6/28/2012

el café de miss amelia

De La balada del café triste, Carson McCullers.

Pero a la vida de un hombre no se le ha puesto precio: nos la dan de balde y nos la quitan sin pagárnosla. ¿Qué valor puede tener? Si se pone uno a considerar, hay momentos en que parece que la vida tiene muy poco valor, o que no tiene ninguno. Cuántas veces después de haber estado uno sudando, y esforzándose, las cosas no se le arreglan, se le mete a uno en el fondo del alma el sentimiento de que no vale gran cosa.
Pero el nuevo orgullo que trajo el café a este pueblo se dejó sentir en casi todos los vecinos, hasta en los niños. Porque para ir al café no era necesario pagar la cena, o un vaso de whisky; había refrescos embotellados por un níquel; y si no podía uno gastarse ni eso, miss Amelia tenía una bebida llamada zumo de cereza que valía un penique el vaso y era de color rosa y muy dulce. Casi todo el mundo, excepto el reverendo T. M. Willin, iba al café por lo menos una vez a la semana. A los niños les encanta dormir en casas ajenas y comer con los vecinos; en esas ocasiones se portan como es debido y se ponen orgullosos. Así de orgullosos se sentían los vecinos del pueblo cuando se sentaban a las mesas del café. Se lavaban antes de ir donde miss Amelia y al entrar en el café se restregaban los pies muy finamente en el salón. Y ahí, por lo menos durante unas horas, podía uno olvidar aquel sentimiento hondo y amargo de no valer para gran cosa en este mundo.

space invaders

Cuando llegó esa nueva influenza a la ciudad, el gobernador dirigió un mensaje a los ciudadanos para felicitarlos por haber afrontado valientemente varios conflictos. Esos conflictos eran "la influenza, que nos llegó de fuera, la crisis económica, que nos llegó de fuera, y el crimen organizado, que nos llegó de fuera", palabras más, palabras menos eso dijo. Las cursivas son mías, él no habló con cursivas. No estaba inventando ese discurso, la idea de que a este Edén entre las montañas el mal le llega de fuera era un relato popular en la comunidad. No importaba si las costumbres sanitarias de los ciudadanos favorecían la propagación de la influenza, o si la desigualdad existente agravaba la crisis económica o si los naturales de la zona participaban en el crimen organizado. El mal en Monterrey era siempre una invasión del espacio exterior, el color que cayó del cielo.

6/27/2012

de vuelta al barrio antiguo de monterrey

1. La tarde del domingo en el Barrio Antiguo. Un cargador le gritó al dueño de una tienda de antiguedades:

—¡Ya van a llegar, traen un piano!

—No es piano, es un órgano. Pónganlo al fondo.

Descargaron un órgano viejo, entre dos hombres lo arrastraron al fondo del local. El local consistía en una serie de cuartos grandes, llenos de muebles y aparatos antiguos. Caminé detrás de los cargadores. El sitio era al menos tan grande como lo eran, en su momento, el Café Iguana o el Skizzo, una de esas casas grandes del Barrio.

La dueña del local de junto llegó para platicar con el dueño. Se quejó de uno que quería llevarse un mueble al costo.

—Así no le gano, y si no le gano ¿de qué se trata?

Por alguna razón los visitantes, o más bien las visitantes, llegaban en pares conformados por una señora asoleada y una hija o sobrina adolescente cargando las cosas de la señora asoleada. Uno de esos pares dio vueltas en torno a un ajedrez tallado en piedra. Lo miraron por un ángulo y por otro. "¿Y cuánto es lo menos?" preguntaron al fin.

Más adelante encontré a los numismáticos. Eran un grupo animado en una mesa, con comida y refrescos. Uno sacó de su maletín diferentes monedas guardadas en sobres, intentó que una de ésas agradara a su amigo para hacer un intercambio. El amigo las miró con cuidado sin decir palabra, sin decidirse.

Yo iba tan asoleado como las señoras y no tenía hija o sobrina adolescente que me cargara nada. Me metí a un café para beber cualquier cosa fría. Lo encontré casi lleno, más adolescentes, de ambos sexos y sin señora al lado, bebiendo smoothies de colores primarios, platicando sobre gente de su cuadra y sobre perros, soltando risitas de tiempo en tiempo.

Pedí un smoothie. Al darle el primer sorbo me sentí de una edad inadecuada para estar bebiendo algo de ese color. Entonces caí en la cuenta: llevaba rato sin toparme a nadie de mi edad. Cuando esto era la zona de bares de la ciudad los veinteañeros y treintañeros éramos la norma acá.

El Barrio tiene sus numismáticos, sus anticuarios y sus adolescentes que beben smoothies y platican de gente y de perros y se sonríen. ¿Exactamente por qué debería añorar nuestro regreso? ¿Qué teníamos de sensacional las hordas de bebedores veinteañeros y treintañeros?


2. El relato aprobado es que las turf wars del narco se comieron al Barrio Antiguo de los bares, pero éste siempre funcionó a trasmano.

