4/29/2009

un buen pedazo de 1928

De pronto miras y ves qué estás haciendo, y es la primera vez, realmente. Voy a dividir el verano en dos partes. La primera parte de esta libreta se titula: RITOS Y CEREMONIAS. La primera cerveza agria del año. La primera vez que uno corre con los pies desnudos por la hierba. El primer baño en el lago. La primera sandía. El primer mosquito. La primera cosecha de dientes de león. Aquí, como dije, están los DESCUBRIMIENTOS Y REVELACIONES. En fin, haces algo viejo y familiar, como embotellar vino, y lo pones bajo RITOS Y CEREMONIAS. Y luego piensas, y pones lo que piensas, aunque sea una locura, bajo DESCUBRIMIENTOS Y REVELACIONES. Mira lo que puse del vino: Cada vez que lo embotellas, guardas un buen pedazo de 1928.

El vino del estío, Ray Bradbury.

4/24/2009

ballard y el sentido de la vida (si es que lo hay)

Alguna vez hablamos aquí sobre la biblioteca de Lucien, ese sitio al que van a parar los libros que fueron planeados o soñados pero que nunca llegaron a ser escritos. Esta mañana se anunció que Lucien tiene un volumen más para su colección, y se trata de uno con un título impagable, ideal para un libro que nunca existirá: “Conversaciones con mi médico (El sentido de la vida, si es que lo hay)”.

Iba a ser el último libro de JG Ballard, quien murió el pasado 19 de abril. El texto ya había sido discutido y planeado con sus editores, pero el cáncer que padecía le impidió seguir trabajando. Sólo eso queda, el título, un título magnífico.

Mark Dery afirma que hay párrafos de Ballard que develan la condición posmoderna mejor que todos los libros de Lyotard puestos en filita. Jonathan Lethem lo llamaba “el escritor de distopías para puristas”. Él mismo se definió en una entrevista como “un hombre de una simpleza serena y completa”.

No estaba siendo modesto ni sarcástico: los tres hijos que crió solo (luego de enviudar) y sus colegas lo recuerdan como un tipo amable y tranquilo que vivió casi medio siglo en la misma casa, viajando lo menos posible. Un modo de vida muy poco ballardiano, en el sentido en que los críticos literarios usan el adjetivo. O quizá sí, demasiado ballardiano: recuerden que en “Running Wild”, una de sus novelas cortas, la locura se desataba en un entorno de ésos, aséptico y apacible.


Ballard no dejó de hacer ciencia ficción, o nunca la hizo

En los diversos obituarios que se han hecho a lo largo de esta semana, suele presentársele como un autor que comenzó en la ciencia ficción pero eventualmente amplió sus ambiciones. Sin ser falsa, esa imagen me parece desenfocada.

Ya sea porque se encuentran en un campo para prisioneros, comparten un modo atípico de obtener placer (“Crash”), viven bajo la influencia de un mesías suburbano (“Compañía de sueños ilimitada”) o están aislados del mundo en un edén de lujos y saber (“Running Wild”), los personajes de Ballard suelen aparecer encapsulados, habitan una burbuja que suspende las normas habituales. A veces han sido forzados a ello, otras lo buscan aunque eso implique arriesgar sus vidas.

En todo caso no son muy diferentes de los exploradores y científicos de sus viejos cuentos de CF. No dejó de hacer CF, o nunca la hizo. En realidad, no debían importarle esa clase de distinciones, como tampoco le importaba trazar una frontera clara entre realidad y ficción: sus libros de memorias están novelados, sus novelas alimentadas con experiencias personales.

¿Alguien sabe cuándo editan por acá sus Cuentos Completos?

4/02/2009

la pepsi vampiro

Esta mañana había un vendaval. Las persianas y las puestas temblaban, yo dormía veinte minutos, luego pasaba otros diez despierto y vuelta a empezar. En una de esas cabezeadas soñé con la Pepsi vampiro.

Estaba en el balcón de un hotel, viendo una ciudad que no conozco. Había luna llena y un silencio perfecto. Unos puntitos aparecieron en el círculo de la luna y comenzaron a acercarse. Eran un montón de murciélagos de cuerda. No se les veía el mecanismo, pero no volaban como animales ni como máquinas de alta tecnología, sino que se estremecían como juguetes de cuerda. Uno de los murciélagos se separo de la formación y se dirigió hacia mi balcón. Aterrizó en el centro del cuarto con la misma torpeza con la que lo hacen los albatros en los documentales (no sabemos, podría ser simple miedo a la cámara, capaz que solitos aterrizan bien chido). Las alas dejaron de vibrar: el murciélago de plástico se abrió en dos y dejó ver en su interior una Pepsi, fría y lista para tomarse. Desperté antes de poder abrirla.

2/10/2009

la fundación de asimov al cine

Habrá una adaptación cinematográfica de "Fundación", la novela de Isaac Asimov. Eso lo sabíamos desde el año pasado, son las expectativas las que han cambiado mucho: originalmente tendría a los productores de "El Señor de los Anillos" (Bob Shaye y Michael Lynne) y sería dirigida por Alex Proyas, pero Columbia les ganó los derechos y la dejó en manos de Roland Emmerich.

Supongo que a Emmerich ("Independence Day", "Godzilla", etc.) sólo le contaron que la película era sobre el fin de la civilización y ya está alucinando secuencias de planetas explotando.

Dejando de lado la decepción que significa ver a Emmerich en el proyecto, lo más extraño es que hubiera varios estudios peleándose los derechos de "Fundación". Los libros de Asimov, y sobre todo la serie de las Fundaciones, tienen muy poco de lo que gusta a los estudios para hacer grandes películas veraniegas de CF.

