparece en La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (1984).

Clasificar, por consiguiente, es ejercer el poder. Un individuo relegado al trivium y que no se sitúa en el quadrivium, o en las ciencias "blandas" y no en las "estrictas", puede malograrse. Un libro mal colocado en un librero puede desaparecer para siempre. un enemigo definido como infrahumano puede ser aniquilado. Toda actividad humana se realiza dentro de fronteras determinadas por esquemas de clasificación, elaborados o no explícitamente, como los catálogos de las bibliotecas, los diagramas de organización, y los departamentos universitarios. Toda la vida animal encaja dentro de la rejilla de una ontología inconsciente. Los monstruos como el "hombre elefante" y el "muchacho lobo" aterrorizan y fascinan porque violan nuestras fronteras conceptuales, y ciertas criaturas nos hacen hormiguear la piel porque se deslizan entre categorías intermedias: los reptiles "viscosos" que nadan en el mar y se arrastran en la tierra, los roedores "asquerosos" que viven en las casas, pero que no son animales domésticos. Insultamos a alguien llamándolo rata y no ardilla. "Ardilla" puede ser un término afectuoso, como Helmer llama a Nora en Casa de muñecas. Sin embargo, las ardillas son animales roedores, tan peligrosos y portadores de enfermedades como las ratas. Parecen menos amenazadores porque pertenecen sin ambigüedad al campo. Son los animales intermedios, los que no son peces ni aves, los que tienen poderes especiales, y por ello un valor ritual: como el casuario en los cultos secretos de Nueva Guinea y los gatos en los brebajes de las brujas en Occidente. El pelo, la raspadura de uñas y las heces también se usan en las pociones mágicas porque representan las ambiguas zonas fronterizas del cuerpo, donde el organismo se derrama sobre el mundo material circundante. Todas las fronteras son peligrosas. Si quedan desprotegidas, pueden ser violadas, nuestras categorías pueden destruirse y nuestro mundo disolverse en el caos.

8/28/2011

el juego y la guerra

De Meridiano de sangre, Cormac McCarthy:

El juez sonrió. Los hombres nacen para jugar. Para nada más. Cualquier niño sabe que el juego es más noble que el trabajo. Y sabe que el incentivo de un juego no es intrínseco al juego en sí sino que radica en el valor del envite. Los juegos de azar carecen de significado si no media una apuesta. Los deportes ponen en juego la destreza y la fortaleza de los adversarios y la humillación de la derrota y el orgullo de la victoria son en sí mismos apuesta suficiente porque son inherentes al mérito de los protagonistas y los determinan. Pero ya sea de azar o de excelencia, todo juego aspira a la categoría de guerra, pues en ésta el envite lo devora todo, juego y jugadores.


Para Huizinga la teoría de la guerra total desvaneció la función cultural de la guerra y los últimos vestigios lúdicos de ésta. De forma paralela, el juego como negocio negó el juego como actividad sin fin en sí misma, acto gratuito pero formador, prefigurador de cultura. Durante el resto del siglo XX, que ya no conoció Huizinga, la guerra total no acabó con la especie. Ella y el juego-negocio conservaron la relación que la guerra y el juego primarios tenían con la formación de cultura.

El juez Holden cabalga con una banda de filibusteros. Cobra su parte de las ganancias, pero parece más interesado en continuar embistiendo poblados. En sus palabras, la guerra no es una especie del género juego, sino que el juego aspira a la categoría de guerra y la guerra a la disolución, la aniquilación gratuita. Es un híbrido, la combinación guerra total-juego primario. Me acordé de él, de ese párrafo en particular, al leer esta línea de Ed Vulliamy : The thing that really makes Mexico's war a different war, and of our time, is that it is about, in the end, nothing.