6/09/2015

utopía, a falta de madre

En el año 1830, cuando Enfantin era ya aceptado como el rector y jefe de la fraternidad saint-simoniana (de "la familia", como la llamaban por aquel entonces), recibió la visita de uno de sus miembros de nombre D'Eichthal. Éste, que acababa de venir de la catedral de Notre Dame, le contó a Enfantin que había tenido una iluminación y que sabía a ciencia cierta que "Jesús vive en Enfantin". Enfantin se dejó crecer la barba y, sin renunciar a las empresas canalizadoras de Saint Simon, parece que llegó a creerse la verdadera encarnación de Cristo. Enfantin reorganizó la "familia" saint-simoniana y creó una nueva religión cuyos más novelescos aspectos vuelven a revivir en la filosofía de Comte. Para los enfantinistas la nueva iglesia estaba organizada en forma bien simple: un padre —Enfantin mismo que ya se había diseñado un traje especial con las palabras Le Pére en el pecho— y una serie de apóstoles. Faltaba la madre. Enfantin se apresuró en buscarla sin llegar a encontrarla nunca... Pero si no lo encontró en la mujer, el principio femenino se le reveló en cambio en el Oriente. El canal de Suez, idea obsesiva de Enfantin, debía ser el símbolo de la unión entre el Oriente y el Occidente, ya que el Oriente, del cual Enfantin ignoraba todo, era sin duda el principio femenino que la tecnología ritual del Occidente mágico y masculino habría de fecundar. Enfantin no acabó mal. Acabó como miembro de la compañía de ferrocarriles Paris-Lyon-Méditerranée, entonces recién fundada.

Ramón Xirau, El péndulo y la espiral.