1/27/2005

dolor

El bibliotecario y una de las tutoras, frente al botiquín del instituto. 13:30 hrs. de hoy.

-¿Tú crees que sirva?
-Pues tiene paracetamol, ¿no?

Y así fue como ingerí la primera pastilla de Syncol de mi vida.

1/20/2005

diamanda galás - defixiones, will and testament

Galás llevaba cinco años sin publicar un disco cuando irrumpió con dos álbumes dobles: Defixiones, Will and Testament y La Serpenta Canta. Ambos fueron grabados en concierto, sin acompañamiento (sólo su piano, su voz y un poco de manipulación electrónica), e incluyen la misma canción de Blind Lemon Jefferson, pero fuera de esas similitudes cumplen intenciones muy diferentes. La Serpenta Canta continúa la relectura de la música popular americana iniciada con The Singer (Mute, 1992) y Malediction and Prayer (Asphodel, 1998). Defixiones, Will and Testament es mucho más ambicioso en contenido e implicaciones.

Galás concibe sus presentaciones como experiencias catárticas, en las que se grita lo que usualmente se calla, lo más doloroso, para poder asumirlo y trascenderlo. Su tema principal desde los años ochenta había sido la epidemia del sida (que cobrara la vida de su hermano Philip Dimitri Galás en 1986). En Defixiones la tragedia sigue en familia, pues trata acerca del genocidio de armenios y griegos a manos de los turcos, ocurrido entre 1914 y 1923. Perteneciente a una familia de inmigrantes griegos en San Diego, Diamanda escuchó desde joven las historias de esa masacre, menos recordada que otras tragedias del siglo XX. Con Defixiones maldice ese olvido y retrata el horror con el horror.

En la primera parte de este álbum, subtitulada "The Dance", recurre a los textos del poeta Siamanto (uno de los intelectuales armenios asesinados por los otomanos), el sirio Adonis ("The Desert", extracto de su Diario de Beirut, 1982), Freidoun Bet-Oraham ("The Eagle of Tkhuma") y Pier Paolo Pasolini ("Holokaftoma"). Se debe evitar cuidadosamente la expresión "disco de denuncia", porque resulta insuficiente. Mucho menos podría considerársele un manifiesto contra Turquía: uno de sus mejores momentos es la canción de amor turca "Sevda Zinçiri". Simplemente es Galás en su vertiente más libre, saltando del recitativo al lamento y el aullido, con palabras más escupidas que pronunciadas, con su habitual virtuosismo al piano (esta chica debutó a los catorce con la sinfónica de San Diego) y una voz imponente. Un aterrador derroche emocional que, sin embargo, no pierde pie ni llega a los excesos de Litanies of Satan (Mute, 1982), aquella estridencia críptica a mayor gloria de Baudelaire, casi insoportable.

El segundo disco, con el subtítulo "Songs of Exile", es precisamente eso: una colección de textos de exiliados como Michaux ("Ja Rame"), Celan ("Todesfuge") y Vallejo ("Epístola a los transeúntes", interpretada como vals de salón decadente). Aquí se apega más al formato de canción, incluso posee dos piezas de rebetiko (género vernáculo griego, representado por "San Pethano" y "Anoixe") y un estándar del blues ("See That My Grave Is Kept Clean"). "Songs of Exile" es tan dramático como la primera parte del álbum, apenas un poco más fácil de digerir.

Defixiones está estructurado de tal manera que sólo cobra pleno sentido escuchándolo completo, pero puestos a escoger una sola canción sería la ominosa "Birds of Death", que además es de las pocas con letra y música de Diamanda. Independientemente de la importancia del tema y la investigación (musical e histórica) que hay detrás de Defixiones, este disco es el mejor registro que se haya conseguido de una de las intérpretes más viscerales y mejor dotadas de la música contemporánea. Imprescindible.

Diamanda Galás - Defixiones, Will and Testament (Mute, 2003)


Sobre el genocidio armenio: www.theforgotten.org

Apareció en Sonitus Noctis No. 8 (Febrero 2005).

1/11/2005

kitchen

Escuchando compulsivamente: "Walking on Air" de King Crimson.
Leyendo: Viajes de un chef, de Anthony Bourdain, por motivos de trabajo, obviamente. Bueno, al menos éste es entretenido. La única reseña que he disfrutado, de las que he hecho para el instituto, ha sido la de Kitchen.



Banana Yoshimoto. Kitchen.
Tusquets. Barcelona, 1994.


La costumbre ha hecho que lo olvidemos, nos parece común y por lo tanto no lo notamos, pero la verdad es que ninguna persona debería dejar de asombrarse por la forma en que la humanidad sabe convertir sus necesidades en experiencias deleitables y estéticas. Debemos cubrir nuestros cuerpos para no sufrir el rigor del clima, pero no nos conformamos con esto, sino que hacemos de los atuendos uno de los registros culturales más interesantes de cada época. Todavía más férrea es la necesidad de alimentarse, condición mínima para conservar la vida. Por algo procurarle el alimento al que carece de él es tenido por toda cultura como el acto caritativo más elemental.

Pero no nos limitamos con saciar el estómago. Como en todo lo humano, hay un interés por sublimar esa experiencia, interés que deviene en arte culinario. Aunque los tratados de estética tienden a interesarse más por las creaciones que satisfacen a la vista y los oídos, bien haríamos en dedicarle más tiempo a las experiencias estéticas del gusto. En la literatura universal éstas han tenido sus grandes momentos: el buen diente de Sancho Panza, el banquete olfativo del “Viaje a la luna” de Cyrano o el torrente de recuerdos que desencadena la madalena de Proust, por mencionar algunos casos célebres. Sin embargo, en la literatura de las últimas décadas uno batalla mucho para encontrar un digno representante de dicho interés. No se puede recomendar los libros de Joanne Harris o Laura Esquivel sin sentirse estafador: los platillos que desfilan en ellos hacen agua la boca, pero difícilmente puede decirse lo mismo de sus recursos narrativos. Cuando pensaba que ya no encontraría una novela con acento culinario para reseñar, me acordé de Kitchen, de la japonesa Banana Yoshimoto (Tokio, 1964).

