7/07/2005

la barranca: entrevista a josé manuel aguilera

1 de julio de 2005. Café Iguana, Monterrey.

La Barranca llega a diez años de vida en uno de sus mejores momentos. Siempre con José Manuel Aguilera al frente, su actual alineación, con Alejandro Otaola (Santa Sabina) en la guitarra y los hermanos José María y Alonso Arreola (nietos del escritor jalisciense) en batería y bajo, es quizá la más compacta y de técnica más depurada que haya tenido. Y también la más creativa: luego del prolongado silencio entre Rueda de los tiempos (1999) y Denzura (2003), el grupo entró al ritmo de un disco por año, si consideramos el EP Cielo protector de 2004 y su nueva grabación, El fluir, que verá la luz a fines de agosto. Afortunadamente para nosotros, en medio de esta racha se dieron tiempo para dejar el 1 de julio uno de los mejores conciertos que se han visto este año en Monterrey, ciudad en la que se han presentado en contadas ocasiones.


1. Rueda de prensa en el Café Iguana


Miércoles 29 de junio, once de la mañana. Una hora poco usual para entrar al Café Iguana, donde tendrá lugar el encuentro de José Manuel Aguilera y Alejandro Otaola, recién llegados del aeropuerto, con la prensa regiomontana. Los integrantes de Círculos de Nada (banda local con siete años en los escenarios, encargada de abrir el concierto) ajustan los últimos detalles, mientras a todo mundo se le van los ojos con la reportera del canal 12. José Manuel, siempre de gafas oscuras, y un Alex algo desmañanado pero atento, llegaron poco después de la hora concertada, para responder a una sesión donde hubo preguntas de rutina (a las que sólo podían responder como lo han hecho antes), pero también algunas pistas sobre El fluir.

¿Cómo llegan a su décimo aniversario?

José Manuel Aguilera: A nosotros mismos nos sorprende, creo que La Barranca y en general los grupos que se mueven de manera independiente en este país, siempre estamos más preocupados por lo que sucede en el momento y lo que vamos a hacer hacia adelante. La Barranca no es un grupo nostálgico, que mire hacia atrás y trate de repetir las cosas que ya hizo, siempre estamos tratando de movernos hacia delante, pero resulta que el tiempo se va acumulando y de pronto te das cuenta que ya pasaron diez años desde que hicimos el primer disco. Nos sorprende, pero nos da un pretexto para celebrar: a veces es importante decir "hemos hecho estas cosas y bien vale la pena echar una mirada hacia atrás" y celebrarlo de alguna manera. Y nuestra manera de celebrarlo es tocar.

¿Qué podemos esperar del concierto de este viernes?

JMA: Sentimos que La Barranca tiene una deuda con el público de Monterrey, hace un rato que no hemos venido a tocar. Tenemos muchos conocidos y amigos aquí, entre músicos y público, y desde hace rato sentíamos que teníamos que venir a hacer un concierto de La Barranca y esto de los diez años nos da un pretexto para eso. Queremos hacer un concierto que abarque no solo lo que La Barranca ha hecho en el pasado, sino también lo que está haciendo ahora e incluso dar una muestra de lo que vendrá. A principios de año estuvimos grabando un disco, justamente aquí en la ciudad de Monterrey, disco que va a aparecer a finales de agosto, se llama El fluir. Queremos aprovechar este concierto para tocar algunas piezas de este disco por ahora inédito, eso y compartir el escenario con Círculos de Nada, que es una banda que nos ha demostrado su generosidad de manera muy patente, y eso es algo que a La Barranca realmente la conmueve. Todos esos elementos se juntan para este viernes en la noche.

¿Cómo fue la producción del nuevo disco?