De hecho, tienen poco de lo que gusta a cualquier guionista, sin importar el tamaño de su presupuesto, el género de la película o el público al que aspire.


Isaac Asimov es un autor de ideas y acciones

No es casual que, a pesar de la fama de este autor (fallecido en 1992) haya pocas adaptaciones de sus libros, y las pocas que hay (como "Yo Robot") tomen poco de los libros.

En el caso de Asimov estas alteraciones no son una traición, son casi una necesidad. En sus historias hay ideas (muchas muy interesantes) y acciones, pero los personajes que las piensan y realizan tienen pocos matices, y los escenarios que tales personajes habitan son descritos con gran economía de lenguaje. Para rematar, prácticamente no hay mujeres.

¿Cómo se adapta eso al cine? Pues inventando la mayor parte, porque el espectador necesita creerse los personajes y sus motivos, verlos dudar y fallar, interactuar con su entorno, no simplemente funcionar como instrumentos de la Historia en el mundo. Desde ya siento piedad por el guionista al que le dejen este paquetote.


Los casos de Enki Bilal y William Gibson

Hay todavía otro problema: que el público sienta demasiado déjà vu al verla. Cuando se estrenó "Immortel" (Enki Bilal, 2004) uno de los comentarios repetidos por críticos y espectadores fue que parecía una versión con humor negro de "El Quinto Elemento", cuando fue Luc Besson quien tomó préstamos del cómic de Enki Bilal.

De igual manera, si Chris Cunningham hubiera logrado su versión de "Neuromante", él y William Gibson habrían enfermado cuando el auditorio reconociera mucho de "Matrix" y "Swordfish" en ella (cuando el caso, de nuevo, es el contrario).

Con "Fundación" no se trata de una o dos películas que han tomado ideas de esa novela: prácticamente toda la CF cinematográfica y televisiva con imperios o repúblicas galácticos está en deuda con "Fundación". Sin ir lejos, Coruscant, el planeta capital de Star Wars, está calcado del Trantor de Asimov.

Pensándolo bien, no es mala idea que se haga la película. Podría causar un cisma en las iglesias jedi y trekkie del mundo, cuando sus fieles identifiquen la fuente de la que bebían sus ídolos.

1/20/2009

los peluqueros y la piedra lumbre

Hace años que no voy a una estética, sólo a viejas peluquerías del centro. En las postales nostálgicas estas tienen a la entrada un bastón con líneas azul, blanco y rojo, el cual gira sobre su propio eje. En nuestras ciudades este bastón no existe como tal, pero está pintado en la fachada por nostalgia de esas postales nostálgicas.

En la que visito desde hace tres años hay tres peluqueros ancianos, tres sillas giratorias en las que los viejos sientan a sus clientes y muchos cuadros de chicas, luchadores y viejas glorias del futbol americano.

El mayor de los peluqueros es el dueño, el que corta mejor y más rápido. Acostumbra ausentarse los fines de semana, así que casi nunca me ha atendido. Este domingo estaba el señor alto que escucha los boleros de la AW. El otro, chaparrito, dormitaba sobre una silla en el rincón. Mientras esperaba descubrí que el chaparro estaba completamente borracho, en pleno mediodía.

Cuando se acercaba mi turno el durmiente despertó, se puso como pudo la bata blanca y llamó a otro de los clientes, no a mí. Viendo lo perdido que estaba el hombre ni se me ocurrió respingar. El cliente obedeció y ocupó una de las sillas giratorias, visiblemente nervioso. Su novia parecía no percatarse de lo peligroso de la situación (aquí no usan rastrillo, te hacen la patilla y la nuca a navaja), o si lo hacía le parecía divertido: sonreía mientras el chico se quedaba pálido bajo las manos del peluquero ebrio.

El chaparro despachó a su cliente, lo mandó a casa con un corte lamentable y luego se puso a lloriquear acerca de su hermano, el de Parras, del cual no sabía si seguía vivo. Masculló algo sobre querer visitarlo, se despidió y se largó.

Mientras me cortaba el pelo, el último peluquero disponible contó: “Este viejo todavía está fuerte, es aguantador, pero toma esos vinos de doce pesos, las botellitas. Esas son muy malas, ¿sabes qué tienen? Les ponen piedra lumbre”. De un mueble que parecía haber recibido miles de capas de pintura azul durante el último siglo sacó una piedra blancuzca, del tamaño de un puño. “De ésta, mira”.

Reconocí la piedra, no veía una así desde la infancia, no había pensado en ellas desde entonces. Se supone que debes restregarla contra el cuerpo de una persona aquejada por males desconocidos y después quemarla. Al arder, la piedra toma la forma de la causa del mal. Cuando me tocó ver una en acción, me dejó la impresión de que invariablemente estas piedras toman la forma almendrada de un ojo, de modo que siempre se podía diagnosticar al “mal de ojo” como la fuente de las desgracias.

Recordé que cerca de la peluquería hay una tienda con libros esotéricos. Quizá con el tiempo algunas de las ideas arcanas almacenadas ahí habían pasado por ósmosis a la peluquería, corrompiéndose y confundiéndose en el trayecto. ¿Por qué le pondría alguien eso al vino? ¿Qué hacía una piedra lumbre en el cajón, junto a las tijeras y peines? Salí del lugar sin una impresión clara de lo que había escuchado, pero convencido de que jamás beberé una botella de vino de doce pesos.

(Ocurrido el pasado domingo 18 de enero en el centro de Monterrey)