7/31/2009

no es buena idea echarse a diamanda galás de enemiga

EMI España son lo que los mejicanos llaman "naca", chicos de pueblo sin ninguna instrucción. A los artistas como yo no saben cómo tratarnos. Mi disco no está en las tiendas españolas, a pesar de que toco bastante en vuestro país y me entrevistan periódicos regularmente. Están esperando a que me muera para hacer un boxset conmemorativo. Aviso que todos ellos van a morir antes que yo. Han decidido que no puedo pasar de cierto nivel de público y eso no es cierto. EMI no sabe una mierda de hacer negocios. No son capaces de comprender que a la gente le gusta la música. Respeto mucho a Mute, pero no a EMI. Son gente cobarde y sin cultura. Son lo que los griegos llamamos "malakas": masturbadores débiles carentes de carácter.

Diamanda Galás, entrevistada en Rockdelux #271.

6/12/2009

danza macabra

1. No he vuelto en años, pero de adolescente me gustaba ir los jueves a escuchar a la Sinfónica de la universidad. Antes de los veinte años había pasado más tiempo ahí que en tocadas de rock.

Una vez que Halloween cayó en jueves la orquesta armó un programa para la ocasión: la Danza Macabra de Saint-Saëns, la Totentanz de Liszt y la Sinfonía Fantástica de Berlioz (la tuba falló bien gacho en el Dies Irae). Pensé en ese concierto hace unas semanas, cuando la Faerie quería recordar cómo iniciaba la Danza Macabra y no podía hacerlo.

2. Desde esta semana salgo más temprano del trabajo, no era mala idea ir el jueves a ver a la sinfónica. Visité su página web pero no la actualizan desde 2007, así que no sabía si estaban en temporada, y si lo estaban qué tocarían. Desistí.

Anoche, leyendo un periódico en la barra del bar: sí había un concierto programado. Como el director invitado anunció que no podría venir se sacaron de la manga otro programa. Uno que incluía la Danza Macabra de Saint-Saëns.

5/21/2009

robots farfullando en la oscuridad

Tres momentos tomados de Milagros de vida, las memorias de JG Ballard. De cuando vendía enciclopedias casa por casa:

...un hombre que se entusiasmó tanto cuando se enteró de que trabajaba para una editorial que me empujó a su salón y me enseñó orgullosamente un piano con teclas de colores numeradas, el sistema "revolucionario" para enseñar música que quería que yo comercializara para él (a modo de prueba, silbó en dirección a la escalera y su afable hija de trece años bajó y se sentó delante del piano vertical con sus hojas de partitura anotadas como una barrita de caramelo, y a continuación empezó a tocar solemnemente el "Claro de luna"). Cuando oigo la melodía todavía veo las franjas de colores y noto un sabor dulce en los labios. (p. 141)


Sobre las space opera:

Casi todos los relatos transcurrían en un futuro muy lejano, en el marco de naves espaciales o planetas extraterrestres. Aquellas historias sobre planetas, en las que la mayoría de los personajes llevaban uniformes militares, no tardaron en aburrirme. Como precursoras de Star Trek, describían un universo colonizado por el imperio de Estados Unidos y convertido en un infierno de alegría y optimismo, un barrio residencial estadounidense de los cincuenta lleno de buenas intenciones y habitado por vendedoras de Avon con trajes espaciales. Sorprendentemente, todo ello resultó ser una acertada predicción. (p. 145)


Una llamada de su amigo Eduardo Paolozzi:

Una vez me llamó por teléfono desde Tokio, y apenas pude oírlo por encima del murmullo de voces japonesas de fondo. Me explicó que estaba cerca de una fila de máquinas expendedoras de cigarrillos con selectores de marcas que se accionaban por medio de la voz. Gritó por encima del estrépito: "es medianoche, no hay nadie. Las máquinas se averían y empiezan a hablar entre ellas". Ojalá Eduardo hubiera abordado todo aquello en su escultura; todavía puedo oír a los robots farfullando en la oscuridad, con sus "Por favor, vuelva a utilizar nuestros servicios" y "Gracias por su compra" sonando sin parar a lo largo de la noche. (p. 189)