JMA: En los últimos discos habíamos utilizado mucho el estudio como herramienta de arreglos, incluso de creación, dándonos lujos que sólo puedes tener en el estudio, como poner muchas cosas que tú ni tocas: invitar a un cuarteto de cuerdas, un trompetista, un pianista, poner secuencias. Todo ese trabajo de arreglos y repostería que hay en el estudio es muy rico, sin embargo no nos gusta casarnos con una idea. En Cielo Protector llegamos a donde queríamos en ese sentido, era tiempo de cambiar. La idea detrás del nuevo disco era renunciar a todo eso, recuperar el sonido que tenemos en vivo, que está basado simplemente en dos guitarras, bajo, una batería y una voz. Por eso buscábamos un estudio grande que nos permitiera tocar a todos juntos, grabando la misma canción todos al mismo tiempo, porque en el otro proceso es cosa por cosa, es un proceso muy quirúrgico, que no tengo nada contra él, arroja otros resultados y son chidos, pero ahora teníamos la necesidad de abandonar eso y regresar a una cuestión más directa, más cruda, más de grupo, pero por supuesto regresar ahí con todo lo que hemos aprendido haciendo los discos de la otra manera. Ésas son las cosas que están detrás de El Fluir.

Alejandro Otaola: Al estar tocando en vivo cosas de los discos anteriores, frente a la energía que genera el público, como en muchos momentos dependíamos de las secuencias, a veces decíamos "cabrón, se siente bien lenta, como si trajeras grilletes", porque traes otro tipo de prendón. Empezamos a decir con algunas canciones "¿qué tal si le quitamos las secuencias?, ¿qué pasa si entre nosotros cuatro nos repartimos las sonoridades que están ahí y las reducimos a la mínima versión que podamos interpretar?" Y luego nos dimos cuenta de que las canciones que habían pasado por ese proceso eran las que más disfrutábamos tocar. Como que ahora las canciones las retiramos en un punto en el que no estaban tan llenas de cosas y teníamos que reducirlas a lo que había ahí, con los arreglos esenciales que necesitaba la canción, que los íbamos a tocar entre nosotros. Eso que habíamos logrado con canciones que ya existían, hacérselo a éstas, que todavía no existían. El sonido es más directo, porque se reduce a los instrumentos que somos en el escenario. No es exactamente un disco en vivo, pero es lo más cercano. Además con esas canciones, como ninguna tiene secuencia, si llegamos durante el concierto a cierto ímpetu, cierta energía, ese concierto es el que nos va a determinar cómo se interpreta esa canción ese día, no la secuencia, que es lo que pasaba antes. Es como una nueva Barranca.


2. En corto

Terminada la rueda, José Manuel se deja querer. Fotos, autógrafos y charla con cada fan, reportero y amigo que se acerca. En medio del asedio se dio tiempo para responder algunas preguntas para SN.

El año pasado escribiste en tu blog que a la hora de componer o improvisar, todos en La Barranca tendían hacia sonidos de jazz, funk y progresivo, que quizá ya era hora de probar otras cosas. ¿Lo hicieron con El fluir?

Muchas veces como músicos creamos mecanismos que son más ideales que reales, pero que nos ayudan a operar. Por ejemplo, decir eso que puse ahí, no sé en qué medida lo cumplimos o no, lo que sí te puedo decir es que nos sirvió para trabajar en una dirección, fue como poner una bandera imaginaria y decir "vamos a caminar hacia allá". No sé en qué medida llegamos y no sé si después esa bandera la vamos a retomar y la vamos a hacer válida para otra cosa. Creo que son mecanismos que uno hace para moverse artísticamente y desde ese punto de vista me parecen válidos.

En discos anteriores has rescatado cosas de la música popular mexicana, algo de danzón, algo de ranchero, pero siempre apuntando a décadas anteriores. ¿La música popular actual no te merece ningún respeto?

No cabrón, la veo en un punto muy bajo. La música popular que se está haciendo ahorita en México, creo que si tú la comparas con lo que se hizo antes, pues vamos en reversa. Por supuesto, siempre hay excepciones, cualquier generalización es exagerada, pero sí creo que pocas cosas de la música popular de ahora merecen respeto. Hicimos un homenaje a los Tigres del Norte ("La banda del carro rojo"), no sólo por los Tigres, sino por toda una tradición de música de corridos, norteña, creo que ahí hay algunas cosas rescatables. Los diamantes siempre están escondidos y hay que saberlos encontrar en todo tipo de música. Pero en general está en un nivel bajísimo.