Con una prosa fluida y muy sencilla (es uno de esos libros que puedes regalar a un adolescente para que tome gusto por la lectura), Kitchen cuenta la historia, bellamente triste, de Mikage Sakurai, una joven que se ha quedado sola en el mundo tras la muerte de su abuela. Sólo se siente segura en la cocina (“el lugar del mundo que más me gusta”, como afirma en la primera línea de la novela), incluso duerme en ella, extendiendo su futon en el suelo para ser arrullada por el motor del refrigerador. Cuando Yoichi Tanabe, dependiente de una florería de la que la abuela de Mikage era cliente asiduo, la invita amablemente a vivir con él y su madre para que no siga sola, la protagonista acepta porque la cocina de ellos le inspira confianza. La formación de esta nueva familia, alejada en varios sentidos de la tradición, es una emotiva fábula acerca de la pena, el amor y la muerte, enmarcada por blanquísimos electrodomésticos y variedad de sopas. De hecho, la sopa aparece recurrentemente como signo del lazo emocional entre los personajes. Está la sopa ramen que Yoichi pide en un sueño de Mikage (hecho que asombrosamente coincide con lo que ocurrirá poco después en la vigilia), otro personaje se consuela de una tragedia con un plato de sopa Soba y en el final, Mikage, que para entonces ya es independiente y trabaja como asistente de chef, arriesga su vida escalando los muros de un edificio para llevar katsudon a Yoichi.

Sirva como ejemplo de la serena emoción de esta novela un párrafo tomado de ese episodio:

Todos creemos que podemos escoger nuestro camino entre muchas alternativas posibles. Pero quizá sea más adecuado decir que tomamos las elecciones inconscientemente. Creo que lo decidí, pero lo sé ahora, porque ahora soy capaz de ponerlo en palabras. Pero no lo digo en un sentido fatalista; constantemente tomamos decisiones. Con el aliento que tomamos a cada momento, con la expresión de nuestros ojos, con los actos que realizamos una y otra vez, cada día, decidimos como por instinto. Así que algunos de nosotros podemos encontrarnos un día, inevitablemente, rodando entre charcos sobre un techo, en un lugar extraño, paseando con un katsudon en medio del invierno, levantando la vista al cielo nocturno, como si fuera la cosa más normal en el mundo. La luna era tan bella.

ahab


Look ye, Starbuck, all visible objects are but as pasteboard masks. Some inscrutable yet reasoning thing puts forth the molding of their features. The white whale tasks me; he heaps me. Yet he is but a mask. 'Tis the thing behind the mask I chiefly hate; the malignant thing that has plagued mankind since time began; the thing that maws and mutilates our race, not killing us outright but letting us live on, with half a heart and half a lung.

Nos lamentamos de que nunca se haya filmado aquella Dune de Jodorowsky, con diseños de Giger, Salvador Dalí como el emperador y música de Pink Floyd. Era demasiado bueno para ser verdad, así que nunca lo fue. Pero el Moby Dick de 1956 sí existe y no se queda muy atrás.

La novela de Melville, dirigida por John Huston con guión de Ray Bradbury. Y Gregory Peck dando un Capitán Ahab cabronsísimo.

1/10/2005

mephisto

Pasé a la disquera el chisme de que Mephisto Walz había quedado entre los diez discos del año para SN, para ver si el chicle pegaba y nos dejaban usar algún mp3. Los del sello me dieron pura máuser, pero Barry agradece el gesto:

Thanks so much for your support of our new release. Maybe we can use it on our website?
Bari-Bari/Mephisto Walz

pasmaria

Pues nada, que finalmente la gente chida está siendo publicada (y claro que escriben puras pasmareadas). En la última Letras Libres hay un artículo de Chimal sobre Monty Python, y en 24 x Segundo Zárate escribe sobre Lemony Snicket. De las publicaciones locales, la Mandarina trae a don Arthur curándosela de los pininos del rock regiomontano (¡ya no recordaba a las Bruxas!) y PD a Ángel Sánchez (AAM) revisando la carrera de Nick Cave. Pídalas a su voceador.

Leyendo: Cómo viven los muertos de Will Self (Mondadori, 2003). Escuchando obsesivamente: "Let the Wind Erase Me" de Assemblage 23 y "Chewing Gum" de Annie. Quiero ver: Foster's Home for Imaginary Friends y The Night Porter.

1/06/2005

will eisner (1917-2005)

El pasado 3 de enero murió a los 87 años Will Eisner, el "padre de la novela gráfica" (de hecho, él acuñó ese término). Algunos de los comics más sonados de los últimos años, como la serie Persépolis de Marjane Satrapi, o el Sr. Jean de Dupuy y Berberian serían inimaginables sin el antecedente de Eisner.

I told Will, when we were walking, that even when I stopped reading comics I read The Spirit, and I told him that it was his Spirit stories that had left me wanting to write comics, and that the Sandman, like the Spirit, was conceived as a machine for telling stories.
Neil Gaiman.

Right from the beginning, he (Eisner) saw comics as art. He didn't have any compunction about it. He wasn't apologetic. He didn't have that 'yeah, sorry, I draw comics' kind of attitude that almost every other artist at the time did.
Michael Chabon.