Hace unos diez años varios que sólo nos conocíamos por internet acordamos vernos ahí para intercambiar discos y platicar en persona. Una chica dijo que tenía el lugar ideal. Era un café nuevecito y todo para nosotros. Asumimos que pertenecía a la familia de esta chica y también asumimos que a alguna hora debíamos retirarnos para que el café iniciara sus actividades habituales. Ella nos explicó que no había prisa, que el café era de sus tíos y tenía unas pocas semanas que lo habían acondicionado e inaugurado, pero ya no lo iban a usar. "Para que algo funcione aquí hay que mocharse con la policía", nos explicó, "mis tíos no son de aquí y no lo sabían, y eso está fuera de su presupuesto, así que no lo seguirán abriendo".

Además de funcionar a trasmano el Barrio de los bares nació anacrónico. Amontonar los bares en un rincón es de zona rosa de los sesenta: una práctica de cuando el resto de la sociedad necesitaba pretender que no existían esas actividades.


3. Luego de esa caminata dominical por el nuevo Barrio Antiguo me enteré que los candidatos a la alcaldía lo usan como botín electoral. Enríquez promete que volverán los bares y organizó una tocada callejera sin aclarar que era parte de su campaña. Cuando el público lo vio salir para dar un discurso lo corrieron a gritos. Arellanes promete que no volverán los bares y que el Barrio será una zona cultural. Hasta donde sé los talleristas y las galerías del sitio ya hacen eso sin esperarse a que ella sea alcaldesa. Para que lo del Barrio sea "de a deveras" no le hace falta certificación oficial, tampoco una docena de bares. Qué capricho de volver a la "última versión guardada del archivo" en lugar de cambiar el sistema operativo.

6/08/2012

cina miéville - la ciudad y la ciudad

The City & The City es una novela detectivesca que ocurre en un contexto fantástico, las ciudades estado Besźel y Ul Qoma, que siendo dos ocupan el mismo espacio. En una misma calle, algunas de las casas y las personas son parte de Besźel, físicamente parecida a las ciudades del centro de Europa, otras de las casas y las personas son de Ul Qoma, ciudad de aspecto bizantino, más próspera que Besźel. Los ciudadanos de cada una descartan, pasan por alto, todo lo extranjero aunque ese algo extranjero esté a unos centímetros de ellos. Para no verse por error o invadirse por error, hay colores, atuendos y formas de andar que sólo se usan en una de las ciudades. Cuando alguien transita ilegalmente de una a otra es castigado por una autoridad casi invisible llamada breach.

Eso es sólo un bosquejo, una probada de las leyes y las costumbres en Besźel y Ul Qoma. La novela está llena de tradiciones, tabús y formas políticas inventadas por su autor, China Miéville. Este mundo inventado es tan asombroso que la historia detectivesca de The City & The City casi sale sobrando. De hecho, es sonrojantemente ingenua, como de Scooby Doo. Para que platiquemos sobre ella habrá que contar el final, así que si no te gusta enterarte de los finales puedes dejar de leer en este momento. Por otro lado, la resolución de ese caso es lo menos interesante de la novela, tampoco pierdes mucho sabiendo en qué acaba.

En resumen, una estudiante de arqueología aparece muerta. La chica había hecho investigaciones sobre una tercera ciudad en la que ya nadie cree, una tercera ciudad legendaria. Las pistas indican que la mataron porque "sabía demasiado". Quizá esa tercera ciudad existe y la mataron para que no lo revelara. Al final resulta que todo era un montaje para que una malvada corporación americana pudiera robar tesoros arquelógicos (en este caso unos trebejos parecidos al Mecanismo de Anticitera). El lector se entera de esto en los últimos capítulos, cuando el detective acorrala a un sospechoso y tienen una informativa plática héroe-némesis. Digamos que como trama policial no es muy distinta a quitarle la máscara al monstruo y descubrir que era el tío James, haciéndose pasar por monstruo para quedarse con el tesoro. Ahí nomás.

Me quedé con la impresión de que Miéville podría haber puesto cualquier otra historia en ese escenario genial que es Besźel/Ul Qoma. Algo costumbrista, o de enredos cómicos, o sobre enamorados, o de intriga palaciega, qué sé yo. Casi cualquier cosa funcionaría, es de las ciudades y sus costumbres de las que se enamora el lector. Incluso habría bastado mostrar un par de días en la vida de un empleado de correos de Ul Qoma. Y por lo elemental de la trama policiaca que usó, sospecho que Miéville no es seguidor de ese género. Es un lector atento de Alfred Kubin, Bruno Schulz y Kafka, pensando "habrá que poner un policía, y un par de muertos, a la gente le gustan las historias de policías, ¿verdad? ¿Verdad?"

Es lo de menos. The City & The City está ahí para que admiremos estas ciudades que le dan la razón a lo que decía Huzinga: "en la forma como expresa su principio delata el estado, en formas diferentes, su naturaleza fantástica hasta los extremos de una conducta absurda y suicida".