Uno pensaría que es más fácil conseguir un estudio en su ciudad, ¿cómo terminaron grabando El fluir en Monterrey?

Sí, hay más estudios en la Ciudad de México, pero fue una combinación de cosas: queríamos salirnos de la Ciudad de México porque, cuando estás ahí, aunque al hacer un disco pases mucho tiempo en el estudio, nunca acabas de desconectarte de tus actividades, de tu vida privada: que te habló la abuelita, o la novia. Entonces había que desconectarse del D.F. Ya tomada esa decisión, ¿a dónde nos vamos? Nosotros pensábamos irnos al Gabacho, pero el ingeniero que trabaja con nosotros, que ha estado cerca de La Barranca desde hace dos o tres discos, había venido a hacer un trabajo al estudio El Cielo, aquí en Monterrey y dijo "pues ese estudio está tan chingón como cualquiera de Los Ángeles", y la verdad a mí me gusta más mi país que Los Ángeles (risas). Salía mucho más caro irse para allá y finalmente pensamos que lo podíamos hacer aquí. Y queríamos un lugar donde pudiéramos tocar todos al mismo tiempo, y los estudios a los que teníamos acceso en México o Guadalajara, de algunos cuates, permiten hacer cosas muy chidas, pero no tienen cuartos grandes, con esas posibilidades, para hacerlo todos juntos, y en El Cielo sí había esa chance. Fue una serie de cosas, y el destino, también.

Ya has grabado un disco firmado con tu nombre (Yendo al cine solo, 2001), pero en él tocan compañeros de La Barranca y antiguos colaboradores. ¿Cuál es la diferencia entre un disco de José Manuel Aguilera y uno de La Barranca si la gente alrededor de él es la misma?

El disco acabó siendo así por ellos mismos, pero no era la intención (risas). Era una idea medio egoísta, hacer un disco solo, usando loops y muchas técnicas que utilizan en el hip-hop, pero en vez de un güey rapeando poner una guitarra, ése era el principio conceptual. Pero en el camino alguien dijo "yo quiero tocar en ésa", "y yo en esta otra".

Y realmente suena distinto...

Sí, la idea era de otra naturaleza. Esa forma de usar la guitarra, además estaba el concepto del cine. La participación de todos esos músicos fue más limitada, no porque acostumbre limitarlos, sino que así se planteo la cosa. Era que llegaran y tocaran lo que yo les pedía. Y en un disco de un grupo hay no sólo intercambio de ideas, sino choques, fricciones, y tienes que formar consenso. Ésa creo que es la diferencia. Ese disco también sirvió para darme cuenta de que no me gusta trabajar así, que prefiero trabajar en equipo, jugar ping pong con alguien, no con la pared (risas). Hacer un disco solo es algo que ya no tengo tan visualizado. Ese disco, además, era uno que quería hacer desde hace muchísimo tiempo. De hecho, el primer disco que yo quería hacer en mi vida era ése. Pero siempre fue primero el grupo y otros proyectos, y este disco se quedaba atrás. De pronto se presentaron las circunstancias y el tiempo, y fue así que tomé la decisión de hacerlo, pero es un disco que ya tenía visualizado. Incluso algunas piezas las tenía ya. A veces pienso en hacer otro así, pero ya no lo veo tan cerquita, eso se queda ahí en las sombras por ahora.

¿Habrá algún día otro disco de Ninerain?


La verdad lo veo muy difícil. Volvió Tuxedomoon. Además, antes yo trabajaba de una manera diferente, en la que compartía muchos proyectos, estaba con La Barranca, con Ninerain, de pronto con los Jaguares. Es una manera chingona de desarrollarte como músico, pero creo que también hay momentos. Yo sentí hace un par de años que La Barranca necesitaba atención total, porque estaba ese cambio, muy fuerte, de la salida de Fong y André, había que afianzar al nuevo grupo y por eso decidí ya no seguir con Ninerain. Todavía estoy en contacto con ellos. Siempre fue muy difícil juntarnos, vivían en lugares diferentes. El jaranero, por ejemplo, siempre estuvo en Cuernavaca, Steven Brown unos ratos vivía aquí, otros en Oaxaca y otros se iba a Italia o no sé dónde chingados, nunca estábamos realmente juntos. Pero creo que lo que hicimos obedeció a un momento. Y a mí me gusta lo que hicimos, sobre todo el segundo disco, que por una locura grabamos en La Habana (risas) y bueno, quedó algo que a mi me gusta, chido. Lo veo muy difícil que hagamos otro disco, pero no está descartado.

¿Qué te pareció Cabin in the Sky?


No lo he oído (ríe). Incluso fueron a tocar a México y no pude ir. Sólo te puedo decir que realmente nunca fui fan de Tuxedomoon. Conocí a Steven y Nicolas más por cosas personales. Fuimos amigos antes de escuchar lo que cada quien hacía, ya hasta después de estar tocando ellos me rolaron algunos discos de Tuxedomoon, pero no tenía yo antecedentes de ellos.


3. El concierto.

Dos horas y media (incluyendo los tres encores) sin tregua, sustentadas principalmente en tomas de El fuego de la noche, Rueda de los tiempos y Denzura (aunque de La tempestad no pudieron dejar guardada "Día negro").

Algunas cimas de la noche: "El alacrán", con José Manuel bañado en luz blanca y cada garganta coreando, el final de "No mentalices" con líneas de "Bésame mucho", y un "Estallido interno" dedicado "a todos los que no pudieron acompañarnos esta noche". El amargo danzón de "La fuga de Rubén" (una de las pocas en las que todavía usan secuencias) y la inesperada versión del "Heart-Shaped Box" de Nirvana (con letra improvisada para la ocasión) fueron otros de los grandes momentos de la velada, que llegó a su fin cerca de las tres de la mañana. Lo impagable, el estreno de "Pare de sufrir" y "El fluir", que confirmaron lo dicho durante la rueda de prensa: la nueva Barranca es de canciones sin filigranas, directas y crudas. Un sonido que, si tomamos "Quémate lento" como antecedente, tiene algo de vuelta a los orígenes, y permite el lucimiento de la gran sección rítmica que conforman los Arreola.

Apareció en Sonitus Noctis No. 12 (Julio 2005)

7/05/2005

francisco tario - algunas noches, algunos fantasmas

La posición marginal de Francisco Tario (1911-1977) en la literatura nada tiene que ver con extravagancias de genio. Sencillamente estaba muy ocupado disfrutando del mundo para hacer "vida de escritor". Gustaba del deporte y llegó a cubrir la portería del Asturias en la primera división de futbol mexicano; fue un cinéfilo empedernido y terminó siendo dueño de tres cines en Acapulco. Arribó a la escritura sólo porque amaba la lectura, lo otro, debatir con intelectuales, comentar su obra o pronunciarse sobre la situación del país, le tenía sin cuidado. En un lugar y tiempo donde se acostumbraba que el oficio de las letras fuera crítico e historicista, Tario prefirió ser universal y desconocido.

Su obra, repartida en diez libros durante mucho tiempo fuera de catálogo, apunta hacia lo velado, el misterio y lo nocturno. Unas veces melancólica, otras irónica, la bibliografía de Tario volvió a llamar la atención con la reciente publicación de sus Cuentos completos (Lectorum, 2004). Esa edición sirvió para ponerlo al alcance de los lectores interesados por su obra, que a falta de reediciones sólo conocían por los artículos que escribían los admiradores del autor. La pequeña selección que hoy nos ocupa persigue otro objetivo, presentarlo a nuevas generaciones, y realmente es la mejor introducción posible.

Algunas noches, algunos fantasmas es una selección de cuentos tomados de La noche, publicado en 1943 por la Antigua Librería Robredo. No se trata del Tario más inquietante, el de "La puerta en el muro" o sus aforismos, sino de uno más accesible y fabulador, que dota de vida consciente a animales domésticos ("La noche de la gallina") y objetos (las noches "del féretro", "del buque náufrago" y "del traje gris"), para que cuenten las angustias que les hacen pasar unos seres humanos siempre frívolos y crueles. Y, en los dos últimos, para que tomen venganza en formas ingeniosas que persiguen una exaltación final, una última caravana que les permita resarcirse de la vida monótona a la que fueron condenados.

Un lugar especial merece "La noche de Margaret Rose", inserta en la tradición de Poe: narrador atribulado y bella heroína trágica, en un mundo de descensos a catacumbas, escaleras de caracol y salas en penumbra. Con sus trances y su aire fantasmal, Margaret Rose es definitivamente una pariente cercana de Berenice y Ligeia.

Completa este volumen "La noche del loco", donde el lector contempla un día, narrado en primera persona, en la vida de un esquizofrénico convencido de que todas las mujeres del mundo están casadas y por ello rechazan sus invitaciones, así que quizá deba que eliminar a un hombre para conseguir una chica libre. O conformarse con las que ya han muerto.

Algunas noches, algunos fantasmas es un libro pequeño (y económico) en el que no hay desperdicio, que abre una ventana al mundo de un autor imprescindible y tristemente olvidado. Querrán volver a la librería por una segunda copia, para regalar al que consideren merecedor, o "perderlo" en la siguiente racha de bookcrossing.

Francisco Tario - Algunas noches, algunos fantasmas. FCE, 2004.

Apareció en Sonitus Noctis No. 12 (Julio 2005).

7/04/2005

bingo

A las ocho de la mañana del sábado estaba almorzando barbacoa y tequila con José Manuel Aguilera, Alex Otaola y el resto de su grupo en la casa de sabrá-Dios-quién. Todo empezó cuando pasé antes del concierto por el bar donde trabaja Velia, para preguntarle si ocuparía ayuda con su mudanza, y me dijo que los de La Barranca llegarían ahí luego del concierto. Así que allá fui luego del concierto y unas horas después ya estaba en esa casa, sin tener ni idea de en qué parte de la ciudad andaba.

José Manuel se veía mortalmente cansado (encima su avión a las 11 de la mañana), pero soportaba de buena gana el acoso del sector femenino del lugar. Se había pasado la noche canturreando esa canción de Gianluca Grignani (sí, esa), y en algún momento le pasaron una guitarra y ya se la aventó completa.

El único momento en que platicamos fue cuando estábamos taqueando la barbacoa ("está buena esta madre") y quise confirmar si había sido él quien cantó "Oración Caribe" con Steven Brown aquella noche de 1994 (eso fue antes de La Barranca, entonces yo no lo había oído ni visto nunca). "Sí, si yo me acordaba que ya había tocado entonces en Monterrey. No supe ni quién nos invitó a ese lugar, pero ahí andaba con Steven".

Cuando vi que ya caía de sueño me despedí y salí buscando una avenida para tomar un taxi. Seguía sin tener idea de dónde estaba. Caminé media cuadra y en la esquina encontré La Famosa, el negocio de jugos y frutas donde el Sr. Sensato y un servidor éramos clientes asiduos cuando teníamos como 18 años. No éramos naturistas, nos gustaba Montse, la cajera.

Al llegar casa dormí como tronco y no me levanté hasta las cuatro.

...

En la noche Bere y yo intentamos pescar la última película en los cines de Plaza Real. Como sólo quedaba una función de La guerra de los mundos volvimos a la calle a buscar qué hacer. Y así fue como nos metimos a apostar al Caliente por primera vez. Nos quedamos en la sala de bingo. Bere empezó a reírse cuando tomamos asiento: "¿Es ésa la Nena Delgado?" Sí era, y mientras todo mundo se emocionaba mirando los tableros y marcando números la señora mantuvo la misma expresión de aburrimiento.

Nosotros compartíamos mesa con una señora que iba con tres chicos. Eran su sobrino y dos amigos: los habían dejado plantados para una fiesta y mejor se los trajo para iniciarlos en el noble arte del azar. Cuando uno de los chicos se ganó la tabla completa (cinco mil pesos) le dijo a sus compinches "¡sobres, de aquí al table!". La tía puso cara de quizá no haber hecho lo mejor para los muchachos.

Para la una de la mañana ya estábamos rumbo al centro. La cosa era adictiva y no ganamos nada, pero da ese gusto de meterse donde no pensaste que acabarías el día.

7/02/2005

last life in the universe (pen-ek ratanaruang)

Kenji: Yo no lo haría por la misma razón que los demás. Por problemas de dinero. Un corazón roto. Yo no. Algunos libros dicen que la muerte relaja… No hay por qué seguirle el ritmo al resto del mundo. No más e-mails. No más teléfono. Será como si tomara una siesta, para despertar fresco y listo. Iniciar una nueva vida.

Si Charlie Kaufman nos está acostumbrando a seguir la carrera no de un actor o de un director, sino de un guionista, otro tanto está pasando con la fotografía de Christopher Doyle. El australiano ha encontrado en el cine oriental el mejor vehículo para su estética, de austera belleza y habitaciones que se mimetizan con el ánimo de los personajes. Ha sido el fotógrafo de cabecera de Wong Kar Wai (In the Mood for Love, Happy Together, incluso lo acompañó en el video para "Six Days" de DJ Shadow), recibió inmejorables críticas por su trabajo en Hero (Zhang Yimou, 2002) y este año cruzará el Pacífico para la nueva de Shyamalan.

El tailandés Ratanaruang ha comentado que su primer motivo para escribir y dirigir Last Life in the Universe fue reunir a Doyle con el actor japonés Tadanobu Asano (Zatoichi, Ichi the Killer) y Takashi Miike, si bien este último sólo hace de amuleto en el filme, con una breve aparición al final. Ubicada en el Bangkok contemporáneo, Last Life… relata el encuentro entre Kenji (Tadanobu) y Noi (la debutante Sinitta Boonyasak), polos opuestos reunidos por un par de tragedias.

Él es un japonés que lleva una existencia obsesivamente metódica y ha reducido al mínimo su contacto con el mundo. Es bibliotecario en una dependencia cultural japonesa, así que ni siquiera se ha molestado en aprender tailandés. Fantasea con suicidarse, pero no por desamor, ni para llamar la atención. Sencillamente quiere desaparecer, quizá así pueda pasar a otro lugar y sentir verdadera dicha. Ella vive en una casa de playa que alguna vez fue confortable, pero ahora todo está patas arriba y a Noi no parece importarle. Consume el tiempo fumando, viendo TV, recibiendo amenazas de su antigua pareja y escuchando cintas para aprender japonés, pues planea dejarlo todo y comenzar de nuevo en Osaka. La ciudad de donde vino Kenji.

El título no aparece en pantalla hasta pasada la primera media hora, y a lo largo del filme se dejan caer varias señales para establecer complicidad con el espectador, como el póster de Ichi the Killer en la biblioteca o ver a Miike encarnando a un yakuza. La película tiene un ritmo pausado, sedante, interrumpido en contadas ocasiones por violentos exabruptos, en otras por secuencias alucinatorias, todo adecuadamente acompañado por la música ambiental de Small Room.

Sabemos que en la casa que compartían Noi y su hermana Nid, ambas jóvenes, no hay padres. Y que Kenji lleva en la espalda el mismo tatuaje que su hermano el mafioso. Pero de ese pasado poco se dice, Ratanaruang comprende la importancia del secreto. Como en la citada In the Mood for Love, esta también es una historia en la que cuenta más lo que no se dice. Al final bastará ver un objeto, colocado en el lugar adecuado, para saber cuál ha sido el desenlace de esta recomendable pieza de cine thai.

Dirección: Pen-Ek Ratanaruang. // Guión: Pen-Ek Ratanaruang y Prabda Yoon. // Fotografía: Christopher Doyle. // Música: Small Room. Con Tadanobu Asano, Sinitta Boonyasak, Laila Boonyasak, Yutaka Matsushige y Takashi Miike. // Tailandés/japonés/inglés. 112 mins.

Apareció en Sonitus Noctis No. 12 (Julio 